BULLET – Dust to Gold (2018)

Un estándar es, según dice la enciclopedia libre, un esquema para entender una pieza musical. Es, además, una pieza musical que, de tantas veces interpretada, ha pasado a ser parte del acervo popular. En muchos casos, son piezas tan manidas que parecen ser composiciones tradicionales de autoría desconocida. Al final, no importa tanto quién compuso el estándar, porque pasan a ser de todo el mundo.

Los estándares musicales suelen encontrarse generalmente en el jazz o en el blues, y no es casualidad. Junto con el progresivo estancamiento de estos géneros, ciertas melodías, medidas y progresiones armónicas fueron petrificándose, haciéndose previsibles pero a la vez de una familiaridad agradable.

Los estándares tienen la virtud (o el defecto) de que, incluso sin conocer expresamente lo que estamos escuchando, su estructura se nos hace fácilmente adivinable. Así, por ejemplo, “sabemos” cuándo va a llegar el estribillo, cuándo viene una repetición o incluso podemos intuir el redoble que cerrará la canción.

Y, aunque aún no están reconocido, va siendo hora de decir que en el heavy metal, igual que en otros géneros anticuados, los estándares existen y son más comunes de lo que piensa la mayoría. Las canciones que un día popularizaron Accept, Iron Maiden o Judas Priest son ahora esqueleto de miles de canciones que otras bandas revisten, cambiándole la letra, el título y con variaciones mínimas en el riff y estribillo.

En ese extraño arte, Bullet se presentan como una de las bandas con más talento en una escena repleta de bandas que hacen sus propias versiones de esos mismos estándares. Dust to Gold, el sexto LP de la banda sueca, es un catálogo de esos temas que, siendo inéditos, creemos haber escuchado un millón de veces.

Y la sensación no es gratuita. Es difícil dar al play y, al pasar por encima de “Speed and attack” o “One more round”, no pensar en los Judas Priest de “Screaming for vengeance” o de “Freewheel burning”. Cuando ponemos “Ain’t enough” o “Fuel the fire” creemos estar escuchando a unos Accept clásicos (los de “Aiming high” o los de “Balls to the wall”, por ejemplo). Que todas ellas vayan impregnadas de un sonido acedecesco (que, puesto al día, vendría a ser más cercano a Airbourne), no debería sorprendernos lo más mínimo.

La comparación con la música que escuchaban nuestros abuelos y que ha llegado a nuestros días en reencarnaciones de blues, jazz o R&B es, con todo, algo injusta. La diferencia principal con los estándares de antaño es que aquéllos se han seguido multiplicando en forma de esqueleto al que se le cambia la piel. En el caso de estas canciones de Bullet (y de otras muchas bandas, para qué negarlo), la estrategia es menos original: son canciones que suenan a otras compuestas por otras bandas, y las interpretan como esas otras bandas.

Al final, la sensación que queda es la de estar escuchando a una banda que pone mucho esfuerzo en diseñar muy bien una rueda inventada hace cuatro décadas. ¿Lugar para la sorpresa? Para qué. Dust to gold es un disco que suena potente, perfectamente ejecutado, con cierto regusto cleptomaniaco a lo ya escuchado, que puede sorprender a nuevas generaciones igual que el cine de Guy Ritchie sorprende a los fans de Tarantino.

Claro que, aunque parezca un cliché, el público del heavy metal es leal como ningún otro, y un nuevo disco de Bullet, por poco novedoso que sea, siempre tendrá un recibimiento más cálido que el último intento innovador de una banda vanguardista. Cuernos en alto, headbanging, riffs y coros encajados con precisión milimétrica. Después de cuarenta años, la fórmula sigue funcionando, y no sé si alegrarme o echarme a temblar.

Julen Figueras