INGLORIOUS – Inglorious (2016)

Salvo que tu banda sea una de esas rarezas espaciotemporales como Tool, Living Color, o alguno de los múltiples proyectos de Mike Patton, las probabilidades de estar haciendo música que ya hemos escuchado antes son muy altas. Bien sea en rock melódico, en metal o en blues-rock clásico, los esquemas han sido tan transitados que, para ser mejor que los demás, no basta con hacerlo muy bien, sino que hay que aportar algún signo identitario adicional: el aspecto, la mezcla de sonidos dispares, el uso de instrumentos exóticos, etc.

Inglorious se ha lanzado con decisión con la baza de ser una banda orgánica, que graba los temas tal cual son ejecutados en directo, con la energía que surge del tocar conjuntamente. No es poco, dado el nivel de enlatamiento que venimos presenciando. Frente a bandas que se ven por Skype y comparten sus riffs por WeTransfer, la pureza a la que apela la banda británica devuelve algo del encanto de los viejos tiempos, aunque peca de algunos de los vicios tan recurrentes en los últimos lustros.

No hacen falta ni diez segundos de música para adivinar la dirección de los tiros que este quinteto dispara: es casi imposible pensar en Inglorious si no es a través de clásicos como Zeppelin, Purple, Bad Co. y Whitesnake. Sin embargo, las influencias de los maestros no son siempre garantía de éxito. Todo vale a la hora de escribir música pero, desde luego, no todo cuaja con la misma facilidad. Si bien la calidad técnica del conjunto se hace patente en cada uno de los cortes del disco, los sonidos que canciones como «Until I die» o la stillofthenightesca «You’re mine» evocan son demasiado familiares como para escucharlos con oídos frescos. Son como el clásico chiste en el que cuatro personajes de nacionalidad distinta se reúnen: puede que cada chiste sea distinto al final, pero buena parte de la gracia se ha esfumado una vez conoces la estructura.

Hay otros cortes, sin embargo, mucho más interesantes, donde las composiciones potentes van acompañadas de algunas dosis de originalidad. Es el caso de la oscura «Inglorious», la típica canción de sonidos orientales a-la-Kashmir que muestra, sin embargo, muchas otras posibilidades a explorar; o los medios tiempos de «Holy water» o «Bleed for you», en las que la portentosa voz de Nathan James se acerca más a Jorn que a Coverdale. Es en esa línea menos vertiginosa en la que Inglorious consigue dejar una impronta mayor. Cuando la banda cruza la línea marcada por 1987, de guitarras saturadas y rápidas, cuando Inglorious recuerda más a Voodoo Circle que a Spiritual Beggars, es cuando empieza a desvanecerse el interés creado.

Ayuda mucho, con todo, que estemos ante un disco relativamente corto, con once bien escogidos temas y un metraje que no permite llegar al aburrimiento. Como un buen setlist escogido para la descarga sobre escenario, los temas van cayendo con fluidez y contundencia, con la sensación (¿quizá inducida por lo que ellos mismos subrayan una y otra vez?) de que lo que escuchamos es real, tangible, sin trampa ni cartón. Un debut remarcable del que seguramente recogeremos frutos en el futuro.