PALACE OF THE KING – Valles Marineris (2016)

Si hablamos de la nueva escena rockera en términos de juegos de casino, podemos decir que prácticamente no quedan números por los que apostar. Tantas bandas, cada una con sus matices, para abordar un sonido que en su origen fue mucho más monolítico de lo que puede considerarse ahora, parecen demasiadas ya como para que alguna llegue a ofrecer algo realmente llamativo. El rock de tres acordes tiene hoy poco recorrido, la repetición está penalizada mucho más que antaño, y la mediocridad no se perdona (como solía pasar antes) más allá del primer LP. Quizá ni siquiera se perdone en el primer LP. En este panorama complicado, Palace of the King se las ha arreglado para elevar un vuelo que no empezó del todo bien, y ha publicado un segundo álbum con todas las virtudes que a su primer trabajo le faltaron.

«Valles Marineris» sale a la luz no mucho más que un año después del debut de la banda australiana, curtida en los escenarios de su país, tan centrada en encontrar ese groove ya característico que olvidó quizá escribir un puñado de temas memorables. Si a “White Bird/Burn the Sky” le pudo una sobresaturación de instrumentación y un hilo musical demasiado monocromático, su continuación ha sabido equilibrar esos defectos. Los teclados han ganado peso, la base rítmica guía e imprime groove, pero no avasalla, sino que acompaña. Las guitarras ya no avasallan como lo hacían en aquél, aunque claro, siguen siendo la espina dorsal de un género sin cuyas seis cuerdas estaría perdido, pero han ganado en variedad, en colorido, y se las han ingeniado para ofrecer algo que en el debut se intuía pero que no se llegaba a palpar. En ese punto, las voces de Tim Henwood ponen el pegamento al conjunto, dotándolo de una personalidad más o menos reconocible, aunque se acompaña esta vez de voces femeninas que hacen de canciones como “Black Cloud” cortes de muchísimo más interés.

La fortuna ha querido que todo lo que se echaba de menos en el debut haya sido aquí remediado y mejorado, con solvencia y talento sobrados. Palace of the King siguen sonando, aquí y allá, al tridente mágico de bandas que inauguraron el heavy metal en los setenta (la intro de “Let the blood run free” es toda una declaración de intenciones), pero suenan cada vez más a sí mismos. Hay personalidad, hay calidad técnica y, esta vez sí, hay un buen número de buenas canciones: “Throw me to the wolves” o “Into the black” son de lo mejor que han hecho hasta la fecha. Aunque no es, ni mucho menos, un disco perfecto. Puestos a pedir, el eventual tercer trabajo de Palace of the King tendrá una producción algo más limpia, que ensalce los instrumentos y las voces sin que unas se coman a las otras, quizá unas guitarras más gruesas y, por qué no, algún medio tiempo que dé un respiro entre tanto sonido de hard rock y entre tanta psicodelia. 

Ya decíamos que había margen de mejora, y que los mimbres eran buenos. Palace of the King ha superado su marca personal, y siguen mirando hacia arriba. Con el salto que ha habido en apenas unos meses, no es difícil imaginar un tercer álbum realmente rompedor, que suba la apuesta y, por qué no, que la gane.