HAREM SCAREM
Sala Caracol (Madrid), 12 Abril 2015
Julen Figueras (foto de portada: Edgar Carrasquilla)
Las vísperas de días de labor no son buenas para conciertos de rock. El rock no es como el fútbol. Y menos aun cuando se trata de rock melódico. Por eso, la razonablemente buena afluencia del pasado domingo sabe dulce incluso aunque su precedente fuese un sold out.
Harem Scarem volvieron a Madrid para presentarnos su excelente último trabajo, Thirteen, sin dejarse casi ninguno de los grandes éxitos con los que ya deleitaron en la pasada ocasión, sólo año y medio atrás. Había quizá unas cuantas buenas razones para no acudir a la cita: no sólo se trataba de una banda que habíamos visto recientemente, y que esta vez tocaba en domingo. Además, una pieza clave de la banda, Pete Lesperance, había tenido que ser sustituido por un recambio de urgencia. Pero, eh, hablamos de Harem Scarem, que durante años ha sido bien escaso en nuestro país, y de un repertorio que se disfruta en cualquier momento y lugar. Razones suficientes para acercarse a la Caracol.
Además, los canadienses no venían solos. Parece que hablar de los teloneros es un trámite del que muchas veces podemos zafarnos pero, esta vez, reseñarlos se convierte casi en una obligación. Acostumbrados como estamos a que nos endosen bandas de medio pelo, fue ciertamente gratificante poder disfrutar de una banda emergente pero curtida como 7 Almas. Formada por algunos profesionales de la música con cierta solera en la capital, los madrileños desgranaron su debut con un sonido excelente y una ejecución intachable.
Temas de hard y melódico que se disfrutan más cuanto más escuchas su disco, con unas influencias de Whitesnake o Rainbow (siempre rock) que no se ocultan: la versión de I Surrender dejó más de una mandíbula fuera de sitio. Porque, aunque el trabajo duro no siempre da frutos, no hay duda de que no hay fruto posible sin ese trabajo de fondo.En este caso, el resultado ha sido telonear a Harem Scarem, pero está claro que estos cinco tipos aún no han tocado techo. Ya tienen un buen puñado de seguidores, una agencia de management con buena mano, y ganas tremendas de coger lo que les echen.
Con asombrosa puntualidad, Harem Scarem asaltaron el escenario con Garden of Eden y un sonido decididamente más saturado que el de 7 Almas. ¿Deliberado? Ni idea, pero parecía que iba a convertirse en otro de esos conciertos en los que volveríamos a casa con los oídos pitando. Por suerte, los instrumentos fueron sonando cada vez más nítidos y, para cuando llegó una de las insuperables, Hard to Love, la banda puso el primero de los puntos álgidos de la noche. Uno de tantos.
Harry Hess moviéndose constantemente de aquí a allá, apoyado sobre las pantallas o acariciando ocasionalmente su guitarra, llevó el peso del show casi por sí mismo. Con el colchón de coros (marca de la banda) proporcionado por la base rítmica, las líneas vocales de Hess volaron como si el tiempo no hubiese pasado por sus cuerdas vocales. En la ausencia de la otra gran figura de la banda, Pete Lesperance, el improvisado pero indiscutiblemente bien preparado Mike Vassos atinó casi todos los solos pero quedando casi siempre en un plano secundario. A cambio, el polifacético Darren Smith se llevó un protagonismo extra con su presencia, sus comentarios, sus gestos y, claro, con una voz que en cualquier otra banda (Red Dragon Cartel, por decir una) estaría mucho más aprovechada y que, en Harem Scarem, sólo pudo lucirse durante un par de temas. Y es que, con una figura como Hess al frente, de voz tan impecable (¡impecable!), no hace falta mucho más. El vocalista nos metió en su bolsillo sin ningún esfuerzo, haciendo bromas constantemente (no siempre captadas entre la gente), clavando cada uno de los quiebros vocales inmortalizados en disco, y espetando a un público «muy callado en los intervalos entre canciones».
Pero ese silencio no era más que el hambre de música de los presentes, menos dispuestos a jalear que a corear clásicos (Saviors Never Cry, No Justice) y temas nuevos: All I Need y The Midnight Hour sonaron como si llevaran en el repertorio 20 años. O lo que es lo mismo: como canciones atemporales. Por lo demás, no hubo espacio para sorpresas: de nada hubiese valido pedir este o aquel tema que quedaron en el tintero (y que podrían haber sustituido por Karma Cleansing, un poco huérfana entre tanta melodía). Al fin y al cabo, Vassos se había aprendido ese puñado de canciones, y no caería ni una más de las programadas.
Hora y un pico corto de concierto que se pasó rápido pero que también nos dejó satisfechos. Imperfecto, incompleto, pero satisfactorio. El cuarteto se mostró indudablemente cómodo, sospechosamente encantado con el show que nos ofrecieron, y nosotros nos fuimos a casa un poco más completos que cuando entramos.