WAYWARD SONS – Ghosts of yet to come (2017)

En el satisfactorio “oficio” de encontrar buenas bandas que merezcan la pena, cada día es más difícil sacar el grano de entre tanta paja. Si partimos de que la actual abundancia de bandas, la sobreproducción y la falta de ideas me están alejando poco a poco de la mayoría del hard rock (con deliciosas excepciones, desde Small Jackets hasta Audrey Horne), la forma en que el debut de Wayward Sons me ha enganchado sigue sorprendiéndome. Un disco discreto que parece que no tiene nada y que, sin embargo, lo tiene casi todo.

Marcando las casillas de lo que un buen álbum del estilo debe tener, el recién formado quinteto liderado por Toby Jepson ha conseguido una carta de presentación que se parece más al retorno de unas estrellas maduradas que al de una banda que empieza de cero. No puedo señalar con el dedo qué es lo que tiene esta banda que tanto escasea en otras. Hay que recurrir a imágenes y metáforas, decir que son «frescos», o que «tienen garra» o, simplemente, que «lo tienen». El caso es que donde otras bandas han estado repitiendo el abecé del género, Wayward Sons han hecho algo igual-pero-distinto y han triunfado en el intento.

Jepson no ha estado especialmente creativo en los últimos años, pero eso no significa que haya estado inactivo: ha dejado su impronta en Gun, Fastway y en esa cosa llamada Dio Disciples, y ha producido álbumes de un montón de bandas, desde Saxon hasta The Brew. No sabemos si el contacto con tantas y tan diferentes influencias ha tenido algo que ver en lo que escuchamos en “Ghosts of yet to come”, pero lo cierto es que su variedad estilística choca. Más cerca de la influencia o el guiño que de la vulgar copia, a Wayward Sons se le ven dejes de unos modernizados Thin Lizzy (¿o habría que decir Black Star Riders?) en temas como “Ghosts” o “Be still” o de, por supuesto, los Little Angels de su vocalista.

Aunque banda nueva, poco tiene de novata. Jepson se ha rodeado de músicos curtidos que ponen los pilares para que las canciones suenen así de potentes. Una poderosa pero no apabullante base rítmica, y unos teclados que dan el color suficiente como para que los temas no queden crudos. Paradójicamente, es el más desconocido de este póquer el que pone la mejor parte de estos hijos pródigos. El guitarrista Sam Wood desparrama sus riffs por doquier, inventando lo justito, pero enlazando un montón de ideas que nunca saturan. Ojalá un Sam Wood por cada Doug Aldrich.

Es quizá la inclusión de esta quinta pieza del puzzle la que hace que casi todo en “Ghosts of yet to come” suene así de fresco. Porque, sí, es un disco de hard rock como el que venimos escuchando desde hace treinta años, pero también hay un montón de sonidos más modernos que, precisamente por estar tan bien empastados en estructuras más clásicas, no chirrían ni cansan. ¿A qué suenan canciones como “Until the end” o “Something wrong”? ¿Qué estilo y qué década? No está claro, pero suena de maravilla. Si hay alguna versión modernizada de nuestro hard rock que puede calar en la gente de menos de veinte años, se parecerá seguro a Wayward Sons.

Las inquietudes musicales llevan las carreras artísticas por terrenos imprevisibles. Jepson está hoy metido de lleno en este nuevo proyecto, y quizá mañana la banda se acabe tras sólo unos pocos bolos. Así es de volátil nuestro mundillo. Entretanto, por suerte, tenemos este puñado de temas, un disco inteligentemente resumido en cuarenta minutos (se escribieron hasta 26 canciones antes de entrar al estudio). Una carta de presentación inmaculada, con las dosis perfectas de melodía, de gamberrismo y de fuerza. Una boya con mucha calidad en mitad de un mar de mediocridad.