Existen grupos cuya esencia, más allá de los cambios que se den en la formación o en el propio estilo, permanece viva y presente en cada paso que da. Éste es el caso de Yes, que ha cruzado ya los 40 años de carrera despeinándose en unas pocas ocasiones pero manteniendo un buen pulso casi constante con el paso del tiempo.
Pasados diez años desde «Magnification», y con el abandono forzado de Jon Anderson a la voz, regresa uno de los grandes del progresivo con fuerzas renovadas y algunas ideas recicladas. Las dudas sobre lo que nos íbamos a encontrar en el interior del disco estaban más que fundadas, pero han sido disipadas con contundencia.
¿Echaremos de menos a Jon? No.
¿Suena a Yes? Qué duda cabe.
¿Es lo que podíamos esperar? Mucho más que eso.
La banda no sólo consigue sobrevivir a la roña compositiva en la que generalmente se sumen los grandes de épocas pasadas, sino que ha parido un disco que, a mi parecer, supera a muchos de los trabajos de su catálogo y lo emparenta con otros de los más aclamados.
El canadiense Benoît David consigue que olvidemos durante tres cuartos de hora que estamos ante un novato dentro de la banda. No sólo consigue mantener el espíritu del inglés, sino que tiene personalidad propia (a ratos más parecido al otro sustituto de Anderson en los ochenta y aquí productor, Trevor Horn). Por supuesto, la banda ayuda: con recambio de lujo a los teclados (el pluriempleado Geoff Downes, salvo el par de ocasiones en las que participa Oliver Wakeman), la formación que parió algunos de los mejores trabajos del rock progresivo consigue un sonido que transporta directamente a la época dorada del género.
“Fly From Here” es una canción reciclada que los ex-Buggles aquí presentes (los mencionados Downes y Horn) han importado para desarrollar definitivamente en el corte que completa toda la primera parte de la obra: una suite con momentos para todos los gustos y con aroma clásico desde la primera nota del teclado, que sirve como perfecto anticipo de lo que nos vamos a encontrar: clase a raudales y calidad por doquier, la conjunción maestra de la suavidad musical que ya nos ha conseguido transmitir, antes de darle al play, la portada (preciosa) de Roger Dean; danzando coherentemente con momentos más agresivos y otros más dramáticos.
Aunque brilla siempre la guitarra inimitable (y este adjetivo cobra aquí sentido completo, no es un simple adorno) de Steve Howe (atención a ese dramático solo en “Sad Night at the Airfield”, pocas veces letra y música transmitieron tan bien un mismo sentimiento), todos los músicos están a un nivel que, sencillamente, no puede escucharse en casi ningún grupo de la actualidad. Sería injusto obviar los coros, muy necesarios, de Squire, y su potentísimo bajo, pero también el toque que Alan White nunca ha perdido, además de Downes, que hace que la ausencia de Rick Wakeman quede en anecdótica.
La suite, que dura más de veinte minutos pero se pasa en un suspiro, reposa su final en la segunda parte del álbum, de fugaces cortes y de estructura sencilla, pero no por ello de menor calidad. Mención especial para la preciosa y rica arreglos “Hour of Need”, una composición de Howe en la que la simplicidad aparente torna en virtud, y “Life on a Film Set”, con el binomio Downes/Horn al timón una vez más, y en donde Benoît David demuestra sus dotes con nitidez suficiente para acallar a los escépticos.
De cada canción se podría enumerar media docena de virtudes; podrían escribirse unas cuantas páginas de halagos. En lugar de ello, invito a todo aquel que aún no lo haya hecho a escuchar esta producción que, a pesar de datar del 2011, encierra en sí la calidad del nuevo milenio con el sentimiento de las viejas producciones, la nitidez en todos y cada de los instrumentos que forman parte de la obra, y una colección de temas que, aunque vengan de autores y tiempos diferentes, fluye de principio a fin como una hoja a la que lleva la corriente de un río.
Pasados diez años desde «Magnification», y con el abandono forzado de Jon Anderson a la voz, regresa uno de los grandes del progresivo con fuerzas renovadas y algunas ideas recicladas. Las dudas sobre lo que nos íbamos a encontrar en el interior del disco estaban más que fundadas, pero han sido disipadas con contundencia.
¿Echaremos de menos a Jon? No.
¿Suena a Yes? Qué duda cabe.
¿Es lo que podíamos esperar? Mucho más que eso.
La banda no sólo consigue sobrevivir a la roña compositiva en la que generalmente se sumen los grandes de épocas pasadas, sino que ha parido un disco que, a mi parecer, supera a muchos de los trabajos de su catálogo y lo emparenta con otros de los más aclamados.
El canadiense Benoît David consigue que olvidemos durante tres cuartos de hora que estamos ante un novato dentro de la banda. No sólo consigue mantener el espíritu del inglés, sino que tiene personalidad propia (a ratos más parecido al otro sustituto de Anderson en los ochenta y aquí productor, Trevor Horn). Por supuesto, la banda ayuda: con recambio de lujo a los teclados (el pluriempleado Geoff Downes, salvo el par de ocasiones en las que participa Oliver Wakeman), la formación que parió algunos de los mejores trabajos del rock progresivo consigue un sonido que transporta directamente a la época dorada del género.
“Fly From Here” es una canción reciclada que los ex-Buggles aquí presentes (los mencionados Downes y Horn) han importado para desarrollar definitivamente en el corte que completa toda la primera parte de la obra: una suite con momentos para todos los gustos y con aroma clásico desde la primera nota del teclado, que sirve como perfecto anticipo de lo que nos vamos a encontrar: clase a raudales y calidad por doquier, la conjunción maestra de la suavidad musical que ya nos ha conseguido transmitir, antes de darle al play, la portada (preciosa) de Roger Dean; danzando coherentemente con momentos más agresivos y otros más dramáticos.
Aunque brilla siempre la guitarra inimitable (y este adjetivo cobra aquí sentido completo, no es un simple adorno) de Steve Howe (atención a ese dramático solo en “Sad Night at the Airfield”, pocas veces letra y música transmitieron tan bien un mismo sentimiento), todos los músicos están a un nivel que, sencillamente, no puede escucharse en casi ningún grupo de la actualidad. Sería injusto obviar los coros, muy necesarios, de Squire, y su potentísimo bajo, pero también el toque que Alan White nunca ha perdido, además de Downes, que hace que la ausencia de Rick Wakeman quede en anecdótica.
La suite, que dura más de veinte minutos pero se pasa en un suspiro, reposa su final en la segunda parte del álbum, de fugaces cortes y de estructura sencilla, pero no por ello de menor calidad. Mención especial para la preciosa y rica arreglos “Hour of Need”, una composición de Howe en la que la simplicidad aparente torna en virtud, y “Life on a Film Set”, con el binomio Downes/Horn al timón una vez más, y en donde Benoît David demuestra sus dotes con nitidez suficiente para acallar a los escépticos.
De cada canción se podría enumerar media docena de virtudes; podrían escribirse unas cuantas páginas de halagos. En lugar de ello, invito a todo aquel que aún no lo haya hecho a escuchar esta producción que, a pesar de datar del 2011, encierra en sí la calidad del nuevo milenio con el sentimiento de las viejas producciones, la nitidez en todos y cada de los instrumentos que forman parte de la obra, y una colección de temas que, aunque vengan de autores y tiempos diferentes, fluye de principio a fin como una hoja a la que lleva la corriente de un río.
Julen Figueras