Sala Oasis, Zaragoza, 15/09/2013
Texto: Toño Mártinez Mendizabal
Fotos: Alba y Toño Mártinez
Es difícil decir algo que no se haya dicho ya sobre Steve Vai o sobre uno de sus conciertos. Así es que me limitaré a contar la verdad. Cuando uno afronta la posibilidad de ir a la actuación de un virtuoso, en estos tiempos que corren, puede pensar muchas cosas: lo que va a costar la entrada, si será aburrido un concierto con el protagonismo total de un guitarrista, si merece la pena o es mejor reservar energías y ahorros para otros más “divertidos”. Todas estas cosas y alguna más pueden pasar por la cabeza de cualquiera de nosotros, pero, en mi caso, se apoderó la decisión de apoyar la celebración del evento en nuestra ciudad y aprovechar la llegada de uno de mis ídolos a la guitarra. Tengo claro que es difícil que se acierte con el gusto exacto de cada uno de nosotros en cada momento. También sé que lo primero es lo primero y que, cuando hay dificultades económicas, todo se complica en la vida y en el rock. Pero también pienso que cuando alguien apuesta, con la que está cayendo, por traer buenos músicos a la ciudad (o por dar una oportunidad a los de aquí) hay que apoyar y disfrutar cada momento con lo que sólo nuestra música puede proporcionar.
Steve hizo gala de una educación y un saber estar exquisitos y demostró, como no puede ser de otra manera, que cuando el río suena agua lleva. Que alguien que, después de tantos años, sigue estando en la cima es por algo. Y es que Vai, en mi opinión, es un artista total. Por supuesto que es un guitarrista consumado, superdotado y adelantado a su tiempo. Precursor, contorsionista y maestro de nuevas generaciones. Pero es mucho, muchísimo más que eso. Es un actor estupendo. Su mímica, la forma con la que se dirige al público con la mirada, sus movimientos en el escenario hacen de él un guitarrista fuera de lo común.
Por otro lado está su maestría en la composición y un detalle, nada baladí, que siempre le ha distinguido de otras estrellas: da su espacio a todos los músicos que le acompañan. Trabajo en equipo y detalles que siempre repercuten en los resultados.
Todo eso se plasmó en un concierto de más de dos horas y media en el que hubo de todo: temazos de los que todo el mundo conoce como Tender Surrender o For The Love of God; otros de su último trabajo como Velorum, Weeping China Doll o Racing The World y hasta un set acústico en el que Steve Vai cantó y lo hizo bastante bien, como no puede ser de otra manera, a pesar de no ser lo suyo. También hubo momentos para Dave Weiner a la guitarra, Phillip Baynoe al bajo y Jeremy Colson a la batería. Todos con un gran nivel, a pesar de no tener el nombre de alguno de sus antecesores en el cargo. Dave se mostró como un gran discípulo a la eléctrica y a la acústica, Phillip como un bajista contundente y lleno de matices cuando hacía falta y Jeremy, un batería más pegador que fino estilista, se lució con un invento de batería portátil lleno de luces y calaveras que dejó al personal alucinado.
Hasta el público participó de la labor creativa. Dos chicos y una chica subieron al escenario para sugerir a los maestros una línea de bajo, un riff de guitarra, un rasgueo funky y un ritmo de batería, con los que el mago Vai, tras dar instrucciones a sus colegas, creó un tema que sonó francamente bien. Y, entre una cosa y otra, Steve se cambiaba de ropa y aparecía con pantalones vistosos, con y sin sombrero y hasta de extraterrestre con un traje con luces, escafandra y láseres de todos los colores que convirtieron la Oasis en un cielo estrellado.
Después, la sorpresa fue nuestra cuando, de vuelta a casa, le encontramos en la puerta del hotel y nos firmó entradas, se hizo fotos con nosotros y me aseguró que jamás olvidaría esa noche. Una noche en la que la luz no emanó de la luna, ni de las farolas, sino de una Ibanez con el asa recortada en la madera. La guitarra del gran Steve Vai.
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