RICK SPRINGFIELD – The snake king (2018)

Sé que más de uno, al escuchar lo nuevo del icónico Rick Springfield, se llevará las manos a la cabeza. Quizás porque el cambio de registro del también actor hollywoodiense no se atiene a aviso previo, pero, en honor a la verdad, tampoco su carrera ha sido construida sobre un patrón fijo. Entre aor y rock melódico sabemos que su solvencia está asegurada. Cuando ha acentuado su rudeza, no ha resuelto el agrado de todo el mundo, pero, entre los amantes más fieles del veterano compositor hubo cabida para mayor indulgencia. Ya en la distancia parece ser divisado Venus In Overdrive (para mí un discazo) que reinventaba la labor de este todoterreno, cediendo a las nuevas sonoridades revienta charts de la América radiofónica contemporánea. Y, finalizando este recorrido a pasos de gigante sobre una carrera plagada de millones de discos vendidos, nos congratulábamos con lo que era su último y excelente Rocket Science, en el que, si mal no recuerdo, que no lo hago, ya postulaba cercanías al country. Así que si el multidisciplinar australiano amenazaba con zambullirse en el gran azul de la música negra, ¿debería preocuparme? Pues te aseguro que no.

In The Land Of The Blind desata la caja de Pandora. Una canción postrada para ser bendecida por la elegancia de la élite de los cantautores americanos. Coros que flanquean su cadencia Springteeniana, como si el llorado Roy Orbison los dirigiera para sí y nuestra memoria más GREASE.

Ladridos amenazantes, cancerbero anda suelto por entre la necesidad mundana. Con ritmo sensualmente farruco, se desliza The Devil That You Know. Blues de otra época, invitado por un tímido charleston, donde lo satírico, lo bizarro, lo excitante y lo conmovedor tenían cabida simultáneamente en cada nota de un piano, en el llanto de una guitarra, en el resoplar de la armónica o en el color de una voz templada a base de `shots´. Queda invocado.

Little Demon y su sección de viento que sobornaría al práctico George Lynch, Little Demon y su condenada guitarra que me recuerda a los Giant de Dan Huff, Little Demon y su ambiciosa traslación de escenarios al servicio de las caprichosas melodías de las seis cuerdas. Little Demon y su Hammond, Little Demon y sus excéntricas gotas de lisérgica en teclado, Little Demon y su anárquica estructura…Little Demon y el pequeño demonio que posee la gran voz de Rick…Little Demon que se recuesta en un coro religioso sesgado de nuevo por el bramido de la criatura . Quedó poseído.

Si este disco fue concebido a los pies de un cruce de caminos, en una polvorienta ruta a ninguna parte, sin más destino que alimentar a los secuaces del diablo vestido de azul, sin duda, fue a partir del fornicio de este duelo de guitarras blues, armónicas venenosas y pianos ardientes llamado Judas Tree.

Anunciando la profecía, Jesus Was An Atheist, otro blues procedente de las vísceras de la tierra de los sueños, saca a relucir la comunión incestuosa de humo, alcohol, música ancestral de esclavitud (a título personal: ¡Cómo odio que un género tan increíble tuviese su origen en semejante denigración!), y parroquia con escenario para forajidos del amparo diurno.

Las letras son toda una elegía sacrílega bautizada en realidad o viceversa, depende de los ojos que lo miren, que lo sientan, a lo largo de un disco no apto para fanatismos, de ningún tipo.

Si The Snake King hubiese formado parte del conjunto de canciones de cualquier afamado combo de la generación de la laca, hubiese sido un single venerado por los incondicionales del hard rock. Slide guitar, banjo, eléctricas que pasan de puntillas para hacernos morder una manzana llena de sabor, de licor, de pasión. Intensa como un beso robado en el calor de una barra empapada en medianoche.

God Don`t Care no atrae novedad, tan solo cava más hondo en la pulcritud pantanosa de otro lamento cercano al góspel. Así como un nuevo disparo en el viejo corazón del southern más comercial, profundiza, para gozo de los necesitados de estribillos pegadizos The Voodoo House (con tal inicio angelical tan Californication).

Suicide Manifesto, de insignia rockabilly, colores country, matices swing y terrosa filia necesitada del llanto de las nubes, agiliza el tempo sin aumentar sobradamente las pulsaciones ni abandonar la mirada de reojo al óxido de lo añejo sin aviejar. La necesidad es complacida.

Adornada con simpleza, como un buen traje con la camisa perfecta para un domingo de arrepentimiento, Blues For The Disillusioned, en genuflexión ante una melodía inalterablemente concisa y rendición JAYHAWKS. Vuelve el coro angelical.

Rock de cuna, de American Graffitti, de pastel de cereza, de dobladillo en el pantalón, de peine de puas en la manga y zarzaparrilla en Santa Is An Anagram.

Pueden marchar en paz, con Orpheus in the Underworld clausuramos, con una nueva incursión en la pastoral de vaquero desgastado, camiseta sudada, guitarra demacrada y harmónica fiel, un magnífico sumario de la civilización de la biblia y el revólver, del chicle en cada `please´, del santo y el pecador, pero, sobre todo, del incontable valor musical del orgullo en sus cepas.

Rick Springfield vive una madurez compositiva que se empapa en la juventud que predican sus admirables cuerdas vocales. Arropado por una banda elevada a la categoría de oscarizada, por la admiración que me han despertado, orquesta de etiqueta popular y folclore de barras y estrellas. Renace como blasfemia para muchos, pero como esperanza para los que ya nos dimos por satisfechos con sus himnos en las épocas del póster en la carpeta. ¿Acaso sus últimas interpretaciones habrán influido en su forma de componer este disco? Ojalá tuviera la oportunidad de preguntárselo.

Jesús Alijo «Lux»