W.A.S.P – Crónica

W.A.S.P
Teatro de las esquinas, Zaragoza, 21 Octubre 2015
Crónica: Toño Martínez Mendizábal – Fotos: Alba Martínez Semper

Desde el mismo momento en que se supo que Zaragoza iba a ser una de las cuatro ciudades españolas elegidas para la gira de la banda norteamericana WASP, estaba claro que el evento estaba condenado al éxito. Y es curioso porque, desafortunadamente, esa misma frase, pero terminada al revés, ha sido usada por estos y otros lares con frecuencia. ¿Por qué en esta ocasión se esperaba un resultado de bueno a excelente? Pues por muchas razones, de las que citaremos algunas, sin que estén en orden de importancia.

La primera es que el público suele responder mejor a las grandes bandas conocidas que a las bandas grandes todavía por consolidar o a las que empiezan. La segunda es que WASP es uno de esos grupos que siempre han mantenido una legión de fans fieles, aferrados a sus grandes éxitos y a lo que supusieron cuando eclosionaron exitosamente en la escena angelina de los ochenta. Y ello, a pesar de que ¿sólo? quede Blackie Lawless para contar aquellas andanzas. La tercera podría ser que ya todo el mundo sabe que su recién editado Golgotha es uno de los discos del año, un puñetazo en la mesa y la demostración de que el Lawless cristiano, muy bien acompañado, está en plena forma musical, tanto en lo creativo como en lo que hace referencia a la interpretación. La cuarta sería una instalación (El Teatro de las Esquinas) que, más allá de que tenga sus costes, es lo más apropiado que uno pueda encontrar para este tipo de conciertos y espectáculos, por haber sido concebida para ello y estar dotada de todo lo que una sala que se precie querría tener. La quinta: las 21: 30 y sin teloneros, un buen horario para un concierto entre semana, que incluso permitió la presencia de amigos venidos de otras provincias. Finalmente, y le pese a quien le pese, si le pesa, que incluso en estilos en los que la imagen fue una de las claves del éxito, la audiencia sigue premiando la calidad, la carrera y las canciones. Seguro que tú puedes añadir más motivos: de márketing, organizativos o personales. Hazlo, me encantará.

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En cualquier caso, cuando se abrieron las puertas a las ocho de la tarde, la cola era ya importante y la zona de merchandising y las barras comenzaron a poblarse de público ansioso de alguno de los variados y acertadísimos modelos de camisetas, colgantes y demás abalorios o, sencillamente, de tomar una “birra de calentamiento”.

Con puntualidad y un espectacular escenario, presidido por tres pantallas gigantes y una enorme batería, un mix de sus grandes éxitos e imágenes de la banda sirvieron de presentación al primer tema, On Your Knees, que enlazado sin solución de continuidad con Inside The Electric Circus y The Real Me, enfervoreció al personal, mostró el buen estado de forma de Blackie a la voz y el gran sonido del que íbamos a disfrutar.

Un precioso montaje (de los que ya nadie trae) alternaba imágenes del pasado, jugando con los colores como telón de fondo, para las figuras de un Lawless, que no renuncia a su estética a pesar de la edad, una base rítmica de gran calidad, con Mike Duda al bajo y Randy Black (ex Primal Fear) a la batería, en sustitución de Mike Dupke para la gira; y un extraordinario Doug Blair, al que Blackie, como los grandes de verdad, no teme darle todo el protagonismo que merece en escena.

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Así, tras la interacción con el público, nos sedujeron con el L.O.V.E. Machine, cantado por casi la totalidad de la sala y, acto seguido, se marcaron el primero de los tres temas de su último trabajo elegidos para la gira: Last Runaway. Imágenes espectaculares alusivas al artwork del álbum y un temazo que, como algún otro, tenga apoyo en coros o no, es un trallazo contemporáneo. Caras de satisfacción, comentarios acerca del importante momento, admiración por los músicos y testimonios de amistad mientras el gran setlist (relativamente standard para esta gira) seguía su curso y nos llevaba hasta un emocionante Miss You, cuyo estribillo era coreado por el personal como si la canción tuviese treinta años en lugar de veinte días. A ver quién consigue eso hoy por hoy. Emoción y tema “cantado” a medias por Blackie y la guitarra de Blair, que sabe ser cortante como el disco de sierra que la adorna y pasar a acariciarte como tejido de seda en cuestión de décimas de segundo. La carne de gallina. Brutal.

Sin apenas percibirlo, el concierto avanzaba con la alternancia de temas históricos, nuevos y versiones ya asentadas, como la conocida I Don’t Need No Doctor, que otra vez hizo cantar al respetable. El frontman neoyorkino repartía fuerza en los temas más potentes y la dulzura de su timbre en las baladas (incluso ambas cosas en un mismo tema), con maestría, sentimiento y perfección. Su aportación con la guitarra rítmica daba cuerpo a muchos de los temas, permitiendo el lucimiento de Blair.

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Un Golgotha anunciado con pasión por el cantante, perfectamente interpretado por todos y rematado por los potentes dedos de Doug, con portentosos bendings de los que ponen a prueba las cuerdas; dieron lugar a la primera pausa. Bueno, en realidad no, porque el show contempla alguna más, para gusto de algunos, desconcierto de otros y descanso del jefe. Al final, y sin micrófono, pudimos comprobar cómo Blackie rezaba con la mirada perdida en las alturas (“Oh father”, empezó diciendo) y cómo unas lágrimas caían por su rostro. Así fue.

Animación de oé-oé-oé-oé para los bises, que fueron los archiconocidos Wild Child y I Wanna Be Somebody, que sonaron tan bien como solían hacerlo y dieron por finalizado un concierto al que la mayoría sólo echó en cara que no hubiese durado más. Buena cosa es esa para cualquier espectáculo que se precie, ¿no os parece?

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Sólo los grandes renacen de sus cenizas una y otra vez, como el Ave Fénix, superando adversidades personales y profesionales. Sólo los grandes. Porque para que haya cenizas antes tiene que haber habido fuego y para volar alto hay que tener alas como las que el mundo del rock le debe a Blackie Lawless, por sus composiciones y su inimitable interpretación.

Crónica: Toño Martínez Mendizábal – Fotos: Alba Martínez Semper