De nuevo me voy para el norte de Europa, que parece que de ahí no salgo y, no me extraña, porque con el panorama musical que hay por esas tierras, es, cuando menos, para quedarse. Aterrizo en Suecia una vez más para hablar de una banda majestuosa llamada Dynazty. Grupazo formado por cinco músicos de gran calibre, con 6 álbumes a sus espaldas en cuestión de 10 años, cosa que en los ´80 podría parecer peccata minuta, pero que hoy por hoy hay que ser más que valiente para hacerlo. Sobre todo, para hacerlo al modo que éstos suecos lo han hecho. Su música se clasificó como Hard Rock melódico en un principio (muy cerca andaban), pero si tengo que ser honesta, me cuesta enclavarles en un estilo en concreto. Son capaces de crear una amalgama de estilos fusionados difíciles de denominar, por lo menos para mí. Lo único que puedo decir es que, lamentablemente, Dynazty no están en el pódium en el que deberían de estar; desde mi punto de vista, siguen siendo unos desconocidos y la calidad de su música está probablemente infravalorada, quizás por desconocimiento. Es ahí donde precisamente yo quiero aportar mi granito de arena, como alguien lo hizo conmigo cuando me los dio a conocer (te estaré eternamente agradecida, Iker) y para que todos los lectores de esta reseña se animen a escuchar este disco, nadie se puede perder algo así.
Todos los acontecimientos siempre están enmarcados en un contexto histórico, social, económico… y éste no va a ser distinto. He de reconocer que mis emociones y mis sentimientos ahora mismo se ven influenciados por la situación que estamos viviendo a nivel nacional e internacional por el tema del coronavirus. Y digo esto porque pienso que cualquier cosa que escuchemos en un determinado momento, siempre irá marcada por todo aquello que esté ocurriendo en nuestro entorno. Es muy probable que todos recordemos una canción o un disco como algo ligado a una circunstancia que estuviera ocurriendo en nuestra vida en ese momento. Desde hoy y para el resto de mis días, yo siempre recordaré este disco como el disco que escuché y que me hizo sentir grandes emociones en marzo de 2020.
«The Dark Delight» es el nombre de éste nuevo trabajo. Y no, no hablamos del placer del chocolate negro (que también lo es), sino de ese placer oscuro que Dynazty nos invita a deleitar. Quizás oscuro porque incorpora elementos nuevos en sus temas y nos deja aún más confusos para poder ponerle un nombre en concreto a su estilo.
Presence of Mind inaugura el disco, con una voz que progresivamente va encabezando el tema y unos coros iniciales a modo “cheer leader” que la hacen perfecta para entrar a saco y empezar un bolo. La voz de Nils Molin es suficientemente poderosa aquí como para empezar a cantar con sólo unos pocos instrumentos de fondo acompañándolo. Aquí se alternan tiempos en los que predomina la voz sin necesidad de mucho más, con otros en los que todos participan, incluso se atreven con una voz en off a modo mensaje y un solo de guitarra. Esta “presencia de mente” fue su primer single; personalmente reconozco que yo estaba esperando este disco como “agua de mayo” y lo cierto es que cuando la escuché me dejó un poco a medias…, pero me dije a mí misma: “Estos tíos te van a sorprender… y lo sabes”… ¡Uffff!, que si lo sabía.
Encabezada por un teclado, Paradise of the Architect se convierten en una de esas imprescindibles canciones pegadizas, con un estribillo muy fácil de tararear e ideal para incluir en onda expansiva con The Black o hasta llegar a Threading the needle. Aquí ya apreciamos una constante habitual en la trayectoria de esta banda, en su manera de componer y citaré como ejemplo el comienzo y progresión rítmica muy similar a la segunda parte de su tema The Grey, de su anterior disco: ir subiendo el tono, para con un bridge corto, hacernos explotar en el estribillo repleto de fuerza y con la voz de Nils casi a punto de seguir volando.
Para aquellos a los que les parecía flojo lo expuesto hasta ahora, les damos From Sound To Silence, a la que, por cierto, el nombre no va en consonancia con el elemento nuevo que han introducido (será para despistar): voces guturales. Sí, sí, no estoy de broma. Para todos los que le gusten los tonos más oscuros y pesados, ¿quién se lo iba a esperar? Taza y media.
Hologram nos despista un poco con su piano y guitarra inicial al unísono, con la melodía suave de Nils, indicios que nos hacen pensar que va a ser la balada del disco, pero, ¡es que hasta en ésta hay marcha!, aunque, eso sí, con tonos más subidos que otros, consiguiendo de esta forma convertirse en un medio tiempo no exento de movimiento. No esperéis algo más flojo en el disco porque os adelanto que no lo vais a encontrar. Y tampoco lo necesitamos.
Después del respiro anterior, empieza la fiesta con Heartless Madness. Si alguien es capaz de no mover los pies con este temazo es que no le corre la sangre por las venas. La primera vez que escuché sus notas iniciales, me puse a dar saltos como una loca llevada por la emoción, por el ritmo; es más, durante muchos días se convirtió en el despertador oficial de todos mis vecinos. Me vais a perdonar, pero es que me parece tan buena que no sé ni cómo describirla. Que nadie pase sin escuchar esto y ya me contaréis si habéis sido capaces de lavaros los dientes escuchándola sin bailar, o, cuando se pueda, de no pedir una ronda más de chupitos en un bar, con los colegas, mientras la cantáis. ¡Bravo, bravo, bravo! Bravo por esos solos de guitarras impresionantes, de teclado y con un juego vocal impoluto, ¡bravo por todo!
Si una canción recordaré de este confinamiento al que estamos sometidos, será Waterfall. La que me permitió insuflar mi última bocanada de aire rodeada de árboles solitarios, tanto como yo. Melancolía, un elemento muy presente en esta pista. Una mezcla de querer soltar alegría traducida en la energía de guitarras rudas, pero a la vez retenida por la voz y el ritmo que, para mí, hacen de ella una obra maestra, una cascada de agua que nos despierta y nos recuerda querer seguir viviendo. No sé si me hace llorar o me saca una sonrisa triste. Y si ya la acompañamos con el video oficial… los sentimientos afloran. El sentimiento que Nils pone aquí es grandioso, no sé, pero este chico tiene de todo (ummmmmm).
Cabe destacar el toque rítmico y la sonoridad celta introducido en The Man and the Elements, la similitud con Kamelot en Apex, donde el vocalista acaba algunos versos con esa especie de suspiros made in Khan. Así como curioso es también el aporte “arizónico” en The Road to Redemption que fácilmente nos lleva a imaginar un desierto estadounidense repleto de cactus en una película de Tarantino.
Acabamos con la que da nombre al disco, The Dark Delight para poner el broche final y hacernos recordar en su comienzo a algunas guitarras clásicas de la antigua escuela del Rock, para, después seguir con su propia identidad.
Creí que, con su anterior álbum, Firesign, iba a ser difícil hacerlo mejor, pero Dynazty me han vuelto a dejar con la boca abierta con este «The Dark Delight». Se han superado con la introducción de nuevos elementos identificativos de otras vertientes del metal; mi más sincera enhorabuena a estos suecos.
De escucha obligada independientemente si te gusta el Hard Rock, el Metal clásico, el Power Metal e incluso otros géneros más pesados: éste es un disco que acierta englobando, fusionando y siempre desde su característica línea de autosuperación. Animo a que los encontréis y puedo daros mi palabra de que no os vais a arrepentir, lo recordaréis siempre. Para mí este disco ya tiene un lugar en mi corazón y en mi memoria.
RATE/NOTA: 9/10
Laura Grosskopf (The Lux Team)