Hablamos a menudo de elegancia en la música, y es posible que no sepamos muy bien qué significa eso. Al fin y al cabo, ¿cómo trasladas una apreciación visual a un conjunto de sonidos? Puede que una aficionada de música clásica o un chaval obsesionado con el hip-hop no vea más que ruido en una banda de rock. Pero lo cierto es que los tipos de Snakecharmer conforman una superbanda elegante. Años de experiencia, un gusto por lo sutil frente a lo inmediato, y unos músicos que trabajan concienzudamente por ceder espacio al resto de participantes en pos de la canción perfecta hacen de “Second Skin” un álbum de rock refinado y, sí, elegante.
Publicado cuatro años después de su debut, el segundo disco de Snakecharmer ha sido editado una vez que las apretadas agendas de sus miembros han encontrado el tiempo suficiente para elaborar un puñado de canciones que valieran la pena. Y el tiempo lo ha valido. La banda ha hecho de la suma de sus partes un todo con personalidad arrolladora, y ha sido capaz de publicar un disco cautivador para quien se aburre con el viejo blues y para quien esté saturado del nuevo rock melódico de cadena de montaje.
“Second Skin” consigue la mixtura perfecta entre dos géneros que, si bien individualmente considerados tienden a la endogamia, maridados encuentran sus propios resquicios para llegar a lugares menos comunes. Del AOR se cuela el gancho melódico y la inmediatez de algunos cortes, que van directos a un estribillo con pegada. Del blues llegan los riffs y los solos desgarrados. Entremedias, sirve de puente un teclado que lo mismo juega a ser piano como hammond setentero. Una mezcla aparentemente sencilla y, sin embargo, demasiado poco común en nuestros días.
Cuasirretirados Bad Company y envejecidos Whitesnake, sólo nos quedan unas pocas bandas que mantengan algo de aquel espíritu. Ya se consiguió en su debut, que no llega a la categoría de su continuación, pero en “Second Skin” las virtudes se hacen más palpables, incluso con la ausencia del fundamental Micky Moody. Ahora sustituido por Simon McBride, no sólo no se echa de menos el tono personalísimo del ex-Whitesnake, sino que su reemplazo ha encajado como un guante en el esquema musical de la banda. Un esquema bien pulido, una máquina engrasada para hacer música simple y contundente.
Sean singles o temas con más relleno, cada uno de los once cortes de “Second Skin” guarda secretos que sólo emergen con la paciencia de las escuchas. No es un disco elaborado por amateurs, y se nota. Tras la primera capa, se esconden otras muchas capas en las que se delata el buen gusto compositivo del combo, reducidas dosis de creatividad que se suman a las canciones para que, después de diez o veinte escuchas, el oído siga pidiendo una nueva pasada. A veces es una métrica poco frecuente, como la de “Punching above my weight”; otras una salida de tono hacia territorios más pesados, como en “”Hell of a way to live”. En cada caso, algo te pellizca y te avisa de que estás sobre la pista de algo bueno. Contribuye una producción que, aunque tenga muchos de los defectos recurrentes en pleno 2017, consigue ser lo suficientemente espaciosa como para que los instrumentos respiren por su cuenta.
Párrafo aparte merece la presencia de Chris Ousey, que demuestra ser tan bueno en rotos como en descosidos, imprimiendo a cada canción una personalidad sin la cual “Second Skin” sólo habría llegado a la corrección. Puede que Snakecharmer sea una proyecto de guitarras, pero es el vocalista el que pone la nota de mayor calidad a un conjunto por lo demás excelente. Vuela especialmente alto en cortes como “Follow me under” o la impecable balada “Fade away”, pero también se ventila con solvencia reservada a pocos elegidos (Steve Overland, Eric Martin) temas más directos y rockeros como “Dress it up”.
Snakecharmer han encontrado el tono perfecto de sus amplis, de sus micrófonos y de su composición, y han publicado un disco que sigue perfectamente la línea del debut, afinando en los puntos flojos y reforzando los más robustos. No hay hits claros, ni muchos estribillos realmente coreables, pero hay mucho de esa otra cosa intangible y altamente subjetiva que podemos llamar calidad, experiencia, buen hacer. Elegancia.