MORTSUBITE – Antiélite (2021) Crítica

MORTSUBITE son una banda burgalesa con una dilatada trayectoria a sus espaldas y un espíritu de renovación constante, cada vez hacia derroteros más extremos, lo que les otorga una identidad poco convencional.

El sexteto siempre ha apostado por ofrecer calidad tanto en sus composiciones como en sus expresiones artísticas, sin más pretensión que vomitar toda su rabia y pasión por la música siempre a un nivel altamente profesional. 

Tras tres trabajos a cada cual más llamativo, su disco Homónimo de 2010, Black Nécora y Deimos de 2013 y 2016 respectivamente, regresan con Antiélite, donde MORTSUBITE nos presentan nueve incisiones directas a nuestras regiones cerebrales más adormecidas con el fin de hacernos cuestionar todo, suscitando dudas e intrigas ampliadas con argumentos ataviados de crudeza y brutalidad (tremenda narración de intensidad ascendente la de Manu en Pigmalión). 

 

 

Nueve laceraciones en la conciencia común a través de una espiral de reflexión orquestada musicalmente como, permítanme el paralelismo, cuando Góngora ejercitaba su prosa, es decir, retorciendo el lenguaje a su antojo para desmarcarse de lo establecido y alcanzar, en este caso, un superlativo idioma solamente usado en las tierras a medio camino entre el infierno y más allá.

Para ello y hermandando sus textos de manera más dramática, rehúsan con sapiencia de las estructuras convencionales cuando creen conveniente, dotando a los temas de un dinamismo cuasi lírico y progresivo, lo que desemboca en una colección realmente amena de riffs con denominación de origen Gotemburgo, Breaks con licencia Doom, uso recreativo del Groove y del Hardcore (¡menudos coros al unísono en Crítica!), destellos fugaces del Thrash, esquizoide abstinencia Math e incluso Post, transiciones de malignidad y nihilismo Black Metal e incluso aproximaciones lógicas al Death Metal “old school” (Inquisidores suena endiablada a más no poder).

Ardua tarea que se refleja en un crecimiento instrumental ostensible donde la batería de Gonzalo Cantero, quien se muestra imparable a lo largo de todo el plástico, resulta imbatible. Mucho gusto en su ejecución y una precisión sobresaliente que me ha sorprendido principalmente con unos “blast beats” ametralladores. Junto a él, el siempre sobrio y notablemente presente Rodrigo Cameno al bajo (Ambientalismo no podía sonar más orgánica en su comienzo), empastando una sección rítmica que libera a sus dos hachas, Israel Cuenca y Adrián Ojer para que expongan un lienzo kilométrico en el que la imaginación y el respeto a la influencia fluctúen de modo natural, coordinado y con una inspiración envidiable (escucha Simbiontes o la instrumental Kerykeion con esa nostalgia Slayer/Megadeth llevadas al lado oscuro…).

Es aquí donde hago un punto y seguido porque con la entrada de Adrián como nuevo seis cuerdas, se revitaliza el propio sonido de Isra, creando entre ambos un mayor efecto de oscuridad, un nuevo muro de opacidad estilística que se ampara en patrones más primarios y atmosféricos cuando no nos aplastan con su contundencia o nos degüellan con su putrefacción, nunca exenta de técnica.

Por otra parte, tenemos a los excelentes narradores virulentos de este manifiesto de salvajismo, Ángel Bello y Manuel Blanco, dos vocalistas que se complementan maravillosamente para un único concepto: desangrar las cuerdas vocales a base de todo tipo de growls y screams, no cediendo ni una mínima porción de parcela a cualquier tipo de voz melódica, lo que genera, a la vez, un aura continua de opresión y libertad enfrentados a sus elaboradas e inquietantes letras. Obviando dulcificaciones innecesarias, este hecho les hace sumar puntos frente a una corriente demasiado transitada por la mayoría de bandas que parecen temer a dar el paso definitivo hacia la barbarie absoluta y que complica la labor, al menos para un servidor, de poner etiqueta a este disco, lo que por otro lado y para deleite de los amantes de Metal extremo, servirá como catálogo armamentístico de cómo herir al cielo y follarse sin compasión al abismo.

Grabado y mezclado en Sadman Studio, en Verín, Ourense, bajo la batuta de Carlos Santos, la masterización fue llevada a cabo por Brad Boatright en Audiosiege, otorgando al sonido del disco una rotundidad sin paliativos y una claridad en la que la vistosidad de cada nota deslumbra por su naturalidad sin perder el efecto avalancha decibélica que desbordan sus nueve cortes.

También hay que hacer hincapié en la sobriedad cincelada a mimo del artwork tanto del vinilo como del Cd, realizado por la artista burgalesa Rebeca Valenciano, y que añade un plus de atractivo a esta colección de canciones que parecen estar contenidas en un templo de piedra y marfil agrietado por el propio consumo de su ferocidad.

Sobresaliente. 

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Jesús Alijo «LUX»