Allá por 1989, un montón de chicos con chupas, pinchos y acné hacían pellas para escaparse a la tienda de discos a comprar Dr. Feelgood. Un típico ritual de adolescencia que marcaría las vidas de una generación. Treinta años más tarde, aquellos adolescentes se llaman cuarentones, llegan un viernes del trabajo de mierda que nunca quisieron tener y ven, desde el sofá de su casa, «la increíble historia sobre la banda más impopular de la historia», Mötley Crüe.
The dirt llega en medio de esta segunda oleada de películas musicales producidas en cadena de montaje, de consumo rápido y olvido aún más rápido. La primera, a primeros de siglo, es la que dramatizó las vidas de Ray Charles, Johnny Cash, The Supremes, Joy Division o Bob Dylan, entre otros. Tres lustros después, y con una cartelera de naderías encabezadas por películas de superhéroes que nunca terminan de alcanzar su punto de saturación, el tono lo establecen Bohemian Rhapsody y sus cuatro Oscar.
Ni más ni menos que ocurre con los personajes de la Marvel, de las películas sobre bandas de rock se espera un esquema mil veces repetido de génesis, auge, caída y redención. A veces, cuando no hay material dramático, toca inventárselo. En otros casos, como en The dirt, el material es tanto que ha hecho falta recopilar un greatest hits de sexo, drogas y rock and roll de poco más de cien minutos. Hora y cuarenta que adapta el libro homónimo, y que resume la esencia de una banda cuya importancia se mide más en escándalos que en superéxitos.
Ahora bien, la percepción que se tiene sobre The dirt varía enormemente dependiendo de las expectativas con las que se mira la película. No faltan las voces que tachan el filme de ser demasiado descafeinado, ya que no muestra la verdadera naturaleza salvaje de Mötley Crüe. Pero decir que The dirt es descafeinada porque no hay sexo explícito es como criticar una película bélica por usar sangre falsa.
Lo cierto es que si a The dirt le quitasen la cocaína y las mujeres desnudas, no le quedaría material suficiente para completar un cortometraje. Porque el biopic de Mötley Crüe es, ante todo, un catálogo de salidas de tono cuya veracidad no hace falta cuestionarse. A diferencia de la sonrojante película sobre Freddie Mercury y su banda, la contorsión de los hechos en The dirt está al servicio de la realidad. No, no importa si los chicos de Mötley Crüe prendieron fuego a una habitación de hotel. Lo que importa es que es creíble, que la locura está a la altura de la leyenda de la banda.
Puede que, dado el material con el que contaban, no sea casualidad que Jeff Tremaine dirija esta película. La primera película “seria” del artífice de Jackass es un compendio de escenas propias de su serie. Y, ante todo pronóstico, funciona bien para una banda como Mötley Crüe. Porque, más allá del escándalo que rodea a la banda, una vez empezamos a rascar vemos que no hay mucho más.
Una selección de actores solventes, un estética estandarizada y una banda sonora de hits en perpetuo playback son los ingredientes necesarios para que la receta funcione. Y, aunque las cantidades varían según las preferencias del público (“pasan de puntillas por la etapa de Corabi”, “se saltan momentos clave para la banda”), hay que reconocerle al equipo artístico la capacidad de hacer un producto lo suficientemente personal y, a la vez, entretenido.
Los pasajes dramáticos, que son relevantes para el desarrollo de la banda y que hacen de contrapeso de la sobrecarga narcótico-festiva, no consiguen mantener el interés de unos personajes que funcionan mejor cuanto más vacíos están. La muerte de la hija de Neil es un trago amargo que no termina de digerirse. El enamoramiento de Sixx con la aguja, una extraña ocasión para diferenciar entre drogas malas (heroína) y drogas aceptables (todas las demás).
Lo más importante de The dirt, sin embargo, es que es una película que rockea. No porque sea una película cool, o porque retrate bien una era, sino porque consigue aunar forma y fondo, captar el espíritu de una banda y volcarlo en imágenes. Más cercano al Scorsese de Goodfellas que al Singer de la aséptica Bohemian Rhapsody, el estilo en el que el metraje discurre se integra con las vidas que representa.
La narración alternada en primera persona, los saltos temporales, el monólogo mirando a cámara, incluso un POV; son todos elementos que hemos visto antes en películas de sexo y drogas y personajes detestables. Nikki Sixx podría ser Henry Hill, y Tommy Lee no está muy lejos de Jordan Belfort. No hay diferencia entre la génesis de Mötley Crüe y la de una banda callejera, igual que su auge y caída la hemos visto antes en decenas de películas sobre gángsters. Su redención no es muy distinta de la de un Walter White musical.
Claro que todos los antihéroes tienen una ética dudosa y, estos cuatro músicos no tienen poco de lo que arrepentirse. Pero, y ahí está la cuestión, The dirt no se esfuerza por quitarle ni un ápice del glamour que venden. No hay juicio moral, y quizá tampoco hace falta que lo haya. Estamos en 2019, y la película se define por sí sola. Una vez vista, la pelota está sobre el tejado de los espectadores. ¿Es esto lo que queremos que represente el rock and roll?
The dirt no responde directamente a la pregunta, pero traslada al cine todo lo que Mötley Crüe representan para la música. Frivolidad, locura, sexismo y entretenimiento a raudales. Un montón de nada revestida de fuegos artificiales que deja, a pesar de todo, buen sabor de boca. Desde el sofá de casa y con Dr. Feelgood criando polvo en la estantería, no podemos pedir mucho más.