Frontiers vuelve en su intento de repoblar, por diseño, aquella frondosa sabana de finales de los ochenta y principios de los noventa , herida de muerte cuando las llamas del cambio se adueñaron del imperio a mediados de los años noventa.
Su particular Jurassic Park musical sigue creciendo, parido a partir de una clonación híbrida entre células madre (miembro original) y, en ocasiones, incluso forzadas, células somáticas (miembros de paso o miembros que sustituían, con mayor o menor gloria, a alguno de los integrantes de la formación original).
Sigue creciendo aunque cada vez más deshumanizado y predador pero, a la par, igualmente de atractivo para un amplio sector de su público. Lamentablemente no suelo encontrarme cómodo en estos espacios masivos, pero tampoco coarta mi libertad de retozar, de pascuas a ramos, en el espacio en blanco entre la vulgaridad y lo divino, vamos, cuando me dejo llevar por las entrañas, ni el instinto ni la cabeza. Este ha sido el caso.
En esta ocasión la nueva atracción cuenta con tres de los miembros clave de las diferentes etapas de DANGER DANGER y eso, para mí, ya es motivo de una atención que no prestaría a otros eslóganes. Como eje central, el mentor de la banda, el archiconocido bajista y compositor Bruno Ravel. Junto a él, el sustituto ideal a uno de los grandes magos de las seis cuerdas como, bajo mi criterio, siempre he considerado a Andy Timmons y quien no es otro que el fantástico Rob Marcello. Para colmar esta trinidad de pasado glorioso, presente discontinuo y deseable e incierto futuro de “PELIGRO PELIGRO”, el reemplazo de oro a las voces, al prodigio vocal canadiense llamado Paul Laine. Aquel con una presencia arrolladora y carpeta de compositor bajo el brazo. Aquel que tuvo que comandar, entre auténticos himnos renovados, semiocultos ante la obligación y el riesgo, un poco exitoso viraje sonoro autoexigido por las circunstancias de la caída del muro del país de la quimera.
Pero como esto es la continuación a su debut de 2015 y que para muchos supuso una delicia, añaden otro aliciente para agrandar ese deseo de exaltación de lo pretérito: la inclusión del batería original de la banda madre, Steve West.
Evidentemente y, sin disimulo alguno, seguir la estela de los creadores de una inolvidable y apetecible carrera de chicle ácido y pompa de estallido ensordecedor, era uno de los reclamos que sería imposible obviar si el objetivo era tener un mínimo de impacto comercial, aunque sólo fuera por la nostalgia. A mí, personalmente, me resultó un buen disco sin más. Fue mayor la decepción por la fe depositada en estos músicos que la alegría por su contenido real y su presumible trascendencia. Ahora, en pleno 2019, responden a su primer lanzamiento con las consabidas declaraciones personales aludiendo a las mejoras frente a su predecesor y con un título que no lleva al engaño (o ¿sí?): ZOKUSHO, vocablo japonés que significa secuela o siguiente paso, una colección de once para ser más exactos, aunque no sé si para adelante o para atrás.
Voy a partir de que el disco me ha gustado y bastante más que el anterior, pero esto ya está sujeto a la subjetividad de uno mismo. Eso sí, vuelve a defraudarme, y ahora sí que uso el intelecto. Mi decepción es más bien predictiva ante las novedades compositivas expuestas porque, hasta a estos señores, maestros de la composición, se les han empañado las gafas con el horizonte Frontiers, perdiendo minutos de su personalidad y avanzando sus intenciones futuras si este esfuerzo cuaja.
Por un lado encontramos todo lo que necesitamos para calmar nuestro síndrome de abstinencia DD: Hard Rock con lencería de encaje Pop y medios tiempos de impacto directo a nuestro corazón, jalonados con estribillos y coros de pegado instantáneo. Todo ello, además, regado con teclados simples pero preciosistas, cierto hálito entrecortado proveniente de su pasado entre 1989 y 1992, pleno pulmón de su maravilloso Revolve de 2009 y espacio suficiente para que Marcello brille, con permiso del excelente estado de todos, por encima de sus colegas y como no podía ser de otra forma: a base de soberbias interpretaciones de encasillado rebelde. Tan solamente con escuchar Hold On Tonight sabrás perfectamente de lo que te hablo.
Por la otra cara de la moneda encontramos la experimentación, en su mayoría, carente de emoción, riesgo o inseguridad. No digo que sean malas composiciones, imposible afirmarlo, pero sí me hacen temer por el futuro de grandes artistas que buscan su hueco a través de la factoría de los sueños artificiales y sucumben a unos preceptos cuestionables.
Digo en su mayoría porque, Alive, situada cerca del final del disco, les introduce en una mayor indagación de las posibilidades de los últimos DANGER DANGER con una solvente proximidad a gente como U2. Una seductiva mirada al desconocido posterior.
Al resto de tanteos a los que hago alusión son a los del innecesario tufillo ECLIPSE (introducción de acústica épica incluida) que emana del tema de apertura Love Is The Killer (atención al tremendo solo y cesión de territorios al teclado al más puro estilo Metal) y que, aunque se va disipando en su sucesor de estrofa vacilona y gancho asegurado titulado Standing On The Edge, se reactiva en Allnighter (con eco FIREHOUSE). Es decir: los temas más potentes del redondo.
Su personalidad es lo que les ha hecho prevalecer y, a mi juicio, sería un error imperdonable que perdieran su identidad para caminar entre el rebaño.
No obstante, si adoras el Hard Rock melódico de corte moderno, disfrutarás de un disco muy recomendable. Yo así lo he hecho, para sufrir por mis convicciones y el futuro ya miro la cuenta bancaria. Eso sí, luego no digan que no avisé, me he vuelto rencoroso y resabiado, así que esta se la paso, la siguiente no.
Jesús Alijo «Lux»