SWEDEN ROCK 2014: CRÓNICA

¿Por qué clase de festival pagarías más de 300€? ¿Por cuál te desplazarías más de 2000km? ¿Por cuál sacrificarías una semana de tus vacaciones? La respuesta reflejo habla del quién. Led Zeppelin reunidos, Deep Purple en su MKIII, Queen con Freddie Mercury resucitado. Pero un cartel del lujo no lo es todo. Puedes tener algunos de los nombres más golosos y acabar creando un infierno sobre la tierra por la inabarcable afluencia de gente. Ahí tenemos el Hellfest y sus críticas. ¿Qué clase de festival, entonces?

Leer sobre el Sweden Rock “desde fuera” es, a veces, como escuchar exagerar a fanáticos del fútbol hablando de su equipo de forma tan apasionada como acrítica. Sólo cuando uno se decide a dar el paso y probar se da cuenta de cuánta verdad hay en las alabanzas incesantes hacia el mejor festival de rock del continente.

Decir que “no es como otros festivales” es claramente cierto, pero no recoge todos los matices que uno experimenta desde que pisa los alrededores del recinto. Todos los festivales tienen algo de evento social: está la música, sí, y ésta es importante, pero también hay un fuerte componente festivo, de reencuentro, de escapada de fin de semana, de “yo estuve ahí”. El Sweden Rock tiene también de eso, no cabe duda, pero en Sölvesborg los figurantes se quedan en sus casas o se van al festival indie más cercano, el plan de fin de semana se convierte en un puente que empieza en miércoles, y el reencuentro no es (sólo) con amigos sino con un lugar, unos escenarios y un ambiente que parece que sólo existe en esas coordenadas específicas.

Cuatro escenarios, ochenta bandas y cuatro días dan para experiencias memorables que no merecen ser narradas aquí. Pero sí es necesario incidir, un año más, en aquello que hace del Sweden Rock una cosa diferente, un festival por el que sí pagaríamos 300€ o por el que nos desplazaríamos desde la otra punta del continente. Y el que no lo crea, que lo pruebe.

MIÉRCOLES

Aunque se concibe como un día “extra”, lo cierto es que miles de personas llegan a Sölvesborg el miércoles, si no días antes, para poder impregnarse un poco de ese ambiente tan particular. Como quien se acerca de vez en cuando a la costa a respirar un poco de salitre, esos trabajadores que se han tomado la semana libre llegan a las inmediaciones del festival para mirar, pasear, ojear discos o ropa, ver viejos conocidos (porque, a partir del primer año, las caras empiezan a resultar familiares). En definitiva, ver que “todo sigue ahí”, que lo bueno seguirá siendo bueno y que lo malo es ya un poco menos malo.

DVELLI_ANDERS_OLSSON_009El miércoles ha ido convirtiéndose paulatinamente en un día como otro cualquiera, con menos bandas y menos escenarios, sí, pero con una calidad similar. Este año los primeros guitarrazos sonaron en el 4Sound Stage, escenario menor que, sin embargo, sacó desde el primer momento un sonido que para sí quisieran los escenarios principales de ciertos festivales. Los australianos Vdelli, mezcla de rock and roll y blues abrieron para un público todavía no muy abundante pero sí interesado. Al fin y al cabo, cualquier asistente habitual sabe que las sorpresas más agradables pueden estar donde uno menos lo espera. El día, con todo, iba a tener un poco de “cata” hasta la noche. Freak Kitchen son, de por sí, una cata auditiva, una banda difícil de descifrar y mucho más difícil de entender. Entre solos, cambios de ritmo e interminables charlas (en sueco) de Mattias Eklundh se pasó el tiempo, dando paso a mucho rock más clásico y digerible: Dust Bowl Jokies y Backstreet Girls se repartieron a un público que pudieron haber disfrutado por igual de dos conciertos dinámicos y ligeros. Con Eddie Meduza Lever (“los Mojinos Escozíos de Suecia”, según algunos) era tiempo de descansar: una banda por y para suecos, dando buena cuenta de la clara apuesta de la organización por bandas de allá. A los foráneos no tiene por qué gustarnos, pero el gesto es digno de mención.Magnum (uk) plays at Sweden rock festival 2014

El turno de los también suecos Black Trip, otra banda más de esas que tiran de Thin Lizzy y de Iron Maiden con más pasión que imaginación, sirvió para la reflexión. Si cuarenta o cincuenta bandas son ya imposibles de abarcar, ochenta bandas hacen que uno tenga que elegir, descartar y tomarse ratos para el descanso. Bandas como Black Trip, que no aportan nada, no hacen sino contribuir a sentirse abrumado y desgastado para cuando llega el momento de la verdad.

Magnum, uno de los dos grandes nombres de la noche, saltaron al escenario a eso de las nueve y dieron un concierto a piñón fijo que no colmó las expectativas de muchos de nosotros. El sonido en las primeras filas fue mejorable (malo para ser Suecia, excelente de habernos encontrado en Getafe), apenas podía escucharse a un desmejorado Bob Catley, y el setlist estuvo tan descompensado por los nuevos temas de su (por lo demás excelente) “Escape from the Shadow Garden” que la hora y media de concierto acabó por hacerse cuesta arriba. Tras ellos, Paul DiAnno y Blaze Bayley dieron uno de esos conciertos que uno no puede ver todos los días. Claro que no por las razones que quisiéramos. El primer cantante de Iron Maiden dio entre lástima y risa, y ni siquiera unos temas que se mantiene por sí solos pudieron hacer del concierto algo para recordar.

queensryche__140604_christian_andersson_052El punto final a un día cansado (lluvia y fresco en junio no son el mejor escenario) lo puso Queensryche, la mejor y más aclamada banda del día. Los norteamericanos se marcaron un concierto excelente desde todos los puntos de vista: el público (bajo la lluvia) respondió ante ese necesario recambio llamado Todd LaTorre, el setlist combinó con naturalidad temas clásicos con algunos de su último trabajo, y la potencia de sus músicos contrastó con la fría actuación que Magnum nos habían dejado en el mismo escenario.

JUEVES

JAKE_E_LEES_RED-DRAGON_001Uno de los principales problemas de tener tantas y tan buenas bandas en el cartel del festival es que no es posible mantener un buen número de horas de sueño. Si Queensryche había terminado hacia las dos de la noche anterior, Jake E Lee y sus Red Dragon Cartel abrían el Rock Stage a las doce del mediodía. El guitarrista dio un concierto que superó las mejores expectativas, y su banda supo dar articular un setlist entretenido lleno de temas nuevos que, si bien en estudio resultan mediocres, en directo se transforman y consiguen gustar y compartir espacio con temas inmortales de las épocas pasadas de Jake. Sólo los constantes problemas técnicos con el amplificador del guitar hero mancharon un concierto que, por lo demás, y quizá por lo poco que esperábamos, sorprendió a muchos.

PRETTY_MAIDS_ANNIE_KEMPE_001Pretty Maids arrancó poco después y el público ya era considerable. La banda de Ronnie Atkins parece que es de esas que nunca falla. Supo adaptarse a la enormidad del escenario principal como si llevasen toda la vida tocando ahí, y Atkins se apoderó de cada metro cuadrado disponible para hacer vibrar a toda la audiencia.

Los festivales suelen meter, cada día, dos o tres nombres gordos que copen la parte alta de una lista que, por lo demás, es profusa en morralla. Pero en el Sweden Rock, uno se encuentra que, desde que ha empezado el día, los nombres grandes se suceden uno tras otro: Transatlantic tocaron a la hora de la siesta y al mismo tiempo que Robin Beck, dos pesos pesados de lo suyo que se repartieron el público a partes desiguales. La superbanda del progresivo se marcó un concierto audaz en la selección de canciones (presentando su genial Kaleidoscope), y ciertamente entretenido para lo que se puede esperar en estos casos. Temas larguísimos que se pasaron con facilidad, gracias quizá a la sobreactuación constante de Mike Portnoy, en primerísima línea, que debe de creer que para ser uno de los mejores baterías del mundo no sólo hay que serlo sino también parecerlo. El resto de miembros (incluyendo la aparición especial de un sexto miembro, el multiinstrumentista Daniel Gildenlöw que no los acompaña en la gira pero que pudo subirse para la ocasión), estuvieron más comedidos, pero no dieron menos de sí mismos, y el sonido impecable contribuyó a que la experiencia de ver a Transatlantic en un festival se acercase muchísimo a la de una sala con buena acústica. El concierto, eso sí, terminó pronto para un buen número de asistentes, porque la lluvia que cayó pudo con las ganas de quedarse hasta el final de un show que fue, por lo demás, intachable.

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La lluvia no duró lo suficiente como para amargarnos el concierto que Black Stone Cherry iban a dar poco después. Los BSC, que atrajeron a muchísimo público joven, repartieron de caña bruta con escasos toques sureños (además de la camisa de leñador de su cantante), y aunque se manejaron sin problemas en el Festival Stage, yendo de aquí a allá por la pasarela, hora y media de concierto fue demasiado para unos oídos que todavía tenían cuatro bandas por delante. Tesla, como Saxon o Accept el pasado año, son de esas bandas que uno puede ver tantas veces como haga falta: nunca sorprenden con nada nuevo, pero siempre dan conciertos de los que te vas con una sonrisa. Ésta no fue una excepción, y a la actuación de los norteamericanos no se le pudo poner ni un pero. Keith, cada vez más cascado, sigue poseyendo una voz tan reconocible como irresistible, y el único tema que tocaron de su nuevo disco casó bien con el resto de grandes temas que tocan cada noche.

Uriah-Heep_140605_christian_andersson_112Alter Bridge, otra de esas bandas que atrajo a muchísimos chavales, dio un concierto cañero pero frío y, a diferencia de su actuación en Madrid del pasado año, el cuarteto no supo gestionar bien el tiempo y el espacio del que disponían, terminando por aburrir a más de uno. Además, tocaba llevarse algo a la boca y prepararse para otro de los platos interesantes del día: Uriah Heep. Los británicos, que están viviendo una nueva juventud con discos como su fantástico último “The Outsider”, rockearon frente a muchísimos fans que aún no conocían los nuevos temas pero que tenían los clásicos grabados en el corazón. Con una carrera de más de cuarenta años, la banda de Mick Box y Bernie Shaw (que lleva casi treinta años en la banda) lo tuvo fácil para cautivar a la mayoría de los asistentes, quizá atónitos por la potencia que desprendían unos abuelos como ellos.

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El primer cabeza de cartel del festival fue Alice Cooper, y fue también el mejor de los tres que tuvo el festival. Con un montaje tan visto como efectivo, el show (en todos los sentidos) de Cooper tuvo tantos puntos fuertes, tantos highlights, que es difícil hablar de sus defectos. Tiró de un setlist impresionante, con cañonazos impensables hace unos años como “House of Fire” o “He’s Back”, defendiendo sus trabajos más recientes y, por supuesto, sin olvidar los grandes temas de los setenta. La banda que llevaba (con Ryan Roxie y Orianthi, recientemente sustituida por Nita Strauss) dotó de una potencia extra a unos temas ya de por sí inmortales, y el poder corear con alegría canciones como “Billion Dollar Babies” hizo que la teatralidad y las performance ya conocidas de Mr. Furnier pasaran a segundo plano. Con lo poco que me gustan los conciertos en los que se ve que está todo calculado al milímetro, en el caso de Alice Cooper, esa sensación se desvaneció en al menos dos grandes momentos. El primero, un homenaje a nuestros muertos, Morrison, Lennon, Moon y Hendrix, con un medley de sus temas (que pronto publicará en un disco de versiones) y sus correspondientes coreografías que no vale la pena contar. Había que estar ahí. El segundo, la despedida de la banda a ritmo de School’s Out, a la que se añadió el discípulo Rob Zombie, que había tocado un rato antes en el Sweden Stage. Al final, claro, petardos, confeti, la enfermera correteando por el escenario y, entre el público, goce extremo tras haber presenciado uno de los conciertos del festival.

VIERNES

A partir del segundo día, uno constata que podría escribir la crónica sin siquiera haber estado ahí. Todo es “como debe ser”. Parece extraño tener pensamientos de esa clase, pero es una cuestión recurrente. Frente al clásico festival español de asfalto ardiente, o polvo que se levanta y no te deja respirar, la bebida y la comida a precios prohibitivos, las colas para entrar, las colas para el baño, los baños asquerosos, la suciedad por todo el recinto…el Sweden Rock aparece, en verdad, como un oasis de unos pocos días. Casi sin darte cuenta, te encuentras con una serie de facilidades que acabas por sentir naturales, pero que en nuestro país serían impensables. En el Sweden Rock todo lo bueno se hace previsible, y uno puede tranquilamente contar con que las cosas, más o menos, irán bien.

TALISMAN_ANNIE_KEMPE_002El viernes llegamos al recinto con la noticia de que había habido un corte de agua en toda la región. El sol empezaba a pegar como se espera del mes de junio, y Kings of the Sun daban comienzo a un nuevo día de rock. Tras ellos, los Talisman de Jeff Scott Soto dieron un buen concierto en homenaje a su bajista, el desaparecido Marcel Jacob. Soto está cada vez para menos trotes, pero supo manejarse con mucha solvencia frente a un público que no terminaba de llegar.

Si hay algo que caracteriza a este festival son esas bandas “raras”, esas golosinas que creías que no verías antes de morir. Una de esas fue Q5, cuya confirmación fue tomada con muchísimas expectativas. Las golosinas son “raras” porque no suelen girar por Europa, o porque apenas dan conciertos. Q5 tenían una cantidad considerable de roña acumulada con los años, y el concierto podía acabar siendo cualquier cosa. Así fue. “Cualquier cosa” fue lo que nos encontramos, acompañado de un sonido apestoso. Todo se tradujo en una perdida de tiempo durante diez minutos, el mismo rato que Joe Bonamassa llevaba tocando en el Sweden Stage.

joebonamassa_20140606_stefan_johansson-4Joe Bonamassa dio el mejor concierto del festival, al igual que lo hiciera en el Azkena Rock un poco más adelante, y lo hizo a todos los niveles: no hubo hasta entonces tanta categoría acumulada sobre el escenario (quizá con la excepción de Transatlantic), ni el sonido había sido tan espectacular, ni los músicos consiguieron emocionar tanto a una audiencia en silencio. Silencio de quien necesita todos los sentidos para poder asimilar lo que tiene delante. Hora y media con canciones imprescindibles como “Midnight Blues”, “Sloe Gin”, o “Slow Train”. Bonamassa fue de cero a cien varias veces, y pasó por todos y cada uno de los matices que una guitarra puede darnos. De aquí en adelante, todo iba a ser peor.

Luego vendrían Electric Boys, otra de esas bandas que no fallan. El agua ya corría de nuevo en la región, aunque no fue nada que notaran los cada vez más borrachos suecos, para quienes la música empezaba a ser algo realmente secundario. Mientras, en las pantallas, recordatorios de la organización que instan a beber no sólo cerveza, sino también mucho agua. ¿Detalles sin importancia? Mientras en el Azkena tuvimos que comernos anuncios constantes del Diario de Noticias, en Suecia las pantallas te ofrecen consejos e información relevante para que disfrutes del festival en las mejores condiciones posibles.

tnt_20140606_stefan_johansson-3TNT siguieron la ristra de nombres grandes que teníamos por ver, y dieron un concierto excelente basado principalmente en Intuition, que estaba de aniversario. El juego de voces, que incluía a dos coristas, fueron lo más sorprendente de una actuación en la que Tony Harnell brilló con una voz impactante y Le Tekrø acabó por hartar con sus muecas y solos cansinos. Fue, en todo caso, un buen concierto al que sólo le falló su posición en el cartel: si poco antes había tocado Bonamassa, el siguiente acto lo teníamos en el Rockklassiker Stage, e iba a ser una de las sorpresas más gratas de este festival.

 

Heaven’s Basement son una bomba de relojería. Como algunas de las bandas de las que han bebido, los británicos lo tienen todo para triunfar, pero también poseen un aura de estrellas que puede acabar con la buena (aunque irregular) carrera que se están labrando. Si en estudio son buenos, en directo son prácticamente insuperables. Aaron Buchanan es uno de los mejores frontman de la actualidad, y el que diga lo contrario es porque no ha visto a la banda en vivo: agarra el micro como Daltrey, se mueve como Mercury, y se come el escenario como si fuese lo último que hará en su vida. Y su escudero, Sid Glover, no se queda atrás. Un guitarrista no sólo atractivo sino con muchísimo talento, que toca, compone y tiene un magnetismo que hace difícil dejar de mirar. El concierto empezó con algún centenar de personas pero, a medida que el concierto avanzaba, aquello empezó a atestarse, y el ambiente se hizo eléctrico hasta el último segundo. Concierto para recordar.HEAVENSBASEMENT_ANDERS_OLSSON_008

Los buenos momentos, se sabe, pasan en un instante, y los malos, en cambio, parecen eternos. Está claro que el festival se nos pasó volando, pero el viernes por la tarde, después de dos días y medio de música sin cesar, las piernas, las cervicales y el cuello empezaban a necesitar mucho más descanso del que les estábamos dando. El día aún guardaba bandas de primera línea como Therion, UDO o WASP. Sin embargo, más allá de ver un par de temas de los aburridísimos Canned Head (otra de esas golosinas que no fueron tal) o el demacrado Blackie Lawless y los suyos, el día terminó con el magnífico concierto de Black Sabbath.

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Quizá porque esperábamos que Ozzy saldría a joder el concierto desde el primer tema, el show de Black Sabbath acabó con una nota alta. Raro es el caso en que las leyendas del rock pueden todavía dar conciertos dignos, pero podemos estar seguros de que lo que vimos esa noche en Sölvesborg no se repetirá muchas veces más. Ozzy se encontró extrañamente cómodo durante la hora y media de concierto, sin flaquear en ningún momento, si bien apoyándose en los largos pasajes instrumentales y los tonos bajos (y bajados) que su trabajo en solitario no le permite. Toni Iommi, seguramente en su despedida definitiva de los escenarios, brilló por encima de todos con esos riffs que sólo a él pertenecen. Y en la retaguardia, dando empaque a esos riffs inmortales, Tommy Clufetos y, por supuesto, Geezer Butler y su eterno bajo rugiendo a cada momento. No había ojos suficientes para tanta leyenda. El setlist no pilló de sorpresa a nadie: cayeron un par de temas nuevos, hubo muchos de los antiguos, y la canción “Black Sabbath” erizó los pelos de cada uno de los asistentes, cautivadora y espeluznante por igual. En definitiva, Black Sabbath hicieron honor a su leyenda (y caché), y se fueron de Suecia dejándonos un gran sabor de boca.

SÁBADO

Esto se acaba. Es la idea que recorre las cabezas de la mayoría. Después de tres días agotadores, de empezar a sentir que no podíamos más…uno quiere que la cosa no termine nunca. Los conciertos estaban yendo a más, el tiempo acompañaba, y aún quedaban algunos de los grandes shows del año.

El día lo empezamos con los suecos Horisont, conocidos ya por nuestras tierras. Aunque su propuesta no es la más adecuada para disfrutar a pleno sol y, aunque se les puede sacar más partido en una sala en condiciones, supieron dar una buena dosis de rock y heavy setentero que sirvió para que más de uno pudiera conocerlos.

MINGEL_140607_ANDERS_OLSSON012Madam X, esa banda de hard y sleazy de segunda categoría que sacó un disco en los ochenta, se presentaban como otra de las golosinas del festival. Llevaban años sin tocar y, como en el caso de Q5, las reservas eran más que justificadas. Por suerte, éste sí fue uno de los conciertos de los que no defraudan: como la banda nunca fue una maravilla, no se esperó de ellos más de lo que dieron. Cuatro rockeros trasnochados sorprendentemente compenetrados y con una actitud pegajosa tocando temas de borrachera de bar. Es decir, mucha diversión. No vinimos a por más, y no fue más lo que nos llevamos.

El día estaba repleto de bandas interesantes a las que es francamente difícil acceder si uno vive en España. Otro de los ejemplos (positivos) fue el de The Night Flight Orchestra, esa superbanda de death-metaleros que grabaron, en 2012, un gran disco de rock y pop clásico tan brillante como inusual. Al mismo tiempo tocaban Danger, Danger pero, seamos serios, uno viene al Sweden Rock para experimentar aquello que no podrá ver en ninguna otra latitud. Aunque la “orquesta” dio un concierto musicalmente impecable, quedaron sensaciones encontradas ante un sonido algo frío que no consiguió hacernos disfrutar todo lo que esperábamos.

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Foghat, que también había creado grandes expectativas, gustaron mucho a unos, pero aburrieron muchísimo a otros, con pasajes instrumentales sin miga ninguna, temas con demasiado parecido entre ellos, y, en definitiva, un concierto con un ritmo no apto para quien arrastra un cansancio de tres días de rock. El aburrimiento desapareció de golpe, eso sí, cuando Dave Meniketti y los suyos arrancaron en el escenario principal. Y&T se marcaron un concierto tan bueno como habitual: parece que ésta no es una banda que haga malos conciertos, así que el espectáculo estuvo asegurado. Si con algunas de las bandas “raras” uno se la juega, y con los grandes nombres que llenan pabellones y estadios el bochorno es más que probable, cuando hablamos de los que llevan ahí cuarenta años dando el cayo en salas de todo el mundo parece que no hay error posible.

Tras la lección de hard rock de Meniketti, era el turno de Within Temptation, pero también de otro nombre de esos que no ven todos los días. Saga comenzó su concierto de ese suave rock progresivo con un sonido poco nítido en las primeras filas, pero fue cogiendo el tono durante el concierto, y terminaron la actuación con «Wind Him Up» delante de un público mitad escuchando, mitad descansando.

MINGEL_LORDAG_MARIA_JOHANSSON_021Los últimos nombres del festival todavía dejaban espacio para buenos pelotazos, y así fue. El primero fue Billy Idol, quien dio uno de los conciertos más divertidos del fin de semana, con un set repleto de hits imposibles de no bailar. Idol es un showman tal que no necesitó de tantos suvenires para un público ya de por sí excitado. Steve Stevens ayudó con sus guitarrazos, pero el ya-no-tan-joven rebelde fue suficiente para llenar el escenario más grande del lugar. Otro de esos conciertos que recordaremos.

Cuando caía la noche llegó el turno de Ted Nugent, ejemplo vivo de que el talento no tiene nada que ver con el cerebro. A pesar de que su verborrea incesante cansó a más de uno, el sonido electrizante de su guitarra engatusó a quienes se mantenían en las primeras filas. En la parte trasera, mucha gente que pasaba por ahí para ver qué tenía que ofrecer el abanderado de la Asociación del Rifle. Suecia no es Detroit, y se notó.

VOLBEAT_ANNIE_KEMPE_001El último cabeza de cartel del año, Volbeat, había causado más de un disgusto a los “mejores fans del mundo”. Al fin y al cabo, hay algo que no encaja cuando una noche te traen a Alice Cooper, otra a Black Sabbath, y te cierra el festival un grupo que, dicen, tiene mucho tirón en Escandinavia, pero que en ningún caso llega a los niveles esperados por la mayoría de los asistentes. Claramente, Volbeat dieron un buen concierto, entretenido, animado, pero ciertamente insuficiente. Su propuesta es original pero acaba por hacerse monótona, y el escenario grande quedó al final demasiado grande para unos cabezas poco creíbles.

Era el momento de cerrar, y la tarea fue de los imparables Arch Enemy. Aunque ya muchísimos de los asistentes habían dejado el recinto (al fin y al cabo, la banda no es precisamente para todos los públicos), todavía algunos cientos aguantaron el frío y el cansancio para escuchar en directo los temas de su nuevo gran disco, “War Eternal”, y para constatar que, efectivamente, Alissa White-Gluz es una sustituta más que diga para la eterna Angela Gossow. Alissa ha sabido calzar esas botas con mucha solvencia, y se ha ganado el puesto con una actitud y una clase que no distan mucho de su predecesora. Muchos pedían ya la hora, pero temas como “No Gods No Masters” o “We Will Rise” hicieron botar a un público ávido de sonidos extremos.

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Este era el fin, y parecía que no habíamos hecho más que comenzar. En nuestras cabezas, ese “365 dagar kvar”, la cuenta atrás para volver a donde empezamos. Tiempo para asimilar todo lo que habíamos visto y escuchado, para determinar los chascos y las sorpresas, los triunfadores y los que nos hicieron felices por haber estado ahí.

Podríamos quedarnos contentos afirmando que toda esta colección de experiencias, las risas, la carne de gallina, los baños limpios y los seguratas amables, el sonido impecable y la comodidad de poder ver conciertos sin las aglomeraciones habituales, no tienen precio. Pero sí que lo tiene. Pero se trata de un precio que sólo parece excesivo cuando no se conoce lo que está al otro lado. El paraíso del rock, la atracción fatal, una organización trabajando año a año para hacer del Sweden Rock el mejor festival sobre la tierra. Van por el buen camino, y nosotros queremos ir con ellos.

Julen Figueras