“Para este disco hemos explorado territorios musicales que hasta ahora no nos habíamos atrevido a incorporar, pero al mismo tiempo seguimos manteniendo nuestro sonido característico, así que seguro que encantará a nuestros fans”. Esta frase es inventada, pero podría venir firmada por casi cualquier banda a la que hayan pedido explicar su trabajo más reciente. Con la intención de suscitar algún interés, y conscientes de que decir “este disco es más de lo mismo” queda feo, se declara un cambio de dirección o una apertura estilística que, en el mejor de los casos, es discreta. Después llega el desengaño, porque las expectativas rara vez se cumplen, y lo que llega hasta nuestros oídos no es más que una variación más o menos inspirada de lo que ya conocíamos.
Puede que Alan Nimmo se haya visto tentado a vender así “Maverick”, y que muchos fans levantaran una ceja pensando que el sonido de King King tiene unos contornos suficientemente definidos como para que los experimentos sean bien tolerados. Y, sin embargo, creo que es razonable decir que el quinto de los escoceses mantiene su característico sonido a la vez que explora algunos territorios musicales hasta ahora no incorporados.
El último lustro ha sido para King King una montaña rusa de eventos con tendencia ascendente: si los problemas vocales de Alan Nimmo han obligado a posponer algunas giras, lo han compensado con un aplaudido doble directo. Si la formación se había resquebrajado en su sección rítmica, el cuarteto pasó a ser quinteto con la incorporación del mayor de los Nimmo: Stevie no sólo es un soberbio guitarrista sino que también canta y compone, haciendo de estos nuevos King King una suerte de reedición de The Nimmo Brothers.
Así las cosas, no es de extrañar que “Maverick” deje entrever en su sonido los cambios por los que la banda ha pasado. Y también la presión que deben de soportar por seguir escalando y llegando a más público: pabellones más grandes, giras más largas, ventas más abundantes. Quizá por eso, el nuevo disco de King King ha rebajado las dosis de blues en favor de sonidos más comerciales, melodías más digeribles a la par que menos intensas. “Maverick” se escucha con agrado, pero el vello apenas llega a erizarse.
Si ya en “Exile & Grace” podíamos advertir la inclinación de Nimmo hacia la inmediatez más rockera de los Bad Co. más melódicos, “Maverick” sigue por la senda hasta tornar el sonido que nos enamoró en algo prácticamente anecdótico a ratos. Es difícil si este desvío se debe a la nueva suma de fuerzas, que ha desequilibrado el barco capitaneado por Alan Nimmo, o si éste se debe, precisamente, a decisiones conscientes tomadas por el líder en pos de una expansión de sonidos y mercados.
Sea como sea, la identidad de King King se ha trastocado. Si bien los singles “Never give in” o “Dance together” van cortadas por la línea de puntos, no dejan de ser composiciones efectistas que no llegan a emocionar. Las baladas, siempre punto fuerte de los de Glasgow, brillan también en “Maverick”: “By your side” y “When my winter comes” son grandes, pero parecen tener prisa por llegar al final, y no alcanzan la excelencia de clásicos como “A long history of love”.
Hay momentos grandes, composiciones que vuelan por encima de todo cuanto escuchamos en su anterior trabajo. “Whatever it takes to survive” tiene el groove de algunos de sus temas más celebrados, y el tercero de los singles, “I will not fall”, nos arrastra de vuelta a la clase de blues que mejor han sabido desarrollar. En ambas, el trabajo de teclados de Jonny Dyke nos recuerda que Alan Nimmo y su guitarra no son más que una de las partes que hacen grande a esta banda.
Otros cortes, como “Fire in my soul” o “One world”, se escapan de lo ya conocido y transitan hacia lo que podríamos, con las debidas precauciones, llamar AOR. Claro que siempre habrá categorías, y la clase que manejan King King, como la de unos FM o unos Foreigner, hace que hasta la más ramplona de las composiciones suene a gloria y no a diseño. ¿Podría cualquier otra banda escribir temas como “End of the line” o “Everything will be alright”? Puede ser, pero pocas conseguirían hacernos sentir como lo hace este quinteto.
Y es que, quizá, lo que sigue poniendo a King King en la liga de los intocables no reside tanto en las composiciones (que también), sino en el sonido inconfundible de su interpretación, que nos hace sentir como si hubiésemos llegado a casa. Los tres cuartos de hora de “Maverick” están bañados en solos de tono delicioso, groove, teclados sutilmente omnipresentes, y la voz, más emotiva que virtuosa, del grandullón con sonrisa constante y kilt. Y es por ahí por donde va calando el disco de King King, lo que hace que la frialdad de unas primeras escuchas se convierta en calidez y que el agrado del que hablábamos un poco antes pase a ser puro fuego.
Julen Figueras