Mustasch
27/11/15 Kulturbolaget, Malmö (Suecia)
Crónica y fotos: Julen Figueras
Un sábado más, y como en casi todas las ocasiones, la sala Kulturbolaget de Malmö contaba con una entrada muy generosa, casi a rebosar. Mustasch son una banda de muchos seguidores y, aunque no hacía ni tres meses habían tocado en la ciudad (en aquella ocasión coincidió con The Sword), estuvieron a punto de agotar entradas. Ayudó algo el hecho de venir presentando su nuevo y aclamado trabajo, Testosterone, y una banda de apoyo de esas que se llaman «invitados de lujo», Santa Cruz.
Lujo o no, los finlandeses abrieron la noche con notable soltura y mucha potencia. Fueron cuarenta minutos de hard rock y sleazy, ese estilo tan manido cuya moda se está pasando (por segunda vez), pero la actuación pareció mucho más larga, dejándonos más que saciados para cuando terminaron los bises. Más allá de gustos, lo cierto es que pocas pueden ponérsele a una actuación en la que consiguieron que buena parte del público se metiera de lleno. No fueron pocas las personas que se sabían las letras de unos temas básicamente intercambiables pero efectivos. Las poses, los ropajes, y los riffs también eran intercambiables con cualquier otra banda del género, pero es lo de menos en estos casos. Pusieron ganas, dieron música y calentaron ambiente. Más que suficiente.
La mayoría de quienes asistimos, eso sí, estábamos para otra cosa. Odiados por otras bandas suecas (según cuenta su guitarra, David Johannesson), Mustasch arrastran una cantidad de fans ciertamente sorprendente para quien, desde España, nunca ha sentido su impacto. Ralf Gyllenhammar salió a escena y el público arrancó en gritos, como ante una estrella de la tele. Se acercó al micro, gritó «be like a fucking man!», y el show prendió fuego. Uno tras otro, los riffs y los ritmos rápidos y machacones pusieron el marco para unas melodías que ya eran, incluso en el caso de las más recientes, conocidas por todos. Con canciones como «Black City» o «Double Nature», uno entiende qué hay de especial en Mustasch: entre lo cómico y lo tétrico, entre lo pesado y lo melódico, la banda consigue unos híbridos difíciles de situar en el mapa del metal. Unos híbridos que proporcionan, por encima de todo, mucha diversión. Diversión con unos himnos muy particulares, casi únicos. Diversión por la electricidad de un show diseñado para dejarnos sordos, ciegos y con ganas de más. Diversión, finalmente, porque los estados de ánimo son contagiosos, y uno podía ver que la banda estaba pasando un gran momento ahí arriba, con sus posturas, sus caretos, sus muecas, sus juegos y bromas internas, que no se entienden pero se intuyen.
Con una puesta en escena tirando a sobria, el atractivo visual estaba en las tres figuras que teníamos delante: tres tipos con el pie apoyado en una caja, como diciendo «aquí estamos, tenemos mucha fuerza y mucha testosterona que repartir». Eso, y un juego de luces ciertamente llamativo, que bien servía para poner el escenario en llamas como para envolver a los músicos en sombras y claroscuros. Los temas de su nuevo disco cayeron aquí y allá, en un set perfectamente equilibrado, y dejaron entrever que la calidad volcada en su nuevo lanzamiento puede que haya marcado un punto de inflexión para el combo sueco. Tan rápidos y tan salvajes como siempre, pero más llenos de melodía, de coros y de arreglos. A la gente pareció gustarle. Aunque eso tampoco termina de importar: Mustasch llevan haciendo lo que les da la gana desde que publicaron su primer EP. Los bises sirvieron para recordar, como cada noche, a Yara, la pequeña que fue víctima de violencia en casa hasta el día de su muerte: Yara es ahora la canción que abre «Testosterone», y Ralf no puede terminarla sin que los ojos se le humedezcan.
Hay que tener un día realmente malo para no pasarlo bien viendo a Mustasch. El de ayer no fue uno de esos días, y su show apabulló, nos dejó algo sordos, algo ciegos y, aunque hora y media es suficiente, sin duda podríamos habernos quedado para una o dos horas más.