ONE BAD SON: BLACK BUFFALO (604 Records, 2014)

Estamos tan ocupados con los lanzamientos que ocupan las primeras planas, tan pendientes de lo que los grandes nombres publican, que acabamos por perder de vista el ruido de fondo. Y es ahí, muchas veces, donde tenemos que encontrar el rock más inspirado del momento.

One Bad Son es una de esas bandas que, a pesar del trabajo constante de una década, no ha conseguido traspasar ese techo de cristal que separa a las bandas pequeñas de las medianas. Lo tienen casi todo para ganarse al rockero: una potencia bien medida, unos músicos con talento, melodías con gancho y un cantante, Shane Volk, con personalidad y calidad repartida por igual. Su cuarto disco, Black Buffalo, es otra muestra más de cómo ser salvaje y melódico al mismo tiempo, sucio y con clase, basto y matizado.

Las comparaciones parecen inevitables, pero desde luego no siempre son odiosas. El cuarteto canadiense aúna lo mejor de los distintos géneros del rock, yendo desde el hard más sucio a lo Guns ’N’ Roses hasta la clase bluesy de, por ejemplo, Little Caesar. Cuando el gurú guitarrero Slash se acaba de marcar un disco tan largo que cuesta digerir, el guitarrista Adam Hicks confecciona aquí unos riffs y dibujos de guitarra que llevan el hilo conductor de un álbum que se escucha solo. Mientras de algunas viejas glorias no queda esperar sino lanzamientos de relleno, ahí está discos como este Black Buffalo.

Temas como “Love Sick Love” o “Vinyl Spin Burner”, que abre el disco, muestran que de fuerza va sobrada el grupo; pero, ahí donde la mayoría de bandas no sabría sino repetir una y otra vez las mismas estructuras, los mismos clichés musicales, One Bad Son te sorprende con casi cada canción: “Red Cloud” rebaja las revoluciones pero mantiene la intensidad con unas melodías impecables, y otras, como “Wasting Bullets”, muestran la mejor versión de una agrupación todoterreno. Ni siquiera la revisión de Psycho Killer, una de esas canciones imposibles de mejorar, desluce en este trabajo: un espectacular trabajo de adaptación de Talking Heads a la que se le añade una bestialidad extra, a la vez que consigue mantener sus mejores virtudes (gracias, sobre todo, a una base rítmica que nunca baja el nivel pero que brilla aquí especialmente).

Ya sabemos que la dictadura de los grandes nombres es difícil de traspasar, y que no hay éxito para quien, en 2014, busca todavía los sonidos que sólo a unos pocos nos emocionan todavía. Pero, para los curiosos y los empeñados en encontrar los riffs definitivos que están por llegar, One Bad Son deberían ser la siguiente banda que llevarse a los oídos. Una de las revelaciones del año.

Julen Figueras

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