Para ninguna banda es fácil sobrevivir al abandono de la mitad de sus miembros, en especial cuando uno de ellos se encarga de las voces y del bajo. En una encrucijada en la que muchos optarían, en los tiempos que corren, por colgar los instrumentos y tomar un trabajo “de nueve a dos y de cuatro a ocho”, el guitarrista y principal compositor de Glyder, Bat Kinane, comprendió que la elección del camino de la música no era una opción, sino una necesidad. Y así, tras unas pocas semanas de confusión, da el paso y retoma una de las bandas más prometedoras de la escena actual.
No vamos a dejar de congratularnos por la sabia decisión: acompañado de la segunda “hacha” de la formación, Pete Fisher, quedaban por reclutar los repuestos en la banda; Des McEvoy a la batería por la baja de Davy Ryan y, para sustituir al frontman Tony Cullen, dos nuevos músicos: Graham McClatchie al bajo y Jackie Robinson en la mayor de las responsabilidades.
El resultado no ha podido ser más afortunado.
No hace falta escuchar más que unos pocos segundos de “Chronicled Deceit”, rompedor corte que abre el disco, para darnos cuenta de que esto suena más profesional que nunca, una producción de lujo para un cañonazo estruendoso y pesado, que da paso, casi como si estuviésemos ante una introducción, a “Long Gone”, un retorno a los setenta, a las guitarras de Ritchie Blackmore, a los riffs matadores (¿de dónde se saca esos malditos riffs tan inspirados?), suaves teclados que nos anclan en la época dorada del género, y la garganta de Jackie Robinson, llena de matices, que pone la garganta y los huevos sobre la mesa por si a alguien todavía le quedaban dudas (a mí, sin ir más lejos) de que ha sido una apuesta ganadora.
“Fade to Dust” es el primer single que nos ha llegado a los oídos, una orgía de guitarras y un solo punzante y veloz. A estas alturas, uno puede darse cuenta de que el conjunto irlandés está dejando atrás Thin Lizzy, que por supuesto sigue presente en sus composiciones, pero de una forma mucho más oculta, como si el bagaje adquirido con los años hubiese ido mermando una influencia clarísima para dejar espacio a otras, igualmente placenteras al formar parte de un conjunto en el que todo suena cohesionado y con personalidad, algo que en la actualidad brilla por su ausencia. “You have to fake it ‘till you make it”, dicen por allí. Glyder ya están en la segunda parte de la frase, y lo hacen de maravilla.
“Even If I Don’t Know Where I’m Gonna Go” supone una rebaja en las revoluciones y en la agresividad para dar paso a las melodías e incluso a pequeños retazos acústicos, con otra buena muestra de cómo hacer riffs en 2011.
“Don’t Make Their Mistakes” es casi desde el principio una de las que más va a llamar la atención, magníficos guitarreos acolchando el conjunto y un clasicismo fresco en el que Robinson se explaya en todas las direcciones. Directa al directo.
De repente, unas voces ambientales nos traen “Down and Out”, un comienzo delicado que corrobora que estamos ante el disco más variado de la banda hasta la fecha, y un estribillo con un ritmo que engancha, te mueve y te hace corear con ellos. Buena labor de la base rítmica, que consigue, con matices y buen gusto, crear muchos “rollos” distintos en poco más de cuatro minutos.
Casi sin darnos cuenta hemos pasado ya más de la mitad de las canciones , y “Something She Knows” nos recuerda que el nivel, parece mentira, no baja. Una de mis favoritas, sencillez clásica con ramalazos de los mencionados Lizzy, pero también de otros como BTO, con esa alegría contagiosa y de pretensiones humildes.
Vuelve el heavy: pesado y metalizado riff en “Two Wrongs”, probablemente el momento más bajo de una obra en la que lo malo resulta ser mejor que la mayoría de lo que escuchamos en las bandas actuales; y “End of the Line”, extraña canción que otorga mayor eclecticismo al conjunto, repleto de fraseos imaginativos de guitarra, y un regusto a grupos de modern como Shinedown, lo que demuestra que lo de estos chicos no es el estancamiento, sino el continuo aprendizaje, un “no parar” en ese camino hacia los sentimientos y hacia la sinceridad para con lo que hacemos, que es en lo que consiste el arte.
Para asentar la dosis de rock que acabamos de meternos por el oído, “Motions of Time”, preciosa balada con una delicada línea vocal, que no necesita de acompañamiento más que unos coros, algo de guitarra, y una percusión prácticamente imperceptible, y que cierra el álbum con suavidad.Diez canciones que saben a tan poco que induce a ponerlo una, otra y otra vez. Y esto, ¿hasta cuándo? ¿Cuándo llegará nuevo material? En su web nos dan la clave: “las descargas ilegales y los servicios de streaming hacen que nos resulte imposible sufragar los gastos que supone hacer un álbum, así que por favor comprad una copia para ayudarnos en nuestro camino.”Un camino por “carreteras secundarias” que por el momento nos ha dado un trabajo fabuloso que, confiamos en ello, no será el último.
No vamos a dejar de congratularnos por la sabia decisión: acompañado de la segunda “hacha” de la formación, Pete Fisher, quedaban por reclutar los repuestos en la banda; Des McEvoy a la batería por la baja de Davy Ryan y, para sustituir al frontman Tony Cullen, dos nuevos músicos: Graham McClatchie al bajo y Jackie Robinson en la mayor de las responsabilidades.
El resultado no ha podido ser más afortunado.
No hace falta escuchar más que unos pocos segundos de “Chronicled Deceit”, rompedor corte que abre el disco, para darnos cuenta de que esto suena más profesional que nunca, una producción de lujo para un cañonazo estruendoso y pesado, que da paso, casi como si estuviésemos ante una introducción, a “Long Gone”, un retorno a los setenta, a las guitarras de Ritchie Blackmore, a los riffs matadores (¿de dónde se saca esos malditos riffs tan inspirados?), suaves teclados que nos anclan en la época dorada del género, y la garganta de Jackie Robinson, llena de matices, que pone la garganta y los huevos sobre la mesa por si a alguien todavía le quedaban dudas (a mí, sin ir más lejos) de que ha sido una apuesta ganadora.
“Fade to Dust” es el primer single que nos ha llegado a los oídos, una orgía de guitarras y un solo punzante y veloz. A estas alturas, uno puede darse cuenta de que el conjunto irlandés está dejando atrás Thin Lizzy, que por supuesto sigue presente en sus composiciones, pero de una forma mucho más oculta, como si el bagaje adquirido con los años hubiese ido mermando una influencia clarísima para dejar espacio a otras, igualmente placenteras al formar parte de un conjunto en el que todo suena cohesionado y con personalidad, algo que en la actualidad brilla por su ausencia. “You have to fake it ‘till you make it”, dicen por allí. Glyder ya están en la segunda parte de la frase, y lo hacen de maravilla.
“Even If I Don’t Know Where I’m Gonna Go” supone una rebaja en las revoluciones y en la agresividad para dar paso a las melodías e incluso a pequeños retazos acústicos, con otra buena muestra de cómo hacer riffs en 2011.
“Don’t Make Their Mistakes” es casi desde el principio una de las que más va a llamar la atención, magníficos guitarreos acolchando el conjunto y un clasicismo fresco en el que Robinson se explaya en todas las direcciones. Directa al directo.
De repente, unas voces ambientales nos traen “Down and Out”, un comienzo delicado que corrobora que estamos ante el disco más variado de la banda hasta la fecha, y un estribillo con un ritmo que engancha, te mueve y te hace corear con ellos. Buena labor de la base rítmica, que consigue, con matices y buen gusto, crear muchos “rollos” distintos en poco más de cuatro minutos.
Casi sin darnos cuenta hemos pasado ya más de la mitad de las canciones , y “Something She Knows” nos recuerda que el nivel, parece mentira, no baja. Una de mis favoritas, sencillez clásica con ramalazos de los mencionados Lizzy, pero también de otros como BTO, con esa alegría contagiosa y de pretensiones humildes.
Vuelve el heavy: pesado y metalizado riff en “Two Wrongs”, probablemente el momento más bajo de una obra en la que lo malo resulta ser mejor que la mayoría de lo que escuchamos en las bandas actuales; y “End of the Line”, extraña canción que otorga mayor eclecticismo al conjunto, repleto de fraseos imaginativos de guitarra, y un regusto a grupos de modern como Shinedown, lo que demuestra que lo de estos chicos no es el estancamiento, sino el continuo aprendizaje, un “no parar” en ese camino hacia los sentimientos y hacia la sinceridad para con lo que hacemos, que es en lo que consiste el arte.
Para asentar la dosis de rock que acabamos de meternos por el oído, “Motions of Time”, preciosa balada con una delicada línea vocal, que no necesita de acompañamiento más que unos coros, algo de guitarra, y una percusión prácticamente imperceptible, y que cierra el álbum con suavidad.Diez canciones que saben a tan poco que induce a ponerlo una, otra y otra vez. Y esto, ¿hasta cuándo? ¿Cuándo llegará nuevo material? En su web nos dan la clave: “las descargas ilegales y los servicios de streaming hacen que nos resulte imposible sufragar los gastos que supone hacer un álbum, así que por favor comprad una copia para ayudarnos en nuestro camino.”Un camino por “carreteras secundarias” que por el momento nos ha dado un trabajo fabuloso que, confiamos en ello, no será el último.
Julen Figueras