Nuestro compañero y presentador de Galaxia del Rock nos regala unas líneas sobre lo que es para él uno de los mejores festivales de rock del mundo.
Aquí sus primeras impresiones:
Cuando las luces del festival se apagan y todo queda en silencio un halo de nostalgia vuelve a recorrer nuestro cuerpo. Meses de espera convertidos en unos miserables instantes pero con la satisfacción del deber cumplido. La vuelta a nuestros hogares se cubre de resignación porque el premio ha sido máximo y tienes una sensación indescriptible por todo lo vivido. Y en la soledad de la espera en un aeropuerto, con la ineludible frustración de la vuelta a la rutina, siempre me planteo la misma cuestión: ¿Dónde reside el poder de su hechizo?
Solemos afirmar con rotundidad que nuestra vinculación por el Rock es una forma de vida. Incluso sopesamos la posibilidad de que nuestra formación como personas, nuestras conductas y nuestro carácter, en parte, vienen fraguadas por nuestro amor inquebrantable por algo que se convierte en nuestro motor diario, casándonos para toda la vida. No existe divorcio posible. No es una moda pasajera ni algo efímero que surge a la luz de alguien que te llevó a su huerto puntualmente. Se convierte en una religión que durante 365 días al año y 24 horas al día permanece como un tatuaje en tu cerebro y corazón, y casi todas tus inquietudes van encaminadas en la misma dirección. Y eso a pesar de que el día a día, tanto personal como profesional, indiquen en apariencia lo contrario. Pero falta la ubicación. Ese lugar dónde poder ejercer tu profesión por devoción.
Quizás la magia de este festival resida precisamente en que durante cuatro días vives cada segundo al cien por cien con esa forma de vida que ya no es una fachada por obligación sino una realidad. Ese espíritu que solo te acompaña individualmente en tu propio ser y que casi nunca compartes con nadie allegado, incluso viviéndolo en soledad en tu propio entorno, allí se convierte en un reducto indestructible donde miles de adoradores afines a ti en el mismo vínculo, y posiblemente con sensibilidades y personalidad muy parecidas, comparten los mismos versículos de una biblia en el que el templo se convierte en el lugar imprescindible. Luego los Dioses se encargarán de darte alimento espiritual, pero solo son la coartada.
La realidad es que la esencia de este evento no está tanto en el número o en la calidad del que tiene el reto de convertir el agua en vino y darnos panes y peces para todos, sino en todas esas vivencias con todas aquellas personas que hacen de cada momento ese deseo que no obtienes durante los 361 días restantes.
Las charlas sobre música, las opiniones sobre los conciertos, las idas y regresos en los vehículos con música a toda pastilla, el deseo de expresarte a los que sienten igual que tú cualquier situación vivida dentro o fuera del recinto, el saltar y compartir momentos de locura, las sanas discusiones en las que todos ganamos y a su vez nos enriquecemos….., todo ello sabiendo que existe una complicidad y que no te van a mirar como si hubieran visto un ovni, es donde reside la fuerza y a su vez el magnetismo de un festival que además tiene la virtud de hacernos sentir como en casa.
Hasta el punto que el que lleva varios años asistiendo cuando vuelve tiene la sensación de que nunca se ha marchado, que todo sigue en su sitio y además quieres que así sea porque tienes la certeza de que segundas, terceras y …..partes, siempre fueron buenas. El novel queda atrapado por su magia precisamente porque las expectativas de todo lo que le han contado se quedan cortas y su regreso casi siempre será un hecho porque tendrá la sensación de no haber vivido jamás unos momentos de intensidad semejantes.
Luego sí, podremos juzgar los aspectos organizativos, del nivel de educación comparándolo con el nuestro, del sonido, de lo caro o barato en esa relación existente entre calidad precio, de la calidad de las bandas, del descubrimiento de nuevas estrellas, o de lo bien o mal que lo hizo la leyenda de turno, pero todo quedará eclipsado por los instantes compartidos. Casi todos en nuestra trayectoria rockeril hemos vivido grandes conciertos. Pero ¿los hemos vivido con igual sabor? ¿La ceremonia pre-durante-post se rodeaba de los mismos ritos? Hay muchos ingredientes en una ensalada, y todos sabrosos, pero sin sal y aceite….
Entiendo que esta reflexión se pueda trasladar a otros festivales de estilos diversos, porque al fin y al cabo hablo de conexión, de mística, de factores humanos que no parece tener relación con la grandeza del acontecimiento y ni siquiera de la ubicación, pero garantizo que los ingredientes no tienen tanta calidad. Y aunque haya afirmado con rotundidad que el cartel sea la coartada existen otros elementos que le rodean que lo hacen distinto. Y no dudo que la primera vez sea un factor decisivo, pero si hubiera una primera, no tengo ninguna duda que habría una segunda. Invito a descubrirlo por sí mismo.
Con ello tampoco quiero hacer apología del Swedenismo. Puedo entender que se pueda pensar que mi discurso es sensiblería barata, sensaciones personales que no interesan a nadie y no todo el mundo se tiene que sentir identificado, pero quiero aportar mi granito de arena para que el mundo sepa que hay un paraíso en el que por unos días puedes ser el Adán y Eva de nuestra cultura. Y garantizo que no cobro comisión.
No olvido que son solo mis sensaciones y si el cartel no es atractivo y las bandas no hacen bien su trabajo, estas fichas de dominó alineadas en formación se caerían sin ningún valor, pero he querido trasladar mi pasión y mi alegato a un análisis personal y que dé lugar a la reflexión. Más allá de los espectaculares o mediocres que estuvieron estos o aquellos, existen un cúmulo de circunstancias externas que sin ellas nadie puede imaginar lo que para algunos significa este festival.
En definitiva con esta crónica he querido trasladar las tripas del evento sin las observaciones que todo el mundo espera. Hay gente más cualificada, y yo mismo estoy ansioso por devorar la sabiduría de otros muchos apasionados que seguro, a unos, nos lo harán revivir, y a quien no pudo asistir seguro que lo vivirán como un espectador de lujo.
Y finalmente apuntillar que todo no iba ser el Edén. Aconsejo cierta precaución. Escapar de su magnetismo es recomendable porque se puede convertir en una obsesión. Algunos empezamos a sentirlo. Y aunque la mayoría, entre los que yo me encuentro, pensamos que bendita obsesión, se puede convertir en atracción fatal.
Jesús Mujico
Foto: Maria Johansson
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