SCORPION CHILD – Acid Roulette (2016)

El debut de Scorpion Child apareció un poco por sorpresa, con un gran teaser llamado «Polygon eyes” que resultó ser lo mejor de un disco que, aunque no llegó a romper, sí apuntaba en la dirección correcta. Había buenos mimbres, cierta riqueza de matices que quién sabía hasta dónde podían llegar con un poco de paciencia y un buen productor. La continuación de aquél ha resultado ser una decepción casi absoluta, un amasijo difícil de descifrar entre lo que no destaca nada y nada queda en la cabeza cuando finaliza el disco: sólo ganas de escuchar otra cosa más tangible.

Con los cambios de formación que han ido moldeando la banda desde 2014 (la base rítmica ha mutado por completo, y se ha añadido a un teclista de forma fija), el conjunto ha salido claramente perdiendo, y puede que sirva como explicación rápida para entender por qué lo que en su debut funcionó aquí hace aguas por todos lados. A veces más cerca de Crobot que de su formación original, la etiqueta de hard rock se queda estrecha y hace falta pensar en otros géneros más heterodoxos para hacerse a la idea de lo que Scorpion Child querían hacer aquí. Frente a las líneas más o menos delimitadas de canciones como “Liquor» o “Red blood”, las que conforman Acid Roulette son realmente difíciles de captar, hay riffs y hay melodías, pero todas ellas flotan en una bola (y no muro) de sonido, como en una sala con muy mala acústica y una ecualización mal ajustada. De forma pretendida o no, el giro que los tejanos han dado en el sonido y en las composiciones puede que guste a algunos, pero difícilmente invitan a volver a escucharlo.

El tema que abre el disco y que sirvió semanas atrás como adelanto, “She sings, I kill”, es quizá lo más interesante de un disco que no cambia de registro ni un solo segundo. Escuchadas por separado, todas las canciones tienen un aquél, especialmente “My woman in black” o la que titula el álbum. Puestas una después de la otra, Scorpion Child sólo producen hastío y la sensación de que a la máquina le sobra potencia y le falta buen gusto. Todo es peor aquí que en el debut, que ha terminado por ser una promesa incumplida. Todo, salvo el vocalista Aryn Jonathan Black, que en Acid Roulette va a más y que demuestra tener una voz tan reconocible como admirable. Una voz que, de todas formas, no consigue dar lo mejor de sí entre tanto ruido mal canalizado.

En definitiva, un disco que necesita de demasiada paciencia para conseguir sacarle el jugo que puede esconder, que suena demasiado alto como para tolerarlo durante todo su metraje, y que supone algo más que un paso en falso en una banda que apuntaba mucho más alto de lo que han disparado esta vez.