THE TEMPERANCE MOVEMENT (Crónica 8/11/2013)

THE TEMPERANCE MOVEMENT + Joshua James
Madrid 08/11/2013
Texto y fotos: Julen Figueras

 

En lenguaje popular, un “concierto” es un evento en el que unos músicos tocan sobre un escenario mientras el resto de las personas, el público, escucha. Hay otro significado, menos conocido, pero de sentido más abierto, que deberíamos aplicar para lo que The Temperance Movement (nos) hizo en Madrid: una total comunión entre los de arriba (tocando) y los de abajo (escuchando, bailando y cantando) convertida en rito de rock, blues, folk y todo lo que la banda ha sabido colocar en su batidora musical.

 

 

A pesar de que las tretas publicitarias hayan intentado colocar a The Temperance Movement como banda de influencias indie, en Madrid no había más que unos pocos despistados y gafas de pasta entre los muchos rockeros que (casi) llenaron la sala Moby Dick.
La del viernes fue, en general, una noche inusual para lo que la capital nos ha acostumbrado. Puntualidad inusual para los teloneros, los indies Joshua James, que aburrieron más de lo que entretuvieron al público. Aunque el indie se vista de folk, dice el nuevo refrán, indie se queda: melodías sensibleras y ritmos monótonos para un puñado de canciones con un rango de variedad que sólo supera AC/DC. De todas formas, no se puede negar que el cuarteto hizo lo que pudo, incluso cantando un tema en castellano de rancho norteamericano, y su concierto fue más que correcto, con un sonido acústico sorprendentemente agradable para una sala de conciertos madrileña.

 

Inusual también fue ver a una banda como The Temperance Movement. Un EP, un disquito de doce canciones, y un concierto que parecen haber estado repitiendo a la perfección durante los últimos veinte años, pero con la pasión de quien enseña, emocionado, una obra recién parida. Inusual era ver a sus miembros: pareciera que cada uno iba a lo suyo, tocando unos acordes aquí, unos punteos allá, unos ritmos sin excesiva complicación. Y, sin embargo, bajo los focos, los instrumentos se hacían uno y el resultado era puro y musical. Todo ello gracias a un sonido que, éste también, fue inusualmente nítido.
Por no ser normal, no lo fue ni la reacción del público. Sala pequeña para grupo pequeño, pero un público engrandecido y volcado en cada uno de los “oOooOOoh”, en cada estrofa cantada por muchos (y balbuceada por otros). Tal fue la reacción, que el bajista Nick Fyffe ha considerado el concierto como uno de los mejores en lo que van de gira.

 

 

 

Y luego está Phil Campbell, claro. Ésa es otra historia. Un torbellino sin fin del que no se podría resaltar el carisma sin hacer primero mención a su vozarrón, a la altura de algunas otras grandes voces del momento, como la de Jay Buchanan o Dana Fuchs. Y los movimientos, tan auténticos, que le hicieron sudar más que a cualquiera de los asistentes, haciendo ver que el camino hacia el rock and roll es, como decían aquéllos, largo y costoso.

 

Un concierto corto pero intenso, quizá dos veces bueno por aquello de su duración. No hizo falta más de hora y poco para dejar a los asistentes tan satisfechos como con ganas de más. Y, como la banda siga este ritmo, habrá más, mucho más.

 

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