CATS IN SPACE – Scarecrow (2017)

Un truco de magia dura lo que tiene que durar. La presentación, el juego de manos, las luces que esconden sombras y el momento del engaño son efectivos durante un breve lapso de tiempo. Después, el truco se puede seguir admirando, pero el efecto no vuelve a ser el mismo. Si, además, alguien te cuenta cuál es el secreto tras el truco, entonces la representación pierde toda su gracia. A Cats in Space todavía no les han chafado el misterio, pero del abracadabra cegador de Too Many Gods a Scarecrow, buena parte de su magia ha caído por el camino.

Llamada a ser la nueva superbanda del glam setentero, la banda británica con nombre de meme para redes sociales publicó hace un par de años un debut notable que marcaba casi todas las casillas para el éxito (siempre relativo) de una propuesta más o menos singular. De aquel disco puede que mucha gente se haya olvidado ya, pero la banda ha seguido trabajando y ha acabado por publicar un segundo álbum que prometía más de lo que finalmente da.

Ya hace un par de meses desde que saltó a las redes el adelanto, “The Mad Hatter’s Tea Party”, y su título (la fiesta del té del sombrero loco) anunciaba el desborde de ideas que nos esperaba al otro lado del auricular: pianos rápidos y punzantes, guitarras para el momento preciso, pomposidad y coros por doquier. Hasta ahí, todo bien. Pero, por desgracia para quienes teníamos ganas de ver hasta dónde volvía la locura, los nueve temas que acompañan en el camino hacia la madriguera del conejo resultan irregulares y, en general, faltos de chispa.

Y es que la chispa lo es todo en Cats in Space. Esperando temas que pudiesen acompañar a algunos de los grandes momentos de su debut, en Scarecrow cuesta encontrar el mismo nivel de inspiración. Nos encontramos, como con el truco de magia, los mismos elementos que hicieron del primer asalto una obra recomendable, pero éstos ya no surten el mismo efecto.

La misma instrumentación, las mismas dosis de locura, el mismo olfato para la melodía pegadiza. Y, sin embargo, ni una de las canciones se incrusta en la memoria. Hay algunos buenos momentos, como “Timebomb”, los siete minutos del tema que titula y cierra el álbum, o el single con el que nos abrieron el apetito. Pero no mucho más. Quizá porque en éste ya no están algunos de esos invitados estrella que llamaron la atención del público en “Too Many Gods”, o quizá simplemente porque la inspiración es pasajera y difícil de conservar, la sensación general es la de que la mecha no prende.

Contribuye a la sensación una mezcla que no hace justicia a las bondades instrumentales de los músicos involucrados, que hace que todo suene ahogado como si estuviéramos escuchándolos por un transistor. Con semejante riqueza instrumental (seis músicos aportando toda clase de virguerías), la planicie de la mezcla resulta entristecedora. Algo intolerable a estas alturas.

Cuando la época que una banda intenta revivir repartió frutos tan abundantes, con tanto color y melodías, mantener un nivel que nos agarre al auricular es una empresa ciertamente difícil. En los estilos más simples, donde abundan las bandas de sonido intercambiable, la repetición y la falta de matiz es un pecado perdonable. En ese rock setentero de purpurina, collares y pluma, no basta cualquier cosa. Cats in Space va a necesitar algo más que el viejo truco para mantener nuestro interés. Scarecrow, hombre de paja, no ha sido suficiente, pero hay mimbres para un tercer álbum que supere los dos anteriores. Y ganas.