SWEDEN ROCK 2015: Crónica

SWEDEN ROCK
Sölvesborg (Suecia), 03-06/06/2015
Crónica y fotos: Julen Figueras

Un año más y parece que vivimos en un constante déjà vu. Escribir la crónica del Sweden Rock 2015 puede convertirse en una reproducción mecánica, como con plantilla, de las cosas que ya se dijeron en 2014, y antes en 2013. Una vez tienes un primer contacto con esa atracción fatal de la que es casi imposible quitarse, todo se vuelve previsible, aunque sea en el buen sentido. Vivimos en una constante búsqueda por subir la apuesta de nuestros placeres, y a lo mejor no nos damos cuenta de que lo que es casi perfecto no tiene más que un escueto margen de mejora, o que la novedad no va a estar en la imagen panorámica, sino en el matiz.

Sin hacer demasiado ruido, con el trabajo de un corredor de fondo, el festival sueco se ha plantado en el cuarto de siglo sin haber tenido que renunciar a los principios y señas de identidad sobre los que todo el tinglado ha sido construido. Y esas señas están tanto en lo pequeño como en lo grande. Están en lo grande, porque al final son las bandas que conforman el cartel las que dan nombre internacional a un evento local. Pero está en lo pequeño, porque esas bandas, sin el trabajo que hay detrás, no serían más que un saco roto de ilusiones.

El que quiera saber qué bandas cumplieron, cuáles dieron la campanada o cuáles decepcionaron hasta al más conformista, puede seguramente ahorrarse las siguientes líneas. Uno puede esperar durante meses para vivir esos conciertos de las bandas que más venera y, una vez que llegan, la mayoría de estas experiencias se esfuman con el viento. Perduran y se reviven unos pocos, como el impecable show que dieron TOTO, o la sorpresa (esperada, en realidad) de MOTHER’S FINEST. Pero el Sweden Rock no es tan importante en la vida de unos pocos miles de personas por esta o aquella banda. Más allá de los nombres, queda ahí algo que perdura, lo que no se contabiliza en el cartel. Queda, básicamente, todo lo demás, que es lo que hace que la gente repita año tras año. ¿Qué es ese «todo lo demás»? Aquí unas pocas pinceladas.

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Toto y su sonido cristalino

TOTO Y EL SONIDO CRISTALINO

Una buena narración no parece que pueda empezar por el final, y abrir una crónica hablando de la mejor banda de las noventa que pisaron Sölvesborg parece arriesgado. Y es que Toto, es cierto, fueron la banda que puso más calidad, más clase y más profesionalidad de este 2015. Era, también, una de las más esperadas de la edición. La dosis de AOR anual venía un poco más reducida de la cuenta, pero a cambio pudimos disfrutar de un peso pesado que, como es habitual en estos casos, cuesta ver en España. Toto es un valor seguro (en lo estrictamente musical), y nos regalaron un show a tres voces en las que repasaron títulos de casi toda su discografía, acompañados de coristas y músicos que si alteraron las versiones originales fue sólo para mejorarlas, para dar espacio a tanto talento metido en tan pocos metros cuadrados. Con los norteamericanos tenemos la suerte de no tener que justificar carencias musicales a través de su valor emocional: Toto lo son todo a nivel musical, y sus canciones emocionan a quien esté dispuesto dejarse emocionar. Escuchar, por fin, hits como “Hold the Line” y otras menos taquilleras pero igual de celebradas como “Stranger in Town” es un placer impagable. Pero nada de eso vale mucho sin la habilidad de unos profesionales, lo de sonido, que hicieron que aquello sonara como un auditorio. Por las experiencias en otros lugares, uno acaba dando por hecho que los escenarios grandes y los sonidos atronadores no son compatibles con la nitidez de cada uno de los instrumentos. Escuchar embobados a Toto en el Sweden Rock nos demuestra que la premisa es falsa.

Bien es cierto que el incómodo viento que acompañó durante el miércoles de apertura hizo que varios conciertos, como el de Hell, o el de los siempre solventes The Quireboys, sonasen de forma impropia. Pero para eso cuenta el Sweden con una jornada de calentamiento. Lo que el primer día suena flojo sabes que sonará mañana como un cañón. Y así sucedió en los siguientes días, con Toto como máximo exponente de ese sonido cristalino rara vez enturbiado, pero con muchas otras figuras que se beneficiaron de un equipo de profesionales haciendo que la diferencia entre lo que sale por el ampli y llega al oído del escuchante sea la menor posible. Y al aire libre.

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The Quireboys, banda que no falla

LA CARPA DE ROCKKLASIKER STAGE, LA PASARELA DEL FESTIVAL STAGE, O CÓMO CONTENTAR A TODOS LOS PÚBLICOS

Mucho antes de que se popularizara el community manager en los festivales españoles (esa persona tras la pantalla que se encarga de crear expectativas rara vez cumplidas, y que capea como puede las críticas que le llueven año tras año por errores de bulto que cada vez menos gente quiere aguantar), era conocido y reconocido el Sweden Rock por escuchar a sus fans, los mejores del mundo según el eslogan. Una etiqueta que no se pone y se quita como elemento de marketing, sino que se gana.

Se gana, por ejemplo, con la instalación de una carpa en la que pudimos disfrutar de un sonido mejor que nunca para el Rockklasiker Stage, donde vimos a bandas como The Order of Israfel, Kaypa o Jon English, todas de distintos géneros pero con similar claridad. Atendiendo las peticiones de la gente asistente, y para hacer de la experiencia del escuchante la mejor posible, la nueva carpa nos proporcionó una zona aislada del resto de escenarios, y con más potencia que nunca. Si otros años lamentábamos la falta de fuerza del sonido en este particular escenario, este año se consiguió que todo sonase en su sitio, más fuerte, y sin crear indeseables bolas de sonido que conocemos bien los que hemos estado en festivales como el Azkena Rock.

Mad Max en la estrenada carpa (foto: Maria Johansson)
Mad Max en la estrenada carpa (foto: Maria Johansson)

No todo puede estar bajo control de la organización, pero está claro que, aquello que pueda hacer ésta por mejorar, lo hará. Por eso, 2015 ha sido el año en que por fin hemos visto la pasarela del más grande de los escenarios, el Festival Stage, reducido en unos 70 cm para que pudiéramos ver lo más y mejor posible. ¿Tonterías sin importancia? En absoluto. Estamos ante un grupo de organizadores que sabe diferenciar lo necesario de lo accesorio, lo cosmético de lo pragmático. En la explanada verde de Sölvesborg no vas a encontrarte atrezzo rockero o metalero, pero sí unas instalaciones que tienen, como fin último, que lo que se ve y se oye sea lo mejor posible. Por eso, si el sonido era ya difícil de mejorar en la mayoría de escenarios, una pequeña reducción en la altura de la pasarela principal hizo que pudiésemos ver mejor y disfrutar más, si cabe, de los conciertos grandes: la mediocre actuación de Spike y sus FreeHouse, unos Molly Hatchet a los que se les evidenció la falta de garra sureña al visitarnos con un solo guitarrista, o el concierto que casi nadie recordará de Motley Crue.

Porque traer a una u otra banda es mera cuestión de talonario, son las pequeñas diferencias como éstas las que hacen que, cada año, cuando el festival se termina, volvamos en el avión con un ojo puesto ya en Sölvesborg, esperando a la siguiente edición.

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Spike y FreeHouse en la nueva pasarela del Festival Stage

 

DE BACKYARD BABIES HASTA MAIDA VALE, EL SWEDEN ROCK CUIDA SU CANTERA

Puede atribuirse a un sentimiento patriótico de los suecos el hecho de contar con un cartel repleto de bandas nacionales (algo por debajo de la mitad de todas las bandas). Más allá de lo musical, antes del potente concierto con el que nos pusieron las pilas Mustasch el sábado a primera hora, se pudo apreciar que el día nacional sueco puede erizar más pelos que un buen solo de guitarra. Pero atribuir el sesgo nacional al brochazo grueso de lo políticamente borrego sería todo un error.

Lo cierto es que los países escandinavos, y Suecia especialmente, han mostrado una tendencia a promover la creación cultural que tiene su eco en eventos como el Sweden Rock. No se trata ya de la (casi inexistente) carga impositiva que tiene la cultura o de la programación de la televisión pública. Tal y como nos contaban sus organizadores recientemente, la intención del festival es atraer tanto a viejas como nuevas generaciones y, entremedias, a padres y madres con los hijos que, no dentro de mucho, serán los nuevos rockeros que en España no tendremos.

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Maida Vale, una de las revelaciones del año

Pero la cultura no es sólo oferta de ocio, sino también creación, y ahí Suecia tiene una cantera que ha sabido cuidar. Por un lado, los grandes nombres de la escena sueca tienen siempre su espacio en el festival. Ghost cerraron la noche del jueves. Heat lo hicieron el viernes. Backyard Babies, que se llevaron la mayor parte de un público dividido por dolorosos solapamientos, fueron presentados como una de las grandes confirmaciones tras sólo cinco años sin pisar escenarios suecos. Por otro lado, bandas como Maida Vale sorprendieron a ajenos (no había “propios”) por su calidad, actitud y juventud. Lo que llamaríamos “jóvenes promesas”. La pregunta del millón, ‘Cómo puede una banda tan joven tener el bagaje de estas cuatro chicas‘, no es nueva, y seguiremos extrañados preguntándonos la fórmula. Unas políticas públicas que dan a la cultura el valor que merece, que promueven el aprendizaje de instrumentos en las escuelas (además de la flauta dulce), y que habilitan espacios para que los jóvenes hagan música, tiene su obvio reflejo en las políticas de contratación de un festival naturalmente sueco. Maida Vale nos cogió por sorpresa con su rock psicodélico que va de Jefferson-Airplane a Blue Pills, pero otras como Egonaut, Deception o Seventribe, cada una en su estilo, seguro que no lo hicieron mucho peor. El arte no es un ejercicio de casualidad.

La penúltima vez que veremos a Judas Priest lució mucho más de lo que esperábamos
La penúltima vez que veremos a Judas Priest lució mucho más de lo que esperábamos (foto: Stefan Johansson)

 

GRANDES NOMBRES, CONCIERTOS PEQUEÑOS

Es inevitable. El Sweden Rock es, como cualquier otro festival de música, un negocio. Sabiendo que lo que mueve masas son las leyendas que (sobre el papel) siguen vivas, cada año toca ver cómo el escenario principal se acondiciona para los grandes nombres de turno. Algo parece que falla cuando Slash y Toto tocan a pleno sol para que, horas más tarde, una banda venida a menos ocupe su mismo espacio. Kiss pueden dar un concierto bochornoso y ocupar los titulares de mañana, su ex-miembro Ace Frehley toca y canta mejor, pero tendrá que conformarse con tocar a las cuatro de la tarde. Las jerarquías, en cuestión de hacer de dinero, no dependen de tu calidad, sino de la cantidad de entradas que vas a vender.

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Motley Crue: se ve mejor de lo que se escucha (foto: Maria Johansson)

Llegados a este punto, demasiadas veces nos encontramos con la paradoja de los grandes nombres que rara vez dan conciertos que sobrepasen lo pasable. Queremos, por un lado, las mayores leyendas, las que dicen que, ésta vez sí, es la última vez que los podremos ver en directo. Pero, por otro lado, son éstas las bandas más acomodadas en unos laureles mustios. Bandas como Volbeat o Soundgarden no son bien recibidas como cabezas de cartel, pero darán mejores conciertos que la mayoría de vacas sagradas.

Quizá por eso, porque no esperábamos casi nada, acogimos con placer a unos Judas Priest cuyo Halford sigue aguantando la losa del tiempo gracias a pequeños trucos y a la indulgencia del público. Un set bastante bien equilibrado, al que nunca dejará de sobrarle Painkiller, consiguió que el vocalista aguantase razonablemente bien hasta el final de un concierto de casi 90 minutos. Mucho más de lo que cabía esperar de una banda que lleva más de un lustro de “tiempo de descuento”, aferrándose al relevo de KK Downing como a un trozo de madera en un naufragio. Una sensación parecida, aunque mucho más vistosa, nos dejaron Def Leppard, que atronaron con un sonido a ratos excesivo y un setlist tan previsible como sus gestos y comentarios. A ratos estaba todo tan en su sitio, las luces, las imágenes de fondo, que hasta resultaba extraño escuchar unos coros perfectamente ejecutados (salvo algún gallo que se le escapó a Campbell). En parte porque la era de YouTube deja poco lugar a las elucubraciones, la banda de Elliot y del robaescenas Phil Collen dio un concierto correcto, que dejó buen sabor de boca, pero que no quemó en ningún momento. Motley Crue “jugaban sobre seguro”. Y es que era seguro que los norteamericanos iban a ser los peores cabezas de esta edición. No decepcionaron, porque no había cómo, pero su concierto sí sirvió para certificar que una retirada a tiempo siempre es mejor que arrastrar una leyenda. Si bien fueron la banda que menos tiró de trucos para ocultar el lamentable estado vocal de un tipo que nunca cantó muy allá, eso no parece razón suficiente para mirar a otro lado a la hora de juzgar un espectáculo que casi unánimemente fue considerado, en el mejor de los casos, olvidable.

¿Qué hacemos? ¿Aceptar resignadamente que casi no quedan leyendas que puedan hacer algo más que cumplir con los mínimos? ¿Cerrar los oídos y abrir el corazón lo más posible, para imbuirnos en las emociones que nos suscitan los héroes de juventud? ¿Criticar sin piedad? A gusto de cada uno. Tarde o temprano llegará en el momento en que éstos nos falten, y quizá entonces desearemos poder escucharlos una vez más en directo, aunque sea con tonos bajados, artificios que desvían la atención de lo importante, o gallos que sonrojan hasta al primerizo más impresionable. Entretanto, siempre podemos poner nuestra atención en esas otras bandas que, sin tener nombres revientaestadios, son los que verdaderamente hacen del cartel del Sweden uno de los más atractivos.

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The Angels, recorriendo medio globo para hora y media de concierto

LOS CONCIERTOS QUE NO VERÁS EN NINGÚN OTRO SITIO

Si por algo destaca el cartel del Sweden Rock de entre el resto de festivales europeos es por ser la responsable de haber traído a bandas impensables para la mayoría. La lista es bastante larga, y todo indica que seguirá engordándose en los años que vienen. El riesgo que toca asumir en estos casos es el de llevarse chascos mayúsculos, por tratarse de bandas que giran poco o nada, y que son traídas a Sölvesborg para un único concierto. Esta vez tuvimos más bien pocos chascos y, en cambio, recibimos algunas de las más agradables sorpresas de este 2015.

Mientras Backyard Babies reventaban el Rock Stage al atardecer, muchos lamentábamos no poder desdoblarnos para estar viendo dos conciertos al mismo tiempo. En el Sweden Stage daba uno de los mejores shows del año el canadiense Pat Travers, con una base rítmica de infarto y un segundo guitarrista que hizo que el combo avasallara a ritmo de blues y rock and roll. Travers no es el clásico guitar hero, y ni siquiera tuvo que hacer grandes alardes: tocó como uno más en la banda que lleva su nombre y, aunque todos los ojos se dirigieran a él, hubo más momentos de banda que de solista en un concierto que duró demasiado poco. Poco tiempo para quien llevase años esperando el momento, pero suficiente para salir, zarandeado, a ver a otro de los nombres insólitos de la edición: Tony Carey. El ex-Rainbow estaba programado para hacer un mero acústico pero, para alegría de la mayoría, el show fue finalmente con banda completa, tocando éxitos de su desconocida (y muy aprovechable) carrera en solitario, además de un par de canciones de Rising, acompañado del vocalista noruego Åge Sten Nilsen, de Wig Wam, que elevó el concierto de lo emotivo a lo espectacular. Un show no exclusivo, pero irrepetible para la mayoría de los presentes.

ELP
Carl Palmer’s ELP Legacy, sin palabras

Otro clásico, éste del progresivo, nos deleitó también con un concierto que, como él mismo dejó claro desde el comienzo, sería único. “Ésta será la última vez de vuestra vida en que escuchéis Misplaced Childhood entero en directo”, sentenció Fish. Por última vez o no, escuchar Misplaced Childhood no podía dejarse pasar, y haber tenido la oportunidad de “estar ahí” fue, sin duda, una de esas cosas que no se olvidarán fácilmente. A pesar de algunos arreglos que desvirtuaban la versión del disco, los temas del clásico de Marillion fueron cayendo uno tras otro y el cuerpo no pedía aplaudir ni cantar, sólo disfrutar y contener los escalofríos. Único. Igual que el otro gran maestro del prog de esta edición, Carl Palmer y su ELP Legacy, que superaron todas las expectativas. Acompañado de dos jóvenes a la guitarra y al bajo, el batería de Asia desgranó, cual concierto de música de cámara, algunos de los clásicos de ELP a los que se les cambió teclado por guitarra. Un concierto instrumental de 75 minutos, con la batería en el foco principal, parecía a todas luces demasiado largo. Sin embargo, para nuestra sorpresa, quienes nos habíamos apostado en primeras filas para un rato nos mantuvimos embobados hasta el final, gozando de un virtuosismo que no renuncia al entretenimiento. Como prueba, ese solo circense de Palmer, que de verdad hay que vivir para verlo.

Y hubo algunos más de esos conciertos únicos e irrepetibles, como el de los australianos The Angels, que recorrieron medio globo para tocar, entregadísimos, durante hora y media. Se metieron al público en el bolsillo con una colección de hits menores que no por poco conocidos fueron menos disfrutables. Igual que Manfred Mann (¿existe alguna banda con un líder menos carismático?), con el gran Robert Hart al frente, que dieron otro concierto repleto de grandes canciones, o los recién retornados Lucifer’s Friend, que empezaron bien pero se desinflaron hasta acabar con un concierto no más que correcto. Al fin y al cabo, no todas las bandas con miembros que superan las seis décadas pueden seguir dando conciertos memorables. No todas, pero sí Mother’s Finest. La banda de Joyce Kennedy nos regaló el mejor concierto de este Sweden 2015, junto al de Toto. Lo que pasa es que de Toto ya lo esperábamos todo, y de Mother’s Finest no sabíamos a qué atenernos. Hasta que comenzó a atronar el Rock Stage. Entonces el tiempo se paró, desencajamos las mandíbulas, y no las volvimos a poner en su sitio hasta que, hora y cuarto después, la música cesó. No merece la pena explicar tantas emociones y tanto goce en unas pocas líneas.

mother's finest
Mother’s Finest, rock, soul, funky, heavy y todo lo que puedas esperar

También pudimos ver a The Darkness y su autoendiosado Justin Hawkins, a quien cada vez se le ríen menos las gracias; a unos Extreme que siguen facturando potentes conciertos aunque sea a base de greatest hits; a Dare y su estilo celta que no termina de enganchar a las masas rockeras; y a otro montón más. Pero éstas son bandas más corrientes, si no estuviste en el Sweden 2015 las podrás ver seguramente en una sala o en algún festival durante el verano. Sin embargo, son esas otras bandas, las que nunca ocupan los primeros puestos en el cartel, las que toca investigar antes de que lleguen las fechas, las que uno no sabía ni que siguieran en activo, o es que a lo mejor ni siquiera estaban en activo, son éstas las que hacen que el Sweden no sea otro más. Eso, y todo lo demás.

Al final, uno no quiere hablar de las bandas (y muchas han quedado en el tintero), pero es inevitable reflejar las virtudes de un festival si no es a través de lo que acontece sobre los escenarios. La música es la razón de todo esto, y sin rock no nos veríamos las caras cada año en la otra punta de Europa. Pero, recordemos, mientras las bandas vienen y se van, eso que podemos llamar espíritu Sweden (y que a lo mejor sólo está en las cabezas irreflexivas de quien va año tras año cueste lo que cueste) se refuerza con cada nueva edición. Así, año tras año que todo es como el anterior, pero un poco mejor. Que los puestos de comida y merchandising son más variados, que hay más y mejores baños, que hay wifi, que incluso el agua que te proporciona el personal de seguridad es mejor. Y, por supuesto, la experiencia completa que arranca en el aeropuerto español y que no termina hasta abrir la puerta de tu casa, que incluye casa o camping, coche o tren, viejos amigos o nuevos conocidos. Hay tantas cosas impagables en el Sweden Rock que cuando pensamos en su precio se nos olvida contabilizarlo todo. El Sweden Rock no es un mero cartel con bandas de rock. O no sólo. Es, sobre todo, una modesta celebración de una forma de entender la música, de una forma de organizar un evento, y de una manera de tratar a las personas.

Julen Figueras

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