DEEP PURPLE – InFinite (2017)

Si titulas cada disco con un título que hace intuir que será el último, algún día éste será definitivamente cierto.Llámalo “el final”, “epitafio”, o inFinite. El caso es que Deep Purple han vuelto con un nuevo álbum que sugiere despedida pero no la afirma. Pase lo que pase después, es justo reconocer que el vigésimo trabajo de estudio del quinteto británico es un esfuerzo notable al que se le pueden poner muy pocas pegas.

Avisados como estábamos con los adelantos de las últimas semanas, la banda que se negó a vivir de las rentas dejó entrever que lo que encontraríamos en inFinite no sería nada nuevo, si bien sonaría a retorno (parcial) a sus mejores años. Envueltas en capas de teclados y guitarras, los riffs de Morse y los ritmos de trote patentados por Ian Paice traen ecos del “Machine Head” (“Hip Boots”) o de “Perfect Strangers” (“Time for Bedlam”), con canciones no tan inspiradas como las antiguas, pero sí lo suficientemente solventes como para no llevarse la palma de la mano a la cara.

Muy por encima de su predecesor “Now What?!”, inFinite es un trabajo de inesperada calidad, de producción sobresaliente y con gusto exquisito a la hora de meter arreglos y guiños. No se sale del guion de lo esperable, pero tampoco es tan referencial como otras bandas de su generación que no supieron mirar hacia delante. La banda de Gillan, Glover y Paice es, cada vez de forma más obvia, la banda que lideran Morse y Airey, y en ese recambio está probablemente el secreto de su frescura. Si los primeros tres están correctos en su papel (incluso Gillan, a cuya voz parecían quedarle dos días hace ya varios años, aguanta de maravilla en sus tesituras medias), el peso de todas y cada una de las canciones recae sobre el guitarrista y el teclista.

No hay forma de echar de menos a Blackmore y a Lord, porque lo que podríamos haber esperado de éstos está perfectamente cubierto por el talento de aquéllos. Es tal su protagonismo que algunas canciones podrían haber sido instrumentales sin perder nada por el camino. Es gracias a ellos que la mayoría de las canciones toman cuerpo y personalidad, aunque tampoco han conseguido el milagro. Con todas sus virtudes, inFinite no deja de ser un disco bueno sin más aspavientos.

No es casualidad que los mejores temas sean aquellos que fueron presentados como adelantos. Tanto “Time for Bedlam” como “All I got is you” elevan el nivel general de un disco que no tiene canciones malas. Hay varios cortes que rozan lo magnífico, como “The surprising”, que no termina de encontrar su personalidad entre los múltiples cambios de registro, o “Johnny’s band”, los cuatro minutos más melódicos del disco que, de haber elevado el tempo, la habrían convertido en favorita del álbum.

Hay también canciones menores pero, siendo honestos, Deep Purple nunca fueron una banda que rechazase el relleno. Hubo relleno en sus clásicos, y lo hay en sus discos más olvidables. En inFinite, temas como “Get me outta here” o “One night in Vegas” agradan pero no deslumbran, mientras que “Roadhouse blues” es un estándar de blues tan estándar y tan insignificante que ni siquiera llega a disgustar. Una elección algo pobre para terminar un álbum que empieza tan bien, pero disculpable al fin y al cabo.

A Deep Purple no se le puede pedir el imposible de seguir siendo lo que eran. Y, aunque pudiéramos, ¿quién (además de AC/DC) querría repetir el mismo disco una y otra vez? Los británicos han aprovechado su estatus de leyenda para seguir publicando discos sin la presión de tener que componer nuevos himnos imperecederos, y no por ello han abandonado su vena creativa. inFinite es, en ese sentido, un álbum notable que recibirá quizá más atención de la que se merece y que da más de lo que, a estas alturas, podíamos esperar.

Julen Figueras