STEVE PERRY – Traces (2018) review

Si de alguna forma he aprendido a vivir intensamente ha sido a través de la música. Como compañera, amante, confidente o incluso como enemiga, la banda sonora de mi vida reflejada en centenares de discos.

Pero pocos, pocos son los héroes a los que admiro, en este personal mural de fotografías sonoras, como lo hago, desde que era un crío, de la manera de la que lo hago con STEVE PERRY. Más allá de su capacidad vocal legendaria, lo que me unió a él de forma irremediable fue su manera de transmitir y adaptarse a mis necesidades emocionales cada vez que ha decidido acariciar el aire con sus silabas en notas de algodón.

Traces no es un disco al uso, sobre todo para los fans de Journey y es que para eso ya están ellos, con más o menos acierto. Para los amantes de aquellos añorados años ochenta o para prolongar una fiesta (“light”) de gente que alcance los nuevos treinta (placebo para el sempiterno “cuarentón”), para qué nos vamos a engañar, tampoco está destinado. Para demostrar amor, algunas veces debemos dejar marchar, dejar de aferrarnos al momento ideal que nos hizo caer de rodillas y pisar la realidad.

Traces es un disco para el gran público, para una totalidad más general que nunca, que debería recibirlo como maná ante la prefabricación de estrellas ya inertes antes de brillar, y, me temo, que será un disco rechazado por un ingente número de defensores del reducto más intransigente que conozco: los fans del momento concreto, del pasado glorioso.

Tras atravesar fronteras mundanas, abandonando el sendero comercial y empresarial, el análisis trasciende y, sin duda, ese es el propósito del álbum:

Traces es un organismo en constante evolución dentro de un hábitat reducido, acotado para una expresión mayor. Traces es AMOR, pérdida, reencuentro y volver a amar. Traces tiene su historia y sobrecoge (te invito a buscar las palabras del artista). Traces se alimenta de la superación y se traslada a rincones donde podamos convivir en intimidad. Traces es tragedia y victoria, vida más allá de la vida, su final y el ciclo de repoblación de una nueva existencia.

Musicalmente es un tributo a la influencia de su equipaje: I Need You, cover de THE BEATLES, y la exhibición, a modo de colección, de bonus tracks, cinco, que le descubren desde crooner americano en October In New York al sonido Motown en Angel Eyes, pasando, por ejemplo, por el Reggae de Call On Me u otra demostración de tenacidad en la búsqueda por la perfección de caricias de terciopelo, como evidencia Blue Jays Fly. Un homenaje donde el Rock (No Erasing y Sun Shines Grey, esta última con John 5 a la guitarra, están destinadas a calmar ese ansia parcialmente) resulta, a grandes rasgos, intrascendente, para que el Soul o el Blues que siempre le han acompañado (No More Crying, Easy To Love), recreen atmósferas de sinceridad.

Líricamente nos hace partícipes de estos últimos años de su vida, donde la persona ha superado al artista y su expresión hace que me resulte imposible no sufrir, dulcemente, con una instrumentación simple pero preciosista, relajada, articulada para asentarse en el corazón. We´re Still Here, Most of All, In The Rain, You Belong To Me o We Fly, delicada seda para arroparse con un otoño de grises y ocres evocador.

Y la voz, la gran incógnita que ha alimentado infinidad de rumores, presuposiciones y absurdeces varias, sigue siendo LA VOZ. El timbre eterno al límite de la emoción y la respiración necesaria en su entrega, jadeante. Esta vez sin escalas en innecesarios viajes pasados. Con un pie en el presente de su edad (apasionante he de decir, maravillosamente limitada y rota al antojo del sentimiento) y el otro en el calor de la familiaridad y sus recursos, muchos, especialmente corales, de sabiduría. Steve Perry se ha desnudado como pocos músicos se atreverían a hacerlo, sin aferrarse únicamente a la barrera disuasoria de la magia del estudio.

Traces, como ese amor que siempre recordaremos, necesita de la adversidad, de las distancias cortas y sobre todo de la comprensión.

También he de decirte, que mis palabras no te engañen, que no es una obra maestra per sé, es un disco en el que tienes que encontrarte para recaudar la importancia que necesita.

CARTA A STEVE PERRY, LA PERSONA:

Mi más sentida enhorabuena señor Perry, bienvenido.

Sin que usted lo supiera hemos realizado un largo viaje juntos. Nos hemos sentado cara a cara, tantas veces, que incluso creía acariciar al infinito. Nos hemos enamorado tantas veces como nos han partido el corazón. Hemos llorado juntos, nos hemos repuesto y después bailado hasta que la risa nos vencía para volver a caer en la cuenta de que, si algo nos faltaba, la vida proveería.

Durante muchos, ambos sabemos cuántos años, nos hemos distanciado. Nunca le dejé marchar del todo. Siempre me refugiaba en el sabor a los recuerdos que me había regalado, para no olvidar quienes éramos y gracias a lo aprendido, quiénes somos. El amor a una extraña medicina que usted destiló para hechizarme de por vida.

Respeté su decisión y ni siquiera le busqué. Escuché, no hace muchas lunas, que como un caballero, estrechó la mano de sus compañeros en uno de esos eventos que siempre ha rehuido en las últimas décadas. No voy a mentirle, me estremecí durante unos segundos, pero tampoco me ilusioné, simplemente sentí alegría de verle en buena forma.

Y entonces me llegó la noticia. Sin aviso previo. Su voz regresaba a mí y tras unos compases le rechacé. Si iba a ser cierto quería opinar con frontalidad y no reaccionar como un quinceañero ante un beso inesperado.

Se sucedieron los adelantos, las entrevistas, las confirmaciones y finalmente la edición de Traces. Ese fue el momento en el que reservé un rato para un viejo amigo, al calor de la confianza, para enfrentarnos al presente y sin saber muy bien, a pesar de los rumores, a con quien me iba a encontrar a día de hoy.

Entonces escuché su historia. Había cambiado pero le reconocía en cada palabra. Nuevamente lloré a su lado y le comprendí. Asimilé su situación y, desinteresadamente, le presté mi hombro y mi corazón. Doy gracias.

Nunca esperé y he recibido mucho más de lo que creo merecer: sinceridad.

Ahora vuelve a estar a mi lado, más sabio, más cercano y, aunque no dejemos de creer, nuestra fe brilla más real, más humana.

Si antes le admiraba, ahora mi respeto no necesita más respaldo.

Ambos sabemos a quién debemos agradecer su decisión, y seguro que, allá donde esté, dará por cumplida su promesa.

Jesús Alijo «Lux»