Doble análisis del esperadísimo decimoséptimo álbum de estudio de «La Doncella de Hierro».
La vida es evolución. El mundo está en constante cambio. Nuestros padres cambian. Steve Harris ha cambiado. Nosotros hemos cambiado. IRON MAIDEN también han cambiado… ¿Se le puede recriminar a unos músicos irrepetibles que cambien y evolucionen tras 40 años creando música cuando todo lo que les rodea lo hace? Yo desde luego, no lo haré.
Aunque quizás este “Senjutsu” no cambie tanto sobre lo que nuestros MAIDEN nos llevan ofreciendo los últimos años. Atrás quedaron sus temas más rápidos, más directos y salvajes. Si alguien aún espera un nuevo “Aces High” o un “Be quick or be dead”, es que no ha escuchado sus últimos discos, o que tiene más fe que STRYPER.
Los potentes tambores iniciales de “Senjutsu” retumban y casi ocultan los primeros riffs, pero no la potente y épica voz de Bruce Dickinson, quien se gusta en las estrofas. No podían haber elegido mejor título para un tema, que parece un homenaje al Muro de JUEGO DE TRONOS, ya que ese vocablo japonés viene a significar “tácticas y estrategia” y todo el tema está plagado de alusiones a la defensa de un gran muro y su enorme fortaleza para repeler los ataques. Es uno de mis temas favoritos y como ocurre con las demás joyas del disco, lleva la firma de Adrian Smith (y de Steve Harris).
Los otros 3 temas que compone Adrian, los hace con Bruce, y refuerzan el hecho de que siempre formaron un dupla muy creativa. “The Writing on the Wall” tiene un inicio rockero con unas bonitas guitarras. Es un tema que va ganando en cada escucha. Tiene poco veneno y pegada, pero buenas melodías y unas grandes solos de guitarras en la parte final. Quizás Adrian lo pensó mientras escribía canciones para su fantástico disco con Ritchie Kotzen. “Days of Future Past” es la canción más corta y más directa, lo más parecido a los MAIDEN antiguos, sin la pegada de antaño, pero con un tono alto y épico en el estribillo (de largo el mejor del disco), que le dan un punto muy atractivo para el directo. Aunque de los 3, quizás me quede con “Darkest hour”, que con su sonido de olas inicial y su desarrollo e intensidad, me traen a la memoria uno de mis temas favoritos de Dickinson en solitario, el sensacional “Tears of the Dragon”. Balada con tintes bélicos, escrita en honor a Churchill y los oscuros momentos a los que tuvo que enfrentarse en la Segunda Guerra Mundial.
Tras esta tripleta ganadora, tenemos la otra trilogía que marca el disco, y cada uno dirá si para bien o para mal. Son los 3 cortes que cierran el redondo. 3 Temas de más de 10 minutos cada uno, escritos en solitario por Steve Harris con su marca habitual de los últimos años. Temas con largas intros acústicas, desarrollos larguísimos, riffs que se repiten una y otra vez, largos e inspirados momentos instrumentales, historias épicas y finales volviendo a la fórmula inicial. Está claro que es lo que le pone a Steve. Y a mi personalmente también me gustan y me parecería una fórmula muy acertada para meter un tema de estos por cada disco. Pero meter 3 seguidos… a mí no me emociona la verdad. Le quita mucho ritmo. Sólo me veo disfrutando de los 3 temas seguidos en un largo viaje de coche, con la música alta y disfrutando de la música y el paisaje.
Lo curioso es que de lo que he leído por ahí, a cada uno le encanta uno de los 3, pero no veo que la gente se decante por uno concreto. Algunos alaban los aromas celtas, que recuerdan a algunos temas previos de la Doncella, en la forma de “Death of the Celts”, otros encuentran el maná en los casi 13 minutos y la multitud de capas y de riffs repetidos de “The Parchment”, que además cuenta con unos solos apoteósicos y por último, no son pocos los que piensan que “Hell on Earth” es de los temas más completos e inspirados que ha escrito IRON MAIDEN en los últimos años. Lo cierto es que tiene muchos elementos clásicos de la banda como los típicos riffs de guitarras que se pueden tararear, el sonido de bajo cabalgante… Personalmente hubiera publicado cualquiera de los 3 y hubiera dejado los otros 2 para futuros lanzamientos, o caras B.
Añadir como punto curioso que Dave Murray no firma ninguno de los temas, cosa que hacía muchísimos años que no pasaba, desde el “Powerslave”. Mientras que Janick Gers se une a Harris en 2 cortes, menos pretenciosos que los antes mencionados y que le aportan el punto típico del divertido guitarrista. Seguro que al menos “Stratego” entra alguna vez en los set-list de presentación del disco y suena genial en directo.
En resumen, un trabajo para mí muy en la línea de los últimos de nuestros queridos MAIDEN. Yo lo he disfrutado y lo seguiré disfrutando muchos meses. Los fans que le dieron un poco la espalda hace años, no volverán al redil, aunque seguro que muchos harán lo posible por verles en directo, y así volver a enfundarse su vieja camiseta del “Number of the Beast”.
Toda mi admiración a las bandas clásicas que siguen metiéndose en el estudio a componer música nueva, que arriesgan, que se dejan llevar por su instinto y no por el qué dirán. Y que luego tienen los cojones de salir de gira a defender sus nuevos temas, cuando podrían vivir de las rentas y de sus clásicos inmortales. UP THE IRONS!!
Palabra de Metalson
Iñigo Ortuñez
Vaya por delante que, sin ser un acérrimo de los británicos IRON MAIDEN, reconozco su titánica labor a lo largo de su historia por llevar la bandera del Heavy Metal a cada rincón/hogar del mundo y que, sin ellos, esta línea temporal no tendría el presente que todos conocemos a día de hoy. Tampoco se me caen los anillos por decir que no toda su discografía me resulta indispensable, ni siquiera en su época de esplendor (aquella a la que los entendidos se refieren como clásica, vaya usted a saber si están en lo cierto…). Y por último y en este ataque de sinceridad, soy de los que aceptan el hecho de que las grandes bandas quieran virar hacia nuevas expresiones artísticas, no creo que a ningún músico se le haya de subyugar a perpetrar lo que los sectores más conservadores estén siempre aguardando; eso sí, exijo calidad y pasión que es lo mínimo que se le puede demandar a quién vive de nosotros, y ya, si puede ser, inspiración.
Por eso y sin más dilaciones, con total rotundidad y sin importarme lo más mínimo las opiniones que leo en encendidos debates en las redes sociales, afirmo categóricamente que Senjutsu, la décimo séptima criatura de la doncella de hierro, es su mejor trabajo en las últimas décadas, así, sin pestañear.
Y lo digo con convencimiento, sin ataduras a la nostalgia que recrea la edad adulta; es más, lo realizo apelando a esta misma para huir tanto de las pataletas infantiles camufladas de intransigencia, como de las opiniones infundadas por ínfimas escuchas, vaya usted a saber en que condiciones y bajo qué estado de ánimo.
Llegados a este punto es cuando sí intercedo por retomar el vicio de la juventud, clamo por ella y lo hago por ninguna otra razón más que desgastar nuestras orejas, escucha tras escucha hasta enamorarte de un disco como hacíamos antaño y pasar de este “fast food” musical en el que nos vemos expuestos a diario para, señorías, volver a pasar tiempo real y necesario con la música.
Los incrédulos han tenido tiempo ya de sobra de saber que IRON MAIDEN sobrevuelan libremente por encima de su legado y a fecha actual, continúan con la ilusión de crear, aunque esta acción esté ligada a su nueva percepción de sí mismos y sus aspiraciones, en ningún momento a los esclavistas de talonario y a sus esbirros inversores.
Ya centrados en este disco no todo son maravillas, ni halagos, ni mucho menos alcanza el estatus de obra de arte atemporal, pero sí nos entrega a unos eruditos en lo suyo, quizás por momentos demasiado ensimismados en sus ampulosos espacios expansivos, pero totalmente focalizados en materializar su sueño de labrar campos de magia desde donde otros solo hubieran obtenido ceniza que rápido el viento se lleva.
La inicial y homónima Senjutsu abre con una cadencia tribal en las baquetas del señor McBrain que verifica el presagio de que nos espera una épica especial a lo largo y ancho del doble Cd o triple vinilo, algunos de los formatos en el que es editado, para presentar una porción de territorio árido en sus estrofas que queda conquistado heroicamente en sus solos de guitarras, puentes y estribillos, de forma noble y paciente.
Stratego es una composición netamente Maiden de toda la vida, atractiva, enganchadora, en alianza a su linaje más inmediato y aguardado por sus legiones de fans, donde Lord Dickinson cabalga con su instinto señorial a lomos de las melodías dibujadas por las guitarras y el incansable galopar del protector de su huella indeleble, Steve Harris. Para regocijo de éstos también nos interceptan con otra bala directa llamada The Days Of Future Past que se adapta al antaño y al presente con solvencia.
The Writing On The Wall de acento Western, sorprendió como primer single y abandona parcialmente los patrones explícitos de la banda sin desvincularse de ellos por completo, refrescando su fórmula en una composición de Adrian Smith junto a Bruce Dickinson que se abona en el Southern Rock, el Country y florece en el hierro que se les presupone.
Nueve minutos y medio para viajar sin dirección preconcebida en Lost In A Lost World, desnuda y enigmática en sus primeros ciento veinte segundos, mecida por un calmado y melódico Bruce junto a unos fantasmales coros hasta que, de repente, golpe seco de batería y comienza otra aventura innata a su heraldo actual en donde se suceden las armonías tanto vocales como instrumentales, cambiando de dibujos con levedad, marcando ciertos pasajes con mayor incisión, pero al que le sobran algunos compases antes de volver a una hermosa calma emparentada con su inicio. Por este sendero discurre The Time Machine, más brava en su composición, desarrollo y cambio de intensidades, acariciando el progresivo más elemental y resultando uno de los mayores aciertos del disco por su equilibrio entre longitud e idilio con las musas.
Cerramos el primer tramo del disco y las conclusiones más obvias independientemente de gustos son que Kevin Shirley realiza, como no podía ser de otra manera, un gran trabajo tras los controles, aunque desluzca cierto brillo al sonido al que nos tenían acostumbrados unos Maiden menos toscos y que ahora peinan canas más realistas. Otro asunto a tratar es ese fondo continuo de teclados que a veces aporta y que en otras aparta, pero que ejerce de tímido colchón para ciertas tretas de la banda y que, al final, se funde con el sonido general y no genera demasiada ansiedad.
En el segundo asalto nos encontramos con cuatro canciones. La primera y más corta, aunque supera los siete minutos, Darkest Hour, escrita por Smith/Dickinson de nuevo y a medio tiempo, nos acerca más a la figura en solitario de su vocalista que a la propia banda. Sus generosos solos, carismáticos y llenos de feeling, completan otra gran pieza de digestión ligera.
A continuación, se desata el genio de Harris en tres composiciones completamente propias y cuyos tiempos no bajan de los diez minutos. ¿A qué nos enfrentamos?
Pues la respuesta es sencilla: ambientes recreativos, opulencia, magnificencia, auto complacencia y momentos precisos de gesta realmente deslumbrantes a cuyos desarrollos quizás les sobren minutos, pero que, en todo caso, consiguen atraer la atención del oyente con diversos matices y unos duelos de guitarra marca de la casa, siempre y cuando se esté dispuesto a invertir nuestro bien vital más escaso desinteresadamente por la causa. Bruce ejerce más de narrador ocasional que de protagonista, pero en sus intervenciones amplifica la sensación hímnica que requiere esta prolongada tripleta final.
Death Of The Celts, amplia, bella y nostálgica en sus inicios, va creciendo poco a poco, cogiendo fuerza y convirtiéndose en una danza pagana a la luz de la luna llena, instrumentalmente irreprochable, hasta que reposa dulcemente tal y como se inicia, patrón similar a The Parchmen, más faraónica en su caminar imperial, más clásica en sus estallidos y con un mayor éxtasis de victoria en la garganta de un Bruce Dickinson que se dobla las voces con reflexividad.
Hell On Earth, como final del disco, condensa una oscuridad amable en sus primeras melodías hasta que, sobre la partitura, golpean con su sello distintivo y desatan todos sus recursos, líricos, instrumentales y ambientales para dejarnos con un grato sabor de boca a pesar de estar masticado ya reiterativamente con diferentes texturas.
Senjutsu es un menú copioso, suscita gula y calma el hambre inicial, te embriaga con nuevos sabores y consigue empachar si te abalanzas sobre él con premura, pero a la hora de pedir la cuenta, la satisfacción se apodera de tu cartera y sientes obligación de generosidad al pagar la factura. Una vez consigues levantarte de la mesa ya estás pensando a quién recomendárselo y cuando repetir, sin tan siquiera haber cruzado el umbral de una puerta que sabes que pronto volverás a abrir de nuevo. Solamente necesitas tiempo.
Jesús Alijo «LUX»