Si solamente quieres saber que tal suena el nuevo disco de MAGNUM, sin tragarte un tochazo de crítica, te la resumo con sumo gusto: merece la pena, hazte con él.
Pero si por el contrario quieres adentrarte en los entresijos que jalonan la mediocridad de la excelencia, te invito efusivamente a que me acompañes en esta travesía guiada por ellos mismos, por el respeto que merecen.
Con la lógica, aunque inesperada, llegada del intenso frío estacional, la noticia de que Magnum mantenga un nuevo idilio con la industria discográfica es, la enmarcación perfecta, para permitirnos soñar al lado de una cálida fogata de emociones en la noche del narrador, al cobijo del valle del rey de la luna.
No creo que me corresponda a mí, ni a esta reseña, analizar la trayectoria de estos vigilantes de la perpetuidad melódica, de la elegancia generacional aplicada a la música en términos infinitos. Y es que me parece ridículo que, ante semejante colección de temas atemporales que hacen visita al recordar el catálogo de los de Birminghan, haya que ponerles más etiqueta que la que les corresponde: el arte del Rock aplicado a más de cuarenta años de andadura traducida a veinte discos de estudio. El reino de la locura desatado.
Juntos, los inseparables Tony Clarkin guitarra, principal compositor (fundamental su labor como siempre, siendo solista o bien respetando la demanda de cada integrante según la pista adquiere dimensión), y el carismático cantante Bob Catley (por quien los años no parecen pasar vocalmente hablando). Suma filas, desde que allá en 2001 decidiera unirse a la persecución del dragón, el preciso bajista Al Barrow. Para completar la formación han añadido, sabiamente, escapando del jardín de la sombra, la energía renovada de Lee Morris y Rick Benton, batería y teclados respectivamente. Su labor al rodar en esta carretera a la eternidad es vital, siendo aquí donde quizás radiquen las diferencias más evidentes con anteriores trabajos: Vigorosos y certeros impulsos de ritmo que hacen surcar con las alas del cielo, rincones tan solo aptos para sonámbulos de la belleza atmosférica que se precise.
Soplos de vida con aire rejuvenecido, a galope comedido, empastados con la maestría del juglar de la línea vocal indicada para el momento definitivo, tanto para guiarnos por la estrofa como para súbitamente alzarnos en volandas con estribillos imperecederos, ¿quieres pruebas?: Peaches and Cream, Storm Baby (la sutileza instrumental de su inicio es abrumadora), Without Love y Ya Wanna Be Somebody. Todas ellas envueltas artesanalmente con delicadas capas de barniz secado por la atención y comprensión a cada instrumento, en especial el teclado.
Mención aparte merecen:
Show Me Your Hands, donde la omnipresencia de la guitarra acústica y el piano resaltan un aire festivo propio de un sombrerero loco en la undécima hora del decimotercer día en compañía de la princesa Alicia y la flecha rota. Rasgando la algarabía que insufla este corte, a mitad del festejo, una ola en forma de inspiradísimo collage de notas difuminadas por Benton, rompe en nuestra memoria como un claro homenaje al mejor Mike Oldfield, permitiéndonos coger resuello para finalizarlo tal y como empezó, con alegría.
Welcome To The Cosmic Cabaret flota, sin ataduras, sin prisa (ocho minutos y doce segundos exactamente), dando las buenas noches a la ciudad de los ángeles, a la bohemia estructura que sostiene el imperio de la orfebrería en aras de una rapsodia marca de la casa.
A modo de sorpresa y como compensación a contribuciones, giras y camaradería, en Lost On The Road To Eternity interviene Tobias Sammet (EDGUY, AVANTASIA) que, aunque nos hace esbozar una sonrisa de complicidad, no logra ni por un segundo hacer palidecer el foco que ilumina constantemente, por derecho propio, a este Mr. Catley sobresaliente. La Wolf Kerschek Orchestra dirige la épica de un tema que sin problemas podría destacar en cualquier disco de Avantasia.
Forbidden Masquerade dota, a la ya amplia paleta de texturas que posee este disco, de un aspecto cinematográfico sensorial diferente, emparentado con cualquier aventura de espionaje que seamos capaces de fabricar en nuestra mente, o al menos en la mía.
Tell Me What You´ve Got To Say, Glory To Ashes y King Of The World rellenan, de modo menos superlativo pero manteniendo el tipo, la última parte de esta saga inagotable de señorío llamada MAGNUM.
Incalculable legado de poesía apta para todos los públicos y vulgaridad refinada en este mágico sendero de once canciones.
Producción sólida, orgánica, lejos de artificios deslumbrantes, como una flamante nueva mañana de fertilidad heroica y férrea sujeción al mundo real.
Dos ediciones de lujo, tanto en vinilo como en digipack, recompensarán el fervor de sus seguidores, con diferentes atractivos, a gusto de cada bolsillo.
Ojala muchos de los `grandes´ grupos `llena estadios´ tomaran nota de estos distinguidos británicos, que, sin variar excesivamente su proceder y sin ceder ante las modas, añaden nuevas formas de evolución, sin olvidar quienes fueron, quienes pretendían ser y quienes queremos que sean.
Gracias Magnum por la ilusión que entregáis, como si de un regalo en un día de Navidad se tratara.
Jesús Alijo LUX