Las críticas matizadas, igual que las introducciones musicales de cinco o diez minutos, han dejado de vender bien. Ahora, el equivalente al single de tres minutos son las críticas que todo lo destrozan o que ensalzan sin ni un solo pero. Por eso no sorprende que nos encontremos hipérboles que hablan de Firepower como “lo mejor de Judas Priest desde…”, “una obra maestra a la altura de…”, y otras fórmulas tan manidas como el riff de “Breaking the law”. Lo cierto es que, si escuchamos con un poco más de calma y dejamos que repose, el último disco es un buen producto de heavy metal clásico que se adapta razonablemente bien a sus tiempos.
Como esa máquina en llamas que cubre la portada, Judas Priest son un bólido cuya velocidad los ha dejado en proceso de despiece, con un chasis que sigue aparentemente intacto pero cuyo interior queda cada vez más vacío, y del que pronto no quedará más que la marca y su imagen corporativa. ¿Significa eso que la banda ya no dé más de sí? No, en absoluto. Más bien al contrario, Firepower se perfila como un perfecto canto de cisne (salvo que gane la vanidad y nos tengamos que enfrentar a uno o varios discos más sin sus guitarristas), que aguanta el tipo a través de catorce canciones.
En una línea muy parecida a la trazada por su anterior excelente trabajo, Firepower hace de todas las carencias virtud, y las presenta con un envoltorio frente al que es difícil resistirse. En lugar de tratar de llegar a una cima de donde ya bajaron, los Judas Priest de 2018 rebajan las revoluciones y las octavas, y lo ponen al servicio de unos temas rara vez mediocres. Independientemente de las elucubraciones sobre quién toca qué y qué suena a quién, el nuevo álbum de las leyendas británicas tiene todo lo que se podría esperar de ellos. Y, si algo sorprende, es el estado vocal de un Halford que ha ido dominando más y más su propio instrumento.
¿Qué falla, entonces? Si hay algo que reprochar a Firepower, es que estamos ante un disco fácil de gustar, pero difícil de amar. Que sus canciones son reflejos de otras canciones que siempre adoraremos más. Gracias quizá a ese mejunje de diferentes épocas de los Judas (ésta suena a Ram It Down, ésta otra podría hacer entrado en Killing Machine, etc.), los temas parecen tener más miga de la que realmente guardan. Sí, es un nuevo disco de Judas Priest, pero ya no habrá más giros copernicanos en su música, ni canciones que pasen a ser clásicos. ¿Alguien se acuerda de algún tema del Redeemer of Souls?
Con todo, si quitamos el nombre de la portada, la mitomanía que acompaña a todo lo relacionado con Judas Priest y las comparaciones con el pasado, hay al menos media docena de buenas canciones en “Firepower”. Empezando por el par de singles de adelanto, y cortes que se acercan a lo hímnico como “Flower Thrower” o “No Surrender”, la calidad compositiva del quinteto se demuestra en buen estado, aunque se echa de menos un poco más de valentía a la hora de quitar paja de un álbum que se habría beneficiado de una duración más “clásica”. Prácticamente cada una de las canciones tiene una melodía con afán de inmortalidad, los ritmos machacones se reciben con brazos abiertos, y los estribillos, desde sus forzados agudos a sus letras preadolescentes, son coreables desde la primera escucha.
A esta máquina de hacer heavy metal puede que no le queden más carreras que correr, aunque hace tiempo que cruzaron la meta, y lo único que les queda por demostrar es que, a diferencia de otros, sabrán elegir una retirada a tiempo. En cuanto a Firepower, está por ver cómo envejecerá, porque el entusiasmo inicial no suele durar demasiado: las críticas express, para oyentes y lectores express, lo colocan como una de las mejores obras de la banda desde Painkiller. Que es, más o menos, lo que se dijo de cada uno de los discos anteriores desde Angel of Retribution. La realidad es quizá algo más molesta, y es que, por muy buenos que sean estos temas, nunca podrán competir con los que tendremos pegados en el córtex hasta el día de nuestra muerte.