THE BREW
Sala Le Bukowski (Donostia) 08/05/2015
Texto y fotos: Julen Figueras
Por fin en Donostia. Han tenido que pasar varias giras e innumerables ciudades para poder contar con The Brew sobre las tablas de la ciudad de la cultura, pero la espera se terminó ayer.Se han dicho tantas cosas y tan buenas del trío británico que las expectativas no consiguieron ser colmadas. ¿Mal concierto? Ni mucho menos. Fueron hora y cuarenta minutos de energía desparramada que seguro que voló la cabeza de más de un despistado que creía ir a ver a un grupo más entre otros muchos.
Casi a las nueve de la noche, y con la Le Bukowski casi llena, The Brew subieron a machacar el escenario para que la hierba no volviera a crecer por detrás de ellos. Hay algún tipo de urgencia en la forma en la que el trío te arrastra. Está claro que les sobra experiencia, pero arrancan con la potencia de una banda primeriza. Tienen cientos de conciertos por delante, pero parece que sea su última noche sobre la tierra. Sonaron los primeros guitarrazos de «Repeat», y todo volvió a empezar una noche más. Una energía de la que difícilmente puede uno escapar.
Ahí están los Smith, padre e hijo, dotando a las canciones de una base rítmica que proporciona uno de los mayores atractivos de «Control», ese álbum que los ha llevado a otra categoría. The Brew son una banda de directo y no de estudio. Así lo demostraron durante cada minuto del bolo. Tim Smith aporreando su bajo, espetando al público y haciendo pequeño el escenario podría haber sido suficiente para hacer un show visualmente entretenido. Pero es el mocoso de Jason Barwick el que acaparaba toda la atención: si se mueve como un rockero de finales de los sesenta, toca la guitarra como los guitarristas de finales de los sesenta, y se viste como tal, sólo cuarenta años le separan de ser uno de ellos.
La banda está en la cima de su popularidad (por ahora, al menos), y lo saben. Se gustan más de lo que nos gustan a nosotros, conocen su potencial y lo explotan en cada tema: «Fast Forward», «Eject», «Shuffle», lo que le echen. Barwick se puede permitir varios gintonics sin dejar de clavar punteos y de dar botes. Son animales de escenario y sólo un sonido no siempre nítido (ni suficientemente potente) deslucieron su equilibrada performance. Desgranaron todo el «Control» como si fuese el único disco en el mercado, en distinto orden de canciones pero sin apenas intercalarlas con otro material. Sonaron, sí, «Kam» o «A Million Dead Stars» entre otras, pero la noche iba dedicada a su nuevo disco, y así sería durante toda la noche.
Hubo tiempo, como no podía ser de otra forma, para alargar pasajes hasta los límites de lo entretenido, para solos de guitarra y de batería y para versiones. Pero estos recursos no terminaron de cuajar. Si bien estamos ante una banda joven, también lo estamos ante una que tiene experiencia acumulada, un sonido más o menos reconocible y un catálogo suficiente para conciertos de repertorio basado en temas propios. Los sesenta y los setenta son una época mitológica de la que se pueden coger prestadas vestimentas, luces, tramoya, riffs y, en general, casi todo. Pero hay una línea no demasiada gruesa entre el revival y el kitsch: Barwick es un tipo con talento al que no le hace falta recurrir a un arco de violín patentado por Jimmy Page para sorprender a su público; Kurtis Smith es capaz de solos de batería que huelan menos a su referente Bonham; y, por supuesto, rellenar los bises con cuatro versiones (recortes de Break on Through, Baby Please Don’t Go, Dazed and Confused y Whole Lotta Love) es una maniobra que sólo debería estar permitida para bandas primerizas con un único EP bajo el brazo.
Defectos menores para una banda que parece que lo tiene todo para triunfar, aunque ésa sólo sea una verdad a medias: en el fantástico «Control» (y, por supuesto, en sus discos previos) faltan los temazos inmortales que hacen de una banda buena una gran banda. Quizá por eso haga falta esa referencia constante al zepelín, quizá tanta fuerza sobre el escenario esté ocultando la falta de unos temas de verdad arrolladores. La buena noticia es que hay margen de mejora, y que tienen toda una carrera por delante para taparnos la boca.