Los no tan nuevos invitados al salón de grandes dinosaurios del Rock actual, Ghost, sobrepasan la razón objetiva de multitud de incrédulos y “firme transeúntes” de la realidad instrumental, así como devastan corazones entre otra legión, mayor aún si cabe, de “anoréxicos explotadores de estrellas”, enloquecidos con cada detalle referente a estos circenses audiovisuales. El viejo dicho en este mundillo de “o les amas o les odias, pero no te dejarán indiferente”. En este caso, lejos de la parafernalia mercantil, también nos hayamos unos, cada vez más escasos, escépticos a los bandos enfrentados y que, neutrales ante demasiados batallones dentro de nuestros propios terrenos, tan solo nos dejamos llevar por lo que realmente importa, LA MÚSICA.
La gran sensación del marketing metalero tras la irrupción SLIPKNOT y con perdón de LORDI, ejerce un influjo hipnótico entre sus seguidores y los curiosos. Bajo una insaciable campaña publicitaria que arrastrará nuevos adeptos, sin ningún tipo de duda, optimizo mi tiempo para traducir mis impresiones musicales de Prequelle, más allá del entramado comercial que rodea a la banda y al que no voy a contribuir ni con datos biográficos ni con esperpénticas revelaciones de cotilleo barato en la prensa rosa del ámbito musical. De todos modos es a lo que unos enmascarados se arriesgan antes o después en su carrera: que con el paso del tiempo se les enjuicie por lo estrictamente relativo a sus habilidades técnico compositivas y su funcionalidad para la audiencia colectiva. Todo telón debe caer en honor a la verdad, vuelvo a repetir, antes o después, por mucho que el espectáculo deba continuar.
Tomando una porción del vasto refranero popular castellano, he de decir, en un juego de palabras evidente, que “el hábito no hace al monje”, en esta nueva entrega, cuarta, de los suecos Ghost. Ni tan terroríficos, ni brutales, ni maléficos, ni oscuros como representan sus atuendos, se nos muestran, en esta colección de canciones que hienden sus acicaladas garras, mayormente, en la confitada esencia de los años ochenta, estos demonios cabaretescos.
La introductoria Ashes, almidonada con tenebrosos cánticos infantiles y verso de la tradicional Ring Around The Rosie, de los años de la Gran Plaga de peste que asoló Europa, y en concreto Londres, entre 1665 y 1666, anuncia un incómodo sueño, muy al estilo Pesadilla en Elm Street, ambientando perfectamente lo que se espera de esta imaginería.
Enlazan Rats, Hard Rock vitaminado con Heavy ochentero, del menos letal. Un tema que tanto por sus guitarras y los pasajes neoclásicos de sus teclados, me recuerda sin tapujos a los primeros discos de OZZY OSBOURNE, eso sí, sin solo de guitarra “descubre talentos” del Madman. El estribillo, rasgando un rabioso Rats, es seguido por una cortina de silábicos al más puro devenir DESMOND CHILD. Para finalizar, sonido clavicordio, manifiesto de identidad, para aupar un riff final heredero de la última etapa, nuevamente, de Osbourne.
Faith prosigue la blasfemia, con soberbia setentera, más Sabbath, más BLUE OYSTER CULT, y sonido potente que continúa su escala al pasado, avasallando con su modernidad prominente. Los coros obcecados en matricula de escuela Child dotan de una dualidad desafiante a un tema que, de buen recaudo, podría mantener la vena expeditiva de ALICE COOPER hacia este siglo si no hubiese decidido regresar a sus raíces. Para rematar, final eclesiástico de teclados.
See The Light, despojada de sus puntuales guitarras a favor del despliegue de pianos y sintetizadores, podría pasar por un tema de New Wave Pop con sabor A HA. Líneas vocales cristalinas con amaneramiento locuaz, sin innecesarias torturas y que enganchan, en conjunto, con una facilidad pasmosa.
Prog Rock de base para mecer a Miasma entre, nuevamente, sintetizadores de etapas pretéritas y guitarras dobladas, fluidas. Grandilocuencia majestuosa, alternancia de velocidades e intensidades, enfoque ASIA. Remembranza a Beat It de MICHEAL JACKSON en sus pasionales golpes de guitarra finales, sucumbiendo a un ejercicio de saxo enriquecedor.
Nace un riff de chulería KISS abriendo para Dance Macabre, desembocando en un tema AOR ochentero coreable y ligeramente discotequero (¿ABBA?), solvente en realidad. Como sana costumbre, su guitarra solista aúlla con fuerza para hacernos entrar en un bucle de baile con las manos alzadas al cielo y la despreocupación del “qué pensarían si me viesen” por bandera. Imposible esperar algo así ante esta secta de ciencia ficción y su relicario extremista para todos los públicos.
Como si de una banda sonora se tratase, los primeros compases de Pro Memoria embaucan para, con un Lucifer manifiesto en la obertura lírica y argumentativa del tema, sumergirnos en una tonada de angelical factura instrumental, arropada por pianos y con un aura mística, cinematográfica en sus arreglos.
Más Aor en Witch Image, aderezado con folk y Pop facilón, convirtiéndose en un éxito asegurado por sus líneas vocales desenfadadas, en muestrario del complejo sentido de la melodía que posee Tobias Forge, pese a ser un vocalista discreto.
Otra instrumental que rompe la continuidad del álbum, Helvetesfonster, dividida en dos partes claramente diferenciables. Una con traslúcido poso Folk, irrumpida por el posicionamiento cabaretero de su piano, en suscitación al cine mudo, y la otra, realmente hermosa, de corte Folk también, pero de vertiente New Age, y reitero, malditamente hermosa.
Life Eternal bebe de nuevo de los manantiales A HA, del Pop elitista a la vez que ligero, con aroma sinfónico pero sin agobios trascendentales, más ambiente que despliegue instrumental. Una coral en sucesión de tonos, que me recuerda a los últimos segundos de Hell Is Living Without You de Alice Cooper en compañía productora de Desmond Child, lleva al inevitable final de un tema que gana con cada escucha, aunque no vaya a cambiar el mundo. Brutalmente atractiva.
Para cerrar Prequelle dos versiones, It´s A Sin de PET SHOP BOYS (¿cuantas bandas metaleras la habrán versionado?) que les queda muy disfrutable, notando la relajación de Forge a las voces y Avalanche de LEONARD COHEN, que aunque bien argumentada y convenientemente transformada al estilo GHOST, no resulta tan tensa y emocional como la del maestro de la gravedad, principalmente por un Tobias más actoral que pasional. Remarcar que han cubierto las versiones de forma más disciplinada de lo habitual en ellos, lo cual les resta un poco de necesidad.
¿Comercialidad que anuncia una retirada de máscaras? ¿Sin ellas hubiésemos prestado tanta atención a este trabajo? No lo sé, pero sí afirmo que aunque no pasará (de momento) a mi discografía esencial, me ha hecho pasar buenos ratos en su transcurso y, ¿para qué si no sirve la música? Complejidad la justa.
Una línea paralela al encanto de lo oculto entre algodones.
AVISO: Gana perniciosamente con cada escucha, por lo cual no me comprometo a que no cambie la valoración, cada vez más en ascenso, como ese tema que nunca te imaginarías tarareando y que al final crea acceso directo a tus mejores recuerdos, despreocupado.
Jesús Alijo «Lux»