SLADE + SWEET + SMOKIE
El concierto que no verás en España
(Malmö, 03/08/2013)
Crónica: Julen Figueras
Fotos: Diana Gaftoneanu
Esta crónica va de viejas glorias. De una media de edad con un pie en la jubilación. Y de suecos borrachos. También va de música. Del peso de las arrugas llevado con dignidad por los escenarios de media Europa, y de la celebración de una música, el glam rock, que aún parece tener muchos seguidores.
El marco del concierto era inmejorable. Tarde soleada de agosto en el sur de Escandinavia, algo así como una cálida tarde de marzo en España. El concierto, que había sido discretamente promocionado, atrajo a varios centenares de cincuentones y unos pocos cuarentones. Aunque SMOKIE partían como cabezas de cartel, algo decía en el ambiente que lo que el público buscaba era fiesta, diversión y muchos himnos bailables.
Para tal labor, SLADE abrió a las 19:30, como un clavo, rockeando a pleno sol para multitudes que, aunque borrachas, se conocían todos y cada uno de los himnos de la banda. “We’ll bring the house down” puso a la gente a mover las piernas, empujados por el incombustible Dave Hill, que no cambió su sonriente cara de pillo durante la hora que duró el show. El guitarrista, que es dueño y señor del escenario, se metió al público en el bolsillo desde el comienzo. Claro que es difícil no hacerlo cuando regalas temas como “Mama Weer All Crazee Now”, o “Far Far Away”, que devuelven a la gente a sus quince años.
Las últimas noticias decían que Mal McNulty, que lleva los zapatos del añorado Noddy Holder, no podía ya con el trepidante ritmo que un concierto de glam rock requiere. Y así fue. El vocalista estuvo en un tercer plano todo el rato, moviéndose lo justo para acercarse al micrófono, y ahorrándose algunas partes comprometidas. Sin embargo, la música de Slade es como un tren sin frenos al que casi no le hace falta un maquinista. Una vez que arranca, no para. Así que poco importaron las limitaciones de McNulty, los himnos siguieron sonando y la cerveza siguió fluyendo.
Añadámosle a ello la labor de John Berry, ese otro sustituto que no sólo toca el bajo sino también el violín, y que está tan metido en el papel como el bueno de Hill. Ambos tomaron el micrófono en más de una ocasión para quitarle un poco de ahogo a McNulty, y el show, a fin de cuentas, fue una sucesión de temazos con un entertainer de primera que bailó, cantó y (por supuesto) sacó su guitarra “Superyob”.
Mención aparte para el civismo del público sueco. Los asistentes a festivales en España ya conocen la clásica imagen de un mini de cerveza casi acabado volando por los aires y cayendo en la cabeza de algún pobre diablo. Aquí no se da nada de eso. En Suecia, los borrachos tropiezan con su propio pie y te derraman la cerveza ellos mismos, sin tener que lanzar el vaso.
La corta hora de Slade se fue con el sol, y el escenario se acondicionó para SWEET. Más glam, más clásicos, más diversión. Para los que acudieron al Sweden Rock el pasado junio, el concierto de Andy Scott y los suyos no tuvo mayores sorpresas. Un set ajustado a las circunstancias (escasa hora) hizo que algunos clásicos como “Set Me Free” se quedaran fuera pero, en esencia, la descarga fue igual de contundente. Con un sonido perfecto (incluso siendo al aire libre, compartiendo cartel y con un cambio de bandas que no duró más de quince minutos de reloj), “New York Groove” abrió el show ante un público que no parecía ser el suyo. “Hell Raiser” o “The Six Teens” fueron calentando el ambiente, dejando claro una vez más que los clásicos, sea en un concierto o en un karaoke, aguantan intactos el paso del tiempo.
Andy Scott condujo la cita, presentando a la banda como “el grupo que no duerme” (haciendo referencia a los problemas de las noches pasadas que ya contó en su entrevista), y el cuarteto supo manejar su tiempo con soltura y sin perder ni un solo segundo. Si alguien no saltaba con Wig Wam Bam o Teenage Rampage, sería por estar ya demasiado borracho como para hacerlo.
Sin llegar al nivel de desgaste de McNulty, Peter Lincoln aguanta el tirón pero claramente da muestras de un agotamiento que tanto Scott como su apoyo, Tony O’Hora, suplen de maravilla con unos coros y falsetes que pocas veces he escuchado en directo.
Con la noche ya casi cerrada, la banda se marcó unos bises previsibles (y no por ello menos disfrutables), con “Action” poniendo el broche a una actuación sin tacha pero que, sin embargo, no pareció cautivar a las masas.
El cartel anunciaba a SMOKIE como los cabezas de la noche, y todo se preparó acorde a la situación. No me queda nada clara la decisión de haber puesto a Slade abriendo un festival con el sol en la cara, siendo ésa una banda de fiesta hasta el amanecer, y haber colocado a Smokie cerrando el mini-festival, que hizo un show basado, prácticamente, en baladas y medios tiempos. Sin entrar a valorar el nivel de popularidad que estas bandas tienen en Suecia, no parece lógico descargar todo el rock and roll antes de las diez de la noche, para acabar moviendo tímidamente la cadera al ritmo de clásicos inmortales de KissFM como “Living next door to Alice”.
En cualquier caso, por su popularidad o por su posición en el cartel, la banda estaba destinada a ser el plato fuerte, con una actuación más larga (una hora y cuarto), más juegos de luces, más espacio en el escenario y un sonido más alto aunque no más nítido.
SMOKIE salieron tímidamente al escenario y fueron poco a poco ganándose a las madres y a las parejas del recinto, con temas como “Lay back in the arms of someone” o “If you think you know how you love me”. Igual que con Slade y Sweet, Smokie es una banda remozada en la que de original sólo queda el nombre y su bajista y miembro fundador, Terry Uttley. Mike Craft, que lleva la voz principal, tiene unos matices más cercanos al Spike de The Quireboys que al original Chris Norman. Sin embargo, el quinteto lleva un ritmo de cien conciertos al año y parecería que se han estado tocando juntos desde los años sesenta.
Musicalmente impecables, los clásicos de Smokie son tan intachables como los de las bandas que acababan de tocar, y sin embargo el rollo del concierto cambió por completo hacia lo sensible, hacia el movimiento tímido de pierna que lleva el ritmo. También a parejas abrazadas. Hubo algunos intentos por mover los culos de la gente, pero la tónica general fue la de la música tranquila, la de pub para divorciados.
Los bises animaron el asunto, con una buena versión de la ya-demasiado-versionada “Have you ever seen the rain?” de la Creedence. Y, por supuesto, con la archiconocida “Living next door to Alice”, que todos cantaron (sí, sobre todo esa parte en la que dicen “Alice, Alice, who the fuck is Alice”). Como Uttley reconoció, se trataba de una canción estúpida…una canción estúpida que vendió millones de copias. Y con ese logro cerraron la noche.
Pudo haber sido diferente invirtiendo el orden de los factores (que, en este caso, sí hubiesen alterado el producto), pero alguien quiso que nos divirtiéramos en las primeras dos horas y descansáramos en la siguiente. En cualquier caso, una noche para recordar, más por el evento y su excepcionalidad que por la calidad en sí. Con seguridad, un mini-festival que no veremos en España.