SCORPIONS – Savage Amusement (1988) Classic Review

Obedeciendo a los dictados cíclicos que cambian el orden de las tendencias de consumo de las sociedades, a mediados de los años ochenta, la música no pudo resistirse a la banalización de su rebeldía  y comenzó a militar al servicio de un entretenimiento mercantil de amplios beneficios para todos los integrantes de la cadena de producción del fenómeno.

En estos años de despreocupación, quizás por haber asumido los grandes males y las divisiones del planeta, quizás por aceptarlos con resignación y creyendo que la deuda estaba saldada con ciertos, escasos, panfletos pentatónicos socio culturales de estructura ética y moral compromisaria (Live AID, Hear And AID, USA For Africa), la industria discográfica resolvió que la frivolidad debía acomodarse entre el vulgo, así como ejercer de placebo relajante para el melómano empedernido quien ya había experimentado con la irrupción de géneros tan abrasivos y purificadores como el Rock Progresivo, el Heavy Metal o el Punk.

Y aquí es donde, con la burbuja in crescendo de la MTV, los réditos vitalicios en los créditos de las bandas sonoras de los filmes del momento, o los jingles especulativos de las grandes corporaciones, toda una legión de artistas y formaciones consagradas abrieron los ojos ante el sagrado Dólar y solicitaron su porción del pastel.

La integridad de Heavy Metal se vio amenazada ante el brillo del enemigo más poderoso que existe, el infinito cielo que se podía alcanzar, fácilmente, a lomos de los mugrientos rascacielos monetarios. Entereza también intimidada para los puristas del género, que vieron como bandas ilustres se avocaban al vórtice de masas al que supuestamente ellos mismos habían evitado. VAN HALEN, RUSH, SAXON, o hasta los mismísimos JUDAS PRIEST e IRON MAIDEN sucumbían a temas, incluso discos de carácter “mainstream”, a sintetizadores que invadían el sacrosanto altar de inflamables guitarras e incluso a la maldita laca exportada desde América.

SCORPIONS, esa banda que competía eternamente, para unos cuántos ilustrados del estilo, con los de la doncella de hierro por asolar el corazón de los “metalheads” y alzarse con el trono del “más duro”, evidentemente no dejó pasar la oportunidad de subirse a un tren bala cuyos raíles sellaban talonarios suculentos. Yo nunca entendí esa contienda cuando, con su consecuente asimilación, ambas bandas eran complementarias, pero vamos, la mitad de esos “true jebis” de competición y aseveración bíblica sucumbieron a la ola del “bakalao”, o ahora al Indie, por lo que sobran las palabras.

Su carrera no era ni mucho menos ajena al éxito multitudinario, pero el nacimiento masivo en lujosa clínica privada del Hysteria de DEF LEPPARD, el retoño de la década, hizo mella en la concepción que querían abordar para su siguiente colonización. Si además sumamos que las relaciones con su productor de cabecera, el empresario, músico e ingeniero de sonido alemán Dieter Dierks (TWISTED SISTER, BLACK ´N´BLUE, ACCEPT, IKE & TINA TURNER), se habían deteriorado ostentosamente durante las sesiones del seminal Love At First Sting (1984), no nos debiera de extrañar que para el quinteto germano germinaran deseos de abrazarse a vientos de cambio acordes con ese presente impuesto por agentes externos.

LOS MÚSICOS Y LA PRODUCCIÓN:

En ese caldo de cultivo se alumbraba Savage Amusement, perdiendo la insolencia de sus ancestros y refinando, quizás excesivamente, sus ademanes consanguíneos, pero volviendo a ser un absoluto éxito tanto de ventas como de publicidad, para bien o para mal, porque mucha de esa campaña publicitaria venía acunada por la división de opiniones entre sus fans y el eco, imposible de ser frenado, del boca a boca multitudinario. De todos modos y siendo sincero, con el tiempo como perspectiva, los patrones compositivos siguen una onda similar a anteriores trabajos, pero añadiendo la quimera de un presente inocuo , salvo excepciones que detallaremos precisamente, por lo que la cuestión se centra en otra pregunta: ¿estaban preparados los seguidores del Metal para una evolución de género que integrara a propios y extraños?

¿Cómo sonaba entonces el disco? ¿Qué novedades albergaba?

Las baterías de Herman Rarebell añadían un plus de energía al álbum con un aumento decibélico premeditado con respecto a las mezclas de sus predecesores, encontrando un contrapunto muy interesante con unas líneas de bajo cadenciosas, ligeramente eróticas y siempre bien definidas, soportando mucho peso, por parte de Francis Buchholz.

Las guitarras de Rudolf Schenker (un Kobold danzarín y contundente) y Matthias Jabs (un prestidigitador de neones afables), balanceadas por canales, tejían, entren sus juegos rítmicos, con punto de cruz que remataba cada bordado en el diseño de su propia academia, un confortable y reconocible suéter donde refugiarse de su perenne y aséptica gelidez teutona.

Como portavoz de sus sexualizadas intenciones de post adolescencia, de sus inmediatas llamadas de atención, de sus mensajes hímnicos, de su chulería de cuero entallado y, sobre todo, como megáfono de su regreso mastodóntico, los focos se posaban sobre la limitada figura corpórea de Klaus Meine, alargando su sombra hasta tocar el Olimpo de los vocalistas a los que todos se querían parecer.

La mezcla final es excepcional contando como único inconveniente con una compresión bastante férrea, lo que le resta una serie de decibelios al disco con respecto a ciertos coetáneos, pero eso se solucionaba con subir el volumen y punto, vamos que en aquella época sonada de la hos…

LAS CANCIONES

Hete en este punto la principal fuente de debate.

La apertura con Don´t Stop At The Top, afinada entre el Hard melódico de ligero linaje metalero, cuenta con una serie de riffs bastante elaborados y una pegada de batería inusual, lo que no impide que las melodías luzcan y dejen paso a una sucesión de estofas/puentes/estribillos memorables. Ligeramente dulcificada, pero en completa sintonía con los prólogos de anteriores lanzamientos.

Durante los próximos minutos del redondo, y hasta finalizar la cara A (no puedo dejar de asociar este trabajo al vinilo que disfrutaba en modo bucle), los BPM´s, es decir, el tempo, apenas llega a la ligera arritmia, por arriba o por debajo, lo que contrasta con la taquicardia constante de sus hermanos mayores. Esa ralentización de los temas casa con la cristalina producción y dona un extra de facilidad para que el sentimiento cuasi Pop que alimenta las composiciones, aflore de manera manifiesta y reduzca la letalidad de los camuflados aguijonazos lógicos.

Nacen uno detrás de otro los dos singles más prominentes del disco, la erótica Rhythm Of Love de ambiente Blues artificial y lascivia “Hair” (con una invitada de lujo a los coros: Lee Aaron), y la infecciosa Passion Rules The Game, otra oda a la vida en la carretera con glamouroso contenido interpretativo y Hard melódico de manual por bandera.

Tras este destello de dignidad dentro del alzamiento de bienes que ambas partes, artística y empresarial, habían prevaricado, pasan con más pena que gloria dos cortes que enuncian en primera persona los dictámenes Leppard y la omnisciencia melódica estadounidense. Y digo con más pena que gloria porque mido a Media Overkill y Walking On The Edge bajo el rasero de mayoría de edad compositiva de SCORPIONS, lo que les perjudica irremediablemente. Ambas ligeras de contenido lírico, la primera con un Talk-Box vacilón y gancho asegurado en los coros de fácil acción (memorización) – reacción (destierro), y la otra un presagio de lo que nos aguarda. Los maestros de la balada entran en un estado de hibernación absoluto a la hora de crear uno de los puntos de atención multitudinaria que tantos parabienes les había granjeado. Llamemos a esta pieza “power ballad” de escaparate, de compra asegurada y desuso vitalicio posterior. Y sobre todo muy de la época que querían reflejar pero también del lugar que querían ocultar.

La cara B comienza de otra forma y la verdad es que hace al L.P. ganar enteros. Con We Let It Rock… You Let It Roll nos metemos en harina Hard Rock potente y bien conocida, muy de ellos, aunque esté algo desvirtuada, pero aún así evoca al directo sin remisión.

Tras esa dosis de testosterona y hermandad rockera, llega Every Minute Every Day, esta vez un disparo certero, a medio tiempo, sin disimulo, de auténtico Pop Metal como gustaban de llamar al género de marras los más “heavies”. Y razón no les faltaba por su acercamiento al Pop, pero la tremenda dupla guitarrera se permitía ejercer sin florituras y cedía espacio para una de las mejores interpretaciones tanto principal como coral de Meine (en este tema con la ayuda de Peter Baltes bajista de ACCEPT, que ya había participado en más temas, pero sin tanta relevancia).

Tras esta placentera clavada de uñas en la espalda, llegaba el obús del trabajo, el que no por menos esperado se empezaba a convertir en acuciante. Pura bilis germana que lidiaba con sus momentos más agresivos, un Love On The Run que no quiero ni imaginar como hubiera sonado sin semejante tratamiento de producción. Puro Heavy Metal.

Y para mí acababa aquí el disco después de las primeras quinientas escuchas. Si, ya sé que falta Believe In Love, pero, volver a escuchar errar de semejante manera a los que, según todos los pijos, hacían las mejores baladas, con una canción de amor tan pretenciosa como carente de sentimiento, me partía el alma.

Así despedíamos la década para los Scorps, con un disco irregular pero que de todas formas te hacía quemar los temas buenos, hasta consagrarlos a la altura de sus grandes momentos, así que inevitablemente se convirtieron en inmortales y, sí, jodidamente buenos. A día de hoy no podría juzgarlos, forman parte de mi infancia. Es como si te pones a criticar al coche fantástico, o al Equipo A, o Comando G… No procede.

Lo Mejor: Una producción exquisita al servicio de unos cuantos temas que revalidaban a Scorpions para los más permisivos, y que dejaban grandes momentos individuales de sus integrantes.

Lo Peor: La escasez de temas contundentes y la ausencia de una balada de altura, de las que no fallaban en el momento clave: la cassette recopilatoria para seducir al amor de tu vida de ese momento.

Fecha de edición: 16 de abril de 1988

Jesús Alijo «Lux»