THE WINERY DOGS + INGLORIOUS
Sala Antzoki (Bilbao), 8 Febrero 2016
Crónica y fotos: Unai Endemaño
Antes de escribir una sola línea sobre el bolo que se marcaron los Winery Dogs el pasado ocho de febrero en el Antzoki, he de confesar que nunca he seguido en demasía la carrera de estos perros súper capacitados, controlándoles desde la distancia en lo que iban desarrollando su constatado talento, pero sin detenerme en exceso sobre las ideas que proponían, asumiendo supongo, la maestría absoluta como instrumentistas, antes de reparar en el valor real que contenían las piezas que iban dejando grabadas.
Después de contemplarlos como una única entidad, como una sola fuerza de la naturaleza actuando al tiempo, reconozco que han conseguido que disfrute por fin de sus pulidas piezas de Rock Americano. Han logrado que conecte con su atroz virtuosismo, sin que sus esfuerzos me resulten vacíos, pudiendo ver lo bien que casaba cada una de sus virguerías, dentro de las canciones que pretendían contarme.
Previamente a la sólida demostración que llevarían a cabo los perros, y que ya he adelantado escuetamente, una joven banda llamada Inglorious dispondría de unos cuantos minutos para presentar frente a un Antzoki repleto, su eficiente manera de entender el Hard Rock británico. Sin tan siquiera un álbum en el mercado que defender, la banda en la que muchos parecen ver el “futuro del Rock Ingles”, haría las delicias de un público eminentemente clásico.
La propuesta de estas jóvenes promesas, resultaría un disfrute absoluto para cualquier aficionado a la saga Purple, con unas suaves melodías que podrían haber firmado los Whitesnake de finales de los setenta y un cantante, Nathan james, que parecía la versión remozada de Doogie White. Conseguiría que su potente chorro de voz, acabase siendo lo más comentado al término de la actuación, dando la razón a los que afirmaban, lo poco que le falto hace unos meses para llegar a entrar en la nueva formación de Rainbow.
De la banda del arcoíris, sin ir más lejos, se marcarían los Inglorious una fenomenal versión del “I Surrender”, constatando el gigantesco respeto que procesan hacía el maestro Blackmore. Tanto respeto y admiración, que incluso lanzarían una segunda versión del maestro guitarrista sobre el Antzoki, recordando aquel lejano “Lay Down Stay Down”, que los Purple dejaron grabado en el inolvidable Burn, hace un porrón de años ya.
Tendrían tiempo para presentar como es debido su álbum debut que verá la luz el diecinueve de Febrero, y demostrar lo rodados que llevan los temas que lo compondrán. Su propuesta es elemental y poco sorprendente, pero esta admirablemente bien diseñada, tratando de devolver al Rock Británico, el filo que presentaba hace unas cuantas décadas. Glorioso teloneo.
Tras una espera que se nos hizo demasiado larga a más de uno, saltarían sobre las tablas bilbaínas los tres señores músicos que actúan bajo la bandera de los perros bodegueros. Comenzarían imperiales con “Oblivion” introduciéndonos en lo que nos aguardaba, ejecutando virguerías con sus instrumentos, como quien se ata los cordones de su zapatilla. La suficiencia con la que se emplearían ya desde el inicio, sería la tónica absoluta del evento.
«Captain Love” y “We Are One” nos mostrarían a continuación, todo el empaque que son capaces de aunar los Winery, clavando cada mínimo detalle que tenían a bien ejecutar, y recordándonos sobre todo en la segunda, los lustrosos aires a Mr Big que tienden a emplear en gran parte de su repertorio. Rock americano de primera al que se le ha inyectado una alta dosis de virtuosismo, pero que no deja de apoyarse sobre los orígenes.
La funky “Hot Streak” proseguiría la marcha, aumentando un poco más la conexión entre público y banda, al tiempo que el ritmo rebotaba sobre nuestras espaldas y allanando el camino para que “How Long”, volviese a dibujarnos la bendita estampa de los de Eric Martin, con esos coros marca de la casa, que el señor Sheehan clava como pocos, y esas bases de bajo atropellando todo lo que salía a su paso.
Los tiempos se tornarían densos con “Time Machine” bajando el ritmo en función de su sinuosa cadencia, con el sonido del bajo aplastando un poquito más de lo necesario, y dejándonos ir cómodamente por la vía muerta que nos señalaba “Empire”. Llegados hasta este punto, las filigranas imposibles que los músicos iban marcándose, ya ni siquiera nos parecían extraterrestres, más que nada por la facilidad con la que se les veía ejecutarlas.
Era el momento para que el bolo cambiase de tercio, cogiese aire con la deliciosa “Fire” y permitiese a Richi Kotzen demostrar lo fenomenal cantante que es. Un músico que comenzó su carrera muy joven con Poison, y que a día de hoy, a uno le cuesta horrores imaginárselo en semejante circo, dada la excelencia que destila. Su interpretación en acústico y con todo el escenario a sus espaldas, sería de lo más bonito que nos acabaríamos llevando para casa.
No menos elegante resultaría “Think it Over” con Kotzen sentándose a las teclas, y poniendo su garganta a trabajar de lo lindo. Perfecto medio tiempo y sabia manera de reconducir otra vez la velocidad que se había esfumado con la balada de rigor. Terminaríamos maravillados con la demostración onanista del amigo Portnoy sobre su batera. Un solo breve para lo que podía haber sido, pero que dejo muestras suficientes como para que tuviéramos que frotarnos los ojos en un par de ocasiones al menos.
El solo de Sheehan sería bastante más alargado, aunque también bastante más espectacular, con el rubio bajista haciendo absolutamente de todo con sus cuatro cuerdas, rizando el rizo de los tappings imposibles y arpegiando a ritmos absurdamente elevados. A mí por lo menos, me dejaría con el culo torcido la demostración de técnica absoluta, y es que por muchas veces que se haya visto a este músico sobre un escenario, nunca deja de resultar sorprendente lo que es capaz de sacar de su alargado instrumento.
El bolo metería la quinta marcha entonces hacía el tramo final inevitable, a lomos de un emocionante “Ghost Town” y de un coreado “I m No Angel”, corte este último en el que la audiencia conectaría especialmente con los perros musiqueros, y pondría voz a gran parte de los fraseos centrales. Remataría la parte central con la contundencia que requería “Elevate”, otro corte que Mr. Big hubieran firmado de mil amores hace un par de décadas.
Volverían sin entretenerse en demasía, ya que aquello era un lunes y todos sabíamos que restaban un par de puntillas con las que irnos a casa entonados. La primera sería “Regret”, regresando Kotzen al teclado, para terminar punteando de manera salvaje su guitarra y concluir marcándose otro de los momentos estrellas de la velada, y por último “Desire” a modo de himno de la banda, con todo el “flow” que son capaces de desprender estos musicazos. Terminarían en medio de una cerrada ovación, saludando triunfales y prometiendo regresar en vista de lo bien que lo habían pasado. Sin duda que cumplirán su promesa.